La Princesa de las Serpientes

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El frío aire calaba hasta mis huesos. Mis pies descalzos sentían la tierra, las hojas y piedras del bosque prohibido. Acaricie mis desnudos brazos y admiré el vestido que cubría mi cuerpo y me impedía correr más rápido. La amplia y blanca falda me estorbaba el caminar, y el velo en mi cabeza se enredaba con mis cabellos y las ramas de los arboles, causándome heridas superficiales en la cara y los hombros.

Comencé a correr de nuevo. Mis músculos se comenzaban a agarrotar debido al frío de la noche, pero aún así debía correr. Pero si paraba... No. No podía dejar que eso ocurriera, debía correr. Correría hasta el fin de los terrenos del colegio, y desde ahí me aparecería en algún lejano lugar de Paris.

La idea me disgustaba, no quería dejarlo todo. "Si te quedas lo perderás todo igual" me recordé. Ese se había vuelto mi nuevo mantra, lo que me impulsaba a correr y no parar, a pesar del dolor, frío y tristeza.

Una solitaria lágrima resbaló por mis perfilados pómulos, no quería dejar a mi primo, ni a mis amigos... No quería dejar el único lugar en que era capaz de ser feliz. "Serás feliz si te marchas..." mi conciencia hiso acto de presencia. Si no me marchaba mi vida iba a ser la que eligieron para mi... en cambio, si me marcho a un lejano lugar pude que termine peor.

No... Sentí como mi confianza comenzaba a flaquear. Si me quedo voy a hacer lo que me digan, y él también se verá sometido a eso... No podía hacerle eso a Draco, el no lo merecía. "Y Alec? No le dijiste que iban a afrontar sus destinos juntas?" toda clase de preguntas me torturaban. Me fuera o no, siempre estaría presente la pregunta "Y si no hubiera hecho esto..?", pero por más que tuviera que cargar con todo esto el resto de mi vida, lo haría.

Mi vista se comenzó a nublar debido a las lágrimas. Detuve mis pies y pestañé para cortar el paso a las lágrimas. Con el dorso de mi temblorosa mano sequé mi cara, desparramando el perfecto maquillaje. A los empujones me liberé de las ramas y me arranqué el velo de la cabeza... "Jamás seré la novia de bodas que mi madre soñaba... si es que le puedo decir madre".

-Cecilly!- el grito de una voz desconocida me hiso comenzar a correr por tercera vez.

Briar Cecilly, mi verdadero nombre... "Sabes que algo falta" mi conciencia me volvió a hablar, pero decidí ignorarla. Los gritos de la extraña voz me hacían acelerar el paso. Haberme desecho de los zapatos de cristal fue una de mis mejores decisiones.

Una pequeña colina se alzaba justo frente a mí. Me remangué la falda del vestido de bodas y seguí corriendo. Pero la voz se hacía cada vez más cercana, como si de mi sombra se tratase. El ruido de un trueno me indicó que la lluvia ya estaba por presentarse. Muy a mi pesar me dirigí a un amplio árbol y corrí hasta una pequeña cueva que se había formado entre dos rocas.

El vestido de bodas era muy amplio como para caber en ese diminuto recodo. Observé a mí alrededor, no había otro posible reparo para la lluvia que amenazaba por comenzar a empaparlo todo a su paso.

De pronto se me ocurrió una idea, no sé si funcionaría pero era mejor que empaparme en mitad del bosque... y cabe destacar, que la varita no estaba en mi posición. Arremangué mi vestido por segunda vez y arranqué la capa de más abajo. La tela, que en su comienzo era del más pulcro blanco, ahora estaba salpicada de barro y mugre por todas partes...

Arranqué otra capa de tela, y seguí con esa labor hasta tener una pila de cinco capas. Sonreí para mí misma al ver como el diámetro de la falda había disminuido notablemente. Tomé las capas de tela y las repartí por el suelo del improvisado refugio. Me senté y como pude intenté acobijarme, dispuesta a pasar una incómoda y fría noche dentro de la inhóspita cueva.

Una sacudida me hiso despertar. Me encontraba acostada en mi cómoda cama de dosel, con las verdes cobijas cubriéndome. Un sudor frío cubría mi cuerpo, y noté como desde la cama a mi derecha me observaba Alec.

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