Capítulo 9

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Mina aplicó un poco de iluminador en sus pómulos para hacer que brillen un poco y se estudió al espejo; vestía unos abrigados leggins negros una polera negra y un largo sweater blanco que la abrigaba y hacía a la vez de vestido, en los pies unas botas con un poco de taco.

Cuando estacionó su clásico jeep en la puerta de la casa de Gregorio jamás se imaginó que ésta sería tan grande, era de madera marrón con muchas aberturas, el porche era grande y había instalado un juego de living para el exterior, podía verse el humo que despedía la chimenea, dándole al aire ese clásico olor que ella llamaba «olor de invierno». Con pasos inseguros, subió y tocó el timbre, al poco rato Gregorio, vestido con un elegante pantalón negro y una camisa blanca bajo un sweater de cuello redondo a la base le abrió la puerta.

—Vaya eres puntual. Buenas tardes —dijo cediéndole el paso— ¿has tomado algo antes de venir? Tengo café en capsulas o si lo prefieres batir tu misma...

—Me encanta batir mi propio café, gracias —le dijo con una sonrisa.

—Muy bien —dijo con una sonrisa—. La cocina queda por allá.

Juntos fueron a la cocina y de la alacena sacó un tarro de café instantáneo una taza, azúcar y un espumador a batería, mientras que el optó por beberse uno de capsulas.

—No pensé que tuvieras café instantáneo en tu alacena —dijo con una sonrisa, porque siempre había pensado que Gregorio no era tan sencillo como para apreciar algo que parecía tan común.

—No es tan malo —se encogió de hombros—. Esta marca me gusta mucho.

—A mi igual —dijo preparándolo con el azúcar para empezar a batir, mientras la pava eléctrica calentaba el agua—. ¿Qué piensas hacer de cenar?

Gregorio sonrió sin saber qué contestarle.

—Primero merendemos, luego podemos ver que tenemos o ir a comprar lo que falte —dijo apagando la pava y sacándola del calentador—. Organicé la cena, pero no sé muy bien que tengo en la heladera para cocinar. Me avergüenza decirlo.

—No te preocupes. Yo he traído dos botellas de vino, una para la cena y otra para el postre. Están en mi auto.

Gregorio se apoyó en el mesón que los separaba y la estudio mientras ella batía su café, parecía pequeña, demasiado pequeña en esa ropa, aunque la veía más... ¿cómo decirlo? formada que dos años atrás y su cabello, era muy largo y brillante, parecía suave.

Ella le agregó agua al café y una espuma clara coronó la superficie de su bebida, Mina sonrió orgullosa y Gregorio acercó su taza de café a la de ella en estilo de brindis.

—Buen provecho Mina.

—Igualmente Gregorio —le dio un trago al delicioso café.

Luego lo miró por un instante y no supo que decir, era como si todas las palabras no salieran de su boca y el pasado no existiera entre ellos. Las diferencias habían desaparecido entre ellos y eran dos personas normales que se estaban conociendo.

—Te has puesto roja ¿es que hace demasiado calor en la cocina? Lo siento, soy friolento.

Ella negó con la cabeza.

—No para nada, no sé que me pasó —se aclaró la garganta mientras su mente le gritaba «Mentirosa y encima eres mala mintiendo».

—Bueno, veamos que tenemos en la heladera así le cocinamos a nuestros amigos esta noche.

Gregorio no supo por qué, pero esa dinámica de «cocinamos» algo que venía de «juntos» era algo que se le hacía sumamente agradable con ella, una sensación que no sentía al lado de cualquier persona, es más, no lo había sentido con Frida. A ella no le gustaba cocinar junto a él en las reuniones en donde sus amigos iban a visitarlos, prefería que salieran a comer a elegantes restaurantes y quedarse a veces en un hotel a pasar la noche para regresar a la casa después del desayuno un domingo por la mañana. Esto era nuevo y le agradaba, completamente.

Perdonar por amor #1 "Por ti vida"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora