El fetiche de la B parte 2/2

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Briar P.O.V:

Mi carne estaba de gallina, el frío mármol del suelo me hacía estremecer. Las piedras cubrían gran parte de la entrada, como si un derrumbe hubiera decidido cubrir la entrada a La Cámara de los Secretos. A mi lado, una larga piel de serpiente se mostraba, como recordándome qué clase de monstruo vivía ahí; cual era mi mascota.  

Mis pasos resonaban débilmente por el suelo, y pequeñas piedrecitas se incrustaban en mis pies descalzos. Mis piernas desnudas sentían el frío, que se incrustaba en mi piel como cuchillas, calándome hasta los huesos. Atravesé la muralla de piedras, para deleitarme con la vista de la cámara. 

El suelo marmóreo negro como la noche, reflejaba mi cuerpo perfectamente, como un espejo de negras aguas. La cara de Salazar estaba dispuesta frente a mí, con su boca abierta, sabía que por sus fauces en algún momento había salido el basilisco que había habitado esa majestuosa habitación. Por alguna razón se me antojó familiar, como si fuera un palacio que yo había habitado, mi pequeño reinado. 

Mi brazo ardió y mi vista se nubló por un segundo, como si el mundo se perdiera a frente a mí. Luego todo terminó. Ya estaba bien. Pero mi brazo aún ardía levemente, lo vi y estaba ahí. La marca en un negro brillante y profundo, como si de un tatuaje se tratara. El cráneo negro, y dos majestuosas serpientes entrelazadas; no era la marca tenebrosa, esto era mayor.

‒Briar – la voz sonó atrayente, obligándola a apartar la vista de su brazo y fijarla en el joven Tom Marvolo Riddle.

‒Tom… - fruncí el ceño, no estaba segura de cómo me debía dirigir a él.

‒Preferiría que me llamaras por lo que soy.

‒Lord Voldemort? – titubeé. El negó – A qué te refieres.

‒Lo sabes. Admítelo. Dilo en voz alta. Quién eres?

En mi mente se repitieron miles de imágenes: Blaine cargándome hasta un lago, Blaine ayudándome a vestirme, Blaine besando mi frente, Blaine abrazándome a mitad de la noche luego de haber tenido pesadillas; mi supuesta madre comprándome un vestido, ella acompañándome a comprar mi varita, ella tomando una foto antes de ir a mi primer baile; mi supuesto padre acompañándome a comprar mi primera escoba y enseñándome a montarla. También habían imágenes en Beauxbatoms: yo rompiendo un vidrio, yo y mi única amiga de aquella escuela riendo en clase de etiqueta, yo cortando el cabello de Ashlyne y luego en la oficina de Madame Maxime. Y por último imágenes más recientes: Ligia con el cabello verde, Alec abrazándome, Juliet  gritando por su comida, April bailando en el vestíbulo, Paz encantando a las hormigas, Agustine y Luna con lentes que les permitían ver tu aura y Ani antes de irse al San Mungo. 

También reviví momentos: cuando Blaise y Draco me habían perseguido por el colegio, Blaine llegando al colegio y su cara al ver que quedaba en la misma casa que sus madre, Draco usando túnica de gala y bailando conmigo, Ron y Harry mirándome desconfiados. Recordé las cartas que me habían enviado y las que yo había enviado, y también recordé cuando Draco y yo éramos pequeños.

Recordé todo con felicidad, pero noté que nada eso era para lo que yo estaba destinada. Mi futuro no estaba en mis manos, había sido decidido mucho tiempo antes. 

‒Soy Briar Cecilly Marvolo Riddle. Hija de Tom Marvolo Riddle y una mujer de la que desconozco su nombre. – vi a Tom asentir frente a mí, y con un gesto de su mano me indicó que prosiguiera – Soy tu hija. Soy la heredera de Salazar, la princesa de Slytherin.

Draco P.O.V:

‒Ya quisieras. Venga, levanta tu culo y hablemos como en los viejos tiempos – dije con un deje de diversión en mi voz, ya estaba tan acostumbrado a simular mi tono de hablar que mi voz siempre sonaba igual.

‒Cómo en los viejos tiempos? – Zabini se levantó a medias y se apoyó en sus codos – Eso significa que voy a tener que volver a ver tu estúpido pijama de ositos?

Reí. Zabini sabía entenderme, era el hermano que nunca tuve. Solo Blaine y él podían saber cuando yo no estaba bien, solo ellos escuchaban mis estupideces y no me juzgaban, solo ellos soportaban mis caprichos y enojos. Sabía que si le hablaba mal de alguien él no me diría nada, a pesar de que esa persona fuera de su agrado, él me escucharía. Y eso se lo agradecía. 

‒Si. Y yo voy a verte hablar de lo grandioso que soy y no me voy a quejar o chillarte “gaaaay” –mi amigo río mientras se pasaba una mano por sus castaños cabellos y se terminaba de levantar de su cama.

‒Vale, vale. Por las barbas de Merlín, de qué quieres hablar a estas horas?

‒Qué tal todo con April? – Zabini abrió los ojos sorprendidos, debía pensar que yo no lo escuchaba cuando hablaba. Que considerado de su parte.

‒Todo bien. Es, es genial. Es la chica de mis sueños, pero no creo que mis padres lo vean nada bien. 

Asentí, en respuesta a lo que él dijo, mientras pasaba una toalla por mi rostro. Mi cabello caía natural, lacio y platinado, pero sin gel alguno. Esa sensación de que algo no iba bien seguía en mi estómago, pero lo ignoré, era cosa mía. Mientras Blaise me contaba sobre sus planes de pedirle matrimonio a April y huir a Polonia, yo restregué un poco más mi cara y decidí que no me vestiría aún. 

‒Pero no quiero dejar todo atrás – mi amigo terminó. Sabía que él, al igual que yo, era un niño mimado y no podría vivir sin dinero y lujos. No quería hacerlo, tanto como yo, pero era la única manera de que él pudiera salir con la gryffindor.

‒No quieres dejarme atrás, lo sé. Sé que es duro – bromeé.

‒Sí, eso es cierto. – su voz salió sin una gota de sarcasmo. Lo decía en serio.

‒Tranquilo, no me perderás. 

Y en un arrebato de emocionalidad lo abracé. El correspondió, al abrazo que no duro más que unos segundos, pero significó bastantes cosas. 

‒Qué momento tan masculino.

‒Si, nadie va a enterarse de esto, Zabini – le advertí  con el tono Malfoy, mientras el reía.

‒Y tú y Briar?

Tragué en seco, y cualquier broma sobre el momento anterior se perdió en mi garganta. Esa mala sensación se adueñó de mi, algo no iba a ir bien. Luego del cumpleaños de Ligia ella había estado extraña, no estaba menos cariñosa ni nada, seguía diciéndome lo mucho que me quería. Pero algo no me cerraba, me veía como si fuera a desaparecer, y no creía (o quería creer) que se tratara de que no confiaba en mi. 

‒No lo sé. –admití– Últimamente no lo sé. – y proseguía a contarle todo lo que me inquietaba.

‒Ella te quiere. Debe estar nerviosa. Tiene mucha carga encima, y aunque tal vez no lo sepa del todo o no lo haya asimilado, eso sigue ahí. Tú la quieres?

Volví a tragar en seco. Yo no admitía mis sentimientos, al igual que mi padre no lo hacía, aunque no estaba seguro de que él de verdad amara a mi madre. No sabía si podría decirlo, aunque Zabini lo hacía con una soltura que me dejaba la boca abierta, a mi no me resultaba igual. Yo era Slytherin, astuto, pero no valiente. 

‒Draco. Puedes decirlo.

‒No. No la quiero.

Su boca se abrió para protestar, pero yo me limité a callarlo. Si iba a decirlo, iba a decir la verdad, y toda. Yo no admitía mis sentimientos, pero si lo hacía al menos no iba a ser una mentira descarada.

‒La amo. 

La Princesa de las SerpientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora