Capítulo 1

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"Debemos luchar fuertemente contra el pecado, este es el que pudre nuestra sociedad."

Libro de Lealtad Sección 3 Párrafo 2

A veces simplemente quiero olvidar todo. Fingir que esta no es mi vida, que no tengo que vivir marginada del resto del pueblo. Mi madre intenta evitar el tema tanto como puede y yo no le hago muchas preguntas, es demasiado doloroso.

— ¡Marcela! ¡Marcela! —escucho el llamado entre los sonidos del canto de las aves, me levanto con rapidez y voy en busca de mi madre. No me di cuenta en que momento pasó tanto tiempo, mi mente estaba muy ocupada con mis desventuras.

Debe leer la perplejidad en mi rostro porque todo el enojo en su cara cambia en un segundo y me dedica una sonrisa que no llega a sus ojos.

—Linda, necesito que recojas el paquete, debes apurarte se ha hecho tarde y tus hermanos necesitan esos libros para hacer sus tareas —dice con dulzura.

—Enseguida, solo déjame cambiarme —digo, apurándome de nuevo hacia mi habitación.

Necesito salir lo más rápido posible, pero en la casa no hay agua disponible, así que solo me conformo con limpiarme un poco, peinar mi voluminoso cabello en una coleta y ponerme ropa limpia. Para recoger el paquete, voy a caminar seis kilómetros y mis pequeños hermanos los necesitan en dos horas, tengo el reloj en mi contra. Bajo las escaleras y corro hacia la entrada, pero mi madre me detiene.

—Nela, te he preparado el desayuno, no quiero que te desmayes en el camino —dice pronunciando el cariñoso apodo que me puso mi hermano pequeño Martín, fue su tercera palabra luego de mamá y papá, por supuesto nunca fue olvidada. Alargo mi mano para recibir el desayuno envuelto, le doy una sonrisa de agradecimiento y salgo disparada por la puerta.

A medio camino, empiezo a sentir el desaliento de la falta de alimento, bajo el ritmo y abro mi pequeño paquete de desayuno, como rápidamente el pan horneado de mi madre, ya un poco frío pero sabe bien. Doy gracias al cielo cuando veo el aviso Librería Colmes, entro rápidamente y me identifico con la recepcionista.

—Hola, soy Marcela Turek, estoy aquí para recoger los libros asignados para primaria a nombre de Marlene Turek —digo con la voz agitada de tanto correr.

La recepcionista me mira por un momento, examinándome de arriba a abajo con sus pequeños ojos cafés oscuro, su aire de superioridad hace que mi corazón se agite y se me antoja salir corriendo, pero interrumpe mi pensamiento.

—Dame un momento, debo revisar en el archivo. —Se levanta de su silla y se dirige al fondo, donde habla con un hombre canoso y algo encorvado que me mira inquieto. De pronto se acerca y se queda mirándome.

—Tú debes ser la hija de Marlene ¿cierto? —dice con gran sorpresa en su voz.

—Sí, soy su segunda hija. —Mi hermana mayor Martha al cumplir diez años tuvo un espantoso accidente, todos la conocían, creo que era el único miembro de la familia al que le tenían cariño.

— ¡Oh! —esa expresión era de la que mi madre me protegía, pero al final yo seguía siendo la prueba del delito.

Hace dieciocho años, vino un extranjero a nuestro pueblo, nunca me han dicho su nombre, solo que tengo sus mismos ojos verdes. Mi madre cayó profundamente enamorada de él a pesar que era una mujer casada. Tuvieron una aventura, casi perfecta al principio pero todo se volvió un caos cuando quedó embarazada. Sin pensarlo, mi padre biológico regresó a su país. Nueve meses después el mundo se acabó para nuestra familia cuando abrí los ojos y los tenía verdes y la piel más clara que cualquiera del pueblo. El único rasgo que heredé de mi madre fue el frondoso y castaño cabello. Mi padre adoptivo fue despedido de su trabajo, no pudo volver a enseñar en la escuela y por lo que tengo entendido, en ninguna del país. Luego de buscar por un tiempo, el señor Turek encontró un trabajo como sembrador en las afueras de la ciudad, por lo que partimos sin mirar atrás. En este país, Kriestonia, tenemos muchas cosas garantizadas para todos; salud, educación y vivienda, mientras te mantengas según unas reglas establecidas en el Libro de Lealtad. La falta de mi madre está en la sección de traición, el peor pecado que puede cometer un ser humano. Por lo tanto, la educación para todos los Turek fue rebajada solo hasta secundaria y nuestros posibles trabajos se redujeron a obreros, panaderos, labrador de la tierra, niñera o limpiar las calles. Martha tenía cinco años cuando nací y solo le tomó tres más comprender que mi llegada había dañado su sueño de ser médico, por supuesto me maltrataba, humillaba y me hacía entender que nunca fui bienvenida.

Contra-ManchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora