Bajo mi piel. Sandra Sánchez. CAPÍTULO 7

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CAPÍTULO 7

Nos montamos en el coche en el más absoluto silencio. Matt apagó el reproductor de música de un manotazo. Estaba enfadado, lo pude saber por cómo estaba estrangulando el volante. Me sentía mal. No sabía que le pasaba y me estaba hartando ya de tratar de averiguar el porqué de sus acciones y de sus palabras. Conforme íbamos volviendo para el resort más me cabreaba. Giré la cabeza tan fuerte hacia la ventana para dejar de mirarle que casi me doy un cabezazo contra el cristal.

Echaba humo por las orejas cuando hubieron transcurrido veinte minutos de viaje. Mis brazos cruzados estaban empezando a acalambrarse pero me daba igual. Estaba cabreada y no quería que pensase que me podía tratar como a él le diese la gana. Un momento dulce y al otro distante y marimandón. ¡Já! La llevaba clara conmigo.

Algo bueno era tener el carácter de papá. Soy muy buena, pero cuando me tocan las narices que se quiten de en medio porque me llevo todo a mi paso. Debería escribir una carta al Centro Nacional de Huracanes para que le pongan mi nombre a uno, porque como el mastodonte que tenía sentado a mi lado se atreviese a venir de nuevo con zalamerías me lo pensaba merendar.

Llegamos al resort y nada más parar el coche no me dio la gana esperar a que me dejase en ridículo con alguna frasecita como “ha sido agradable, a ver si nos vemos pronto.” O algo por el estilo, así que salté del coche hecha una furia y me fui directamente hacia la colina donde estaba la cabaña. Casi me parto el tobillo tres veces por andar tan rápido con las botas altas. La próxima vez debería asegurarme de llevar unos zapatos planos.

No recorrí ni cincuenta metros cuando escuché que me estaba llamando a voces Matt. Me giré y le enseñé mi dedo medio.

Muy maduro Mia. Así seguro que se toma enserio tu enfado.

Dijo la vocecita de mi cabeza. Ya me encargaría de arreglar cuentas pendientes con ella más tarde.

Cuando ya divisaba la cabaña escuché un gruñido que pareció el de un animal enjaulado. Como esos que hacen los tigres cuando están en el zoo y te acercas demasiado a la valla metálica, avisándote de que o te retiras o lamentarás las consecuencias. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y no me hizo falta darme la vuelta para saber que Matt estaba detrás de mí. Claro, que no me hizo falta porque me cogió las piernas con una agilidad sorprendente y me echó encima de su hombro.

-          Suéltame Matt. Ahora la que no está para tonterías soy yo.

Al ver que mis protestas caían en saco roto empecé a pegar puñetazos a su espalda y a patalear a ver si con suerte lo dejaba estéril de una. No pareció importarle en lo más mínimo porque llevó una mano al bolsillo trasero de mi pantalón buscando algo.

-          ¿Qué coño crees que haces? ¡Suéltame maldita sea! Estas dando un espectáculo.

-          Me importa una mierda- Fue lo único que dijo.

Comenzó a subir los escalones de la cabaña. Cuando estuvo frente a mi puerta, abrió y pasó dentro. Parpadeé confundida cuando me llevó al salón y me tiró sin contemplaciones encima del sofá.

-          Pero qué demo…

-          Quieta ahí Mia o no quieras saber lo que soy capaz de hacerte.

Me dejó allí tirada, salió de la habitación mientras sacaba el móvil del bolsillo y lo escuché hablar en la entrada.

-          No, me es imposible ir. Lo siento pero tendrá que ser en otro momento. Te compensaré lo prometo… No. No era algo planeado, tenía pensamiento de ir pero como te he dicho me ha surgido un imprevisto. Mañana nos vemos. Adiós.

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