Epílogo: Desconocidos

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     La humana se quedó inmóvil en su lugar unos segundos. Congelada en su sitio, observó como el joven desaparecía detrás del marco de la puerta. Solo entonces sus sentidos se activaron y sus veloces manos tomaron al instante de la mesa sus partencias mojadas.

    Guardó la cajita de madera dentro de la mochila, misma que se colgó al hombro, y dobló torpemente la chamarra para echársela sobre el brazo. Estaba lista para salir  y volver a su rutina solitaria en un mundo donde nadie se preocupaba por ella. Solo necesitaba encontrar una salida.

    Inspeccionó el lugar a detalle con sus veloces ojos entrenados para detectar cualquier posible escondrijo. No tenía ni la más mínima idea de donde se encontraba. A todas partes que voltease, el panorama era básicamente el mismo: rocas mohosas y agua turbia. Era ahora cuando empezaba a lamentarse por no haber seguido a los guardianes.

¿Dónde se supone que está la salida?, se preguntó, girando sobre su lugar sin encontrar respuesta alguna.

    En su cabeza, solo aparecía la imagen de la puerta por donde los había visto desaparecer. No sabía a dónde la conduciría, ni con que se toparía al salir de aquella habitación, pero estaba claro que era el único punto de acceso a aquella cueva y, por tanto, su única salida.

    Desconfiada, como solía ser, se acercó a aquella antigua puerta de caoba y se asomó con suma cautela. Vio parte del pasillo de mármol, completamente despejado, la pared de roca que limitaba el espacio del calabozo, y una antorcha encendida no muy lejos de su posición. Una brisa fresca, ligera pero claramente existente, bañó su rostro mojado. Eso significaba que aquel oscuro tunes debía llevar a algún lugar abierto.

    Antes de que tuviese tiempo siquiera de pensar si realmente era seguro o no, escuchó un estruendoso crujido a sus espaldas. La sorpresa la obligó a girarse, descubriendo como el enorme candelabro que colgaba del techo, mismo que alumbraba el calabozo y mantenía las penumbras alejadas, caía en picada directo a aquella pútridas aguas. Y con él, cientos de las peligrosas estalactitas de la cueva formaron una lluvia de rocas. Esa era bastante razón para correr al túnel. 

    Saltó hacia la puerta para dar inicio a su carrera de huida. Aquel pasadizo era bastante oscuro,  pues alguien se había llevado la mayoría de las antorchas que la iluminaban, dejándolo sumido en la oscuridad. Eso, sumado al hecho de que las lozas de mármol que formaban el techo empezaban a desprenderse, convertían el pasillo en un peligroso camino lleno de trampas y recovecos. La luz blanca, proveniente del extremo del mismo, era lo único que le servía de guía en su avance.

    Podía escuchar el techo resquebrajarse sobre su cabeza, y las rocas fraccionándose en cientos de pedazos apenas tocaban el suelo. Corría tan rápido como le permitían sus piernas, tratando de adivinar le punto donde sus pies caerían. Observaba figuras irregulares moverse frente a la luz blanca que tenía enfrente, pero en esos momentos, lo único que le importaba era salir a un lugar seguro. Ya se encargaría de lo demás.

    Lo que veía correr tan desesperadamente, eran los guardianes y el tropel de seres mágicos que Annie había liberado. La sala principal del lujoso castillo era un caos, tanto por la avalancha de cuerpos que se movía en todas direcciones, como por las vigas de la pesada cúpula que empezaba a temblar.

    La enorme y elegante estancia, de paredes escarlatas y altas columnas blancas que soportaban el peso del techo, se desmoronaba al igual que el calabozo. Tal efecto había causado la intervención de los guardianes con las estalactitas que había llegado hasta la cúpula del palacio, donde un enorme candelabro, similar al que había sucumbido en la otra habitación, se columpiaba libremente de un lado a otro, como el péndulo de un antiguo reloj.

Rise of the Guardians: The Key of HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora