13. Me gustaria

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Todo paso demasiado rápido.

Escucha a Magnus llamarle, sacudirle el brazo, obligándole a estar consiente por lo que resta del camino.

Mientras las mantas le traen calor a su cuerpo y cubren las heridas que el otro causó.

Thomas resultó no ser la persona que creía.

No era su amigo.

No era nada.

En cuanto el otro le vio con esos ojos color miel, una ventana se abrió en su mente y dejó entrar todos los recuerdos que antes no eran más que fragmentos.

El día que todo paso, no fue un accidente como tal.

Discutían. Ahora lo recuerda bien.

Thomas le gritaba mientras apretaba las manos en el volante y aceleraba, el le exigía que detuviera el auto y lo dejara bajar.

Luego de eso el hielo en la carretera le hizo perder el control.

Lo que vino después no fue mejor, Thomas le arrastró fuera del auto y sacó una navaja del bolsillo, haciendo los cortes en sus muñecas y diciéndole un par de cosas que no recordaba, no hasta hoy.

¿Que sucede Alexander, no me recuerdas?

Claro que lo recordaba e incluso en su forma lobuna, los recuerdo vinieron a él haciéndole temblar, primero de miedo, para después dar paso a la rabia.

— Te dije que vendrías a mi. No salió como quería, yo tendría que ser tú alfa, yo tendría que morderte, tendrías que suplicar, pero entonces llego ese lobo y te ayudo. Simplemente desapareciste.

Comienza a gruñir, lo recuerda. Él lo puso en esta situación, él quería matarlo, quería que suplicara.

Las orejas vuelven a esa posición de defensa, muestra los dientes y el pelaje en el lomo comienza a erizarse. Siente una rabia que jamás hubiera creído poseer.

— Eres un Alfa y veo que quieres arreglar el asunto de esta forma. Bien... hagámoslo.

— Alec no. — Magnus se acerca él — No lo hagas, déjame ser tú alfa.

Pero el le pasa sin prestarle atención y entonces solo se puede ver una mancha negra y marrón, gruñendo y arañando.

Bien, llegamos. Déjame ayudarte.

— Puedo hacerlo solo Magnus.

Coloca un pie fuera de la camioneta y su energía se esfuma.

Las manos de Magnus lo detienen por la cadera y le ayudan a entrar en la cabaña.

Le deja recostado en el sillón y corre a la cocina.

Todo duele, no puede decir que Thomas está mejor que él, pues a pesar de huir, se le veía en un estado deplorable mientras lo hacía.

Quita las mantas de sus hombros y camina al baño, para observarse en el espejo.

No porque sea un lobo quiere decir que cuando vuelva a su forma humana, las heridas desaparecerán, por el contrario, parecen peores.

Magnus le mira desde la puerta, antes de indicarle que entre a la bañera.

—No pretendo bañarme frente a ti.

Intenta hacerle reír, pero su mirada es tan seria que simplemente obedece.

Con delicadeza, comienza a curar sus heridas, una por una.

— Sanaran por la mañana, pero es necesario desinfectarlas.

Asiente, pues teme que cualquier cosa que diga desencadene el mal humor del otro.

Le da unas pastillas que toma sin chistar, le ayuda a subir a su habitación y para cuando lo coloca en la cama, ya está casi noqueado por completo por los medicamentos.

—Pudiste morir.

— Pero no lo hice, además, no tienes que preocuparte, apenas me conoces.

Magnus se coloca en la esquina de la cama y entierra la cabeza entre sus manos.

— No lo entiendes.

— ¿Que cosa?

No está seguro de ser capaz de recordar esta conversación por la mañana.

— No puedo simplemente olvidarme de ti Alexander, no cuando cada herida que tú sufres la siento yo, cuando cada emoción se contagia, cuando eres mi todo. No cuando eres mi destinado.

— Dijiste que ser destinado de alguien, era algo raro.

— Y lo es, aún más entre alfas.

Sube las cobijas hasta su nariz y se acomoda más en la almohada, el sueño le está venciendo lentamente.

— Tu eres un buen destinado, eres maravilloso yo en cambio, creo que soy uno pésimo.

Magnus se acerca a mi, poniéndose en cunclillas frente a mi, toma mi mano entre las suyas.

— Eres maravilloso, yo soy el que no soy un buen destinado, no para ti, no en este momento. ¿Porque tardaste tanto?

«Magnus»

Cuando le mira de nuevo Alec está dormido, sus largas y rizadas pestañas tocan ligeramente sus mejillas y sus suaves ronquidos hacen ecos en el lugar.

Se levanta y le acaricia el cabello durante unos segundos, antes de inclinarse y besarle en la frente.

Hoy ha temido de perder a sus destinado, el cuerpo le duele al igual que a Alec, pues es capaz de sentir todo.

— Me gusta ser tú destinado.

Lo suelta entre sueños y más como un murmullo.

Sonríe mientras se acomoda en el pequeño sillón y sube la manta.

— A mi también Alexander.

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