Una muerte lenta

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Los días en cama para llorar, parecía ser mi nueva actividad favorita. No recuerdo la última vez que he probado alimento, ni de sangre o comida humana. Mi mente parece encontrar un poco de tranquilidad en cama abrazada a las almohadas de Kol las cuales aún conservan su aroma, al igual que su playera que cubre mi cuerpo. Me sentía un poco orgullosa de mi misma por poder dormir por mi sola por unas cuantas horas seguidas, desperté con el amanecer observando el paisaje por el ventanal de la habitación.

Aunque había dormido relativamente bien, por una extraña razón me sentía diferente, una manera que no sabía cómo explicar, sentía un odio muy profundo hacia todo el mundo, no sabía porque, pero con la muerte de Alana sentí ese cambio en mí cuerpo, era como si una rabia creciera dentro de mí.

Cada segundo me cuestiono a mi misma si fue una buena idea dejar viva a Elena, pero matarla habría sido lo más fácil y misericordioso para ella, quería que sintiera exactamente lo que yo estaba sintiendo en estos momentos. Tal vez arruinarle la cura o que tome la cura y cuando esté feliz, con esposo e hijos hacer una entrada triunfal, pero eso sólo lo decidirá él destino.

—El desayuno está listo —Klaus entro a la habitación con una bandeja en manos—. Buenos días, amor —Klaus tomó asiento en la cama a un lado mío.

—Hola —me giré a un acostada solo para mirar a Klaus.

—Traje panqueques —Klaus observo la bandeja—, huevos revueltos, un poco de fruta, jugo de naranja y... —me enseño una bolsa de sangre—. El especial del día.

—Gracias Nick —sonreí—, pero no tengo hambre.

—No —sentenció Klaus—. Te estás matando Ana, ¿crees que no me doy cuenta? No pruebas bocado alguno, no tomas nada, ni siquiera bebes agua, no te has levantado de cama, ni siquiera para ducharte y no llevas tu anillo solar desde ese día.

—Quiero morir Nick —lo mire a los ojos siendo completamente sincera.

—Y yo no dejare que mi chica favorita se hunda en la miseria —aseguró—. Así que, comerás por las buenas o, estás lo suficientemente débil como para hipnotizarte —sonrió—. Tú decides.

—Bien —tomé asiento de mala manera en la cama.

—No quiero que te des por vencida —Klaus me observo con mirada tierna—. Ya perdí a Kol y no quiero perderte a ti también.

—Yo lo perdí todo Nick —sonreí amargamente—. Absolutamente todo.

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—Hola pequeña —saludo al otro lado de la línea del teléfono—. Siento mucho lo qué pasó con Kol, era un buen tipo después de todo. Quisiera estar contigo en este momento.

—Estás mejor donde estás —le comenté segura—. ¿Qué tal todo?

—Un poco difícil debo aclarar, pero nada imposible para mí —podía jurar que sonreí del otro lado.

—Me alegro que te diviertas —camine hacia el baño para abrir la llave y evitar que Klaus escuchara—. ¿Cómo vamos con lo que te pedí?

—Excelente —suspire aliviada antes su respuesta—. Ya casi lo encontramos.

—¿Cómo un equipo? —mencione divertida.

—Bueno, ellos —reí—. Yo me mantengo a la distancia.

—Prométeme que lo harás —le pedí—. Confío en ti.

—Descuida —mencionó son simpleza—. Te lo debo. Aparte, es algo que voy a gozar mucho.

—A Klaus lo dejarás fuera de esto —recordé.

—Bien, seguro —aceptó de mala manera—. Sólo tú encárgate de él.

La Tercera Salvatore - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora