XXXIV

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Dave dio otro trago a su whisky mientras intentaba mantener la cabeza erguida. El resultado no debía ser muy convincente, dado que la pareja junto a él le lanzó una mirada de pena combinada con algo de miedo, en cualquier situación hubiera tomado un segundo para pensar en lo que estaba haciendo y en la imagen que debería estar dando a los demás, pero en ese momento, con el desastre que era su cabeza y la cantidad de alcohol que había en su organismo, no podía pensar en otra cosa que no fuera vaciar aquel vaso para volverlo a llenar.

Así lo hizo. Una, dos veces, hasta que la idea de lo que los demás pensaran de él dejó de importarle. Lo jodido era que el problema principal, el que lo había llevado hasta allí, aún seguía rondando en su cabeza.

Allyson.

Seguía preguntándose ¿Qué había pasado unas horas atrás? ¿Cómo diablos pasó de estar seguro de que todo se solucionaría a encontrarse tirado en un bar al borde del coma etílico? Había pasado toda la semana dudando si debía presentarse o no en casa de Allyson, estuvo analizando la situación una y mil veces, recordando sus palabras la última vez que la vió, y luego los gritos de Penny apenas unos días atrás. Ir hasta allí le supuso un esfuerzo enorme ¿Y todo para qué? Para que Allyson le lanzara sus sentimientos a la cara.

En su cabeza las cosas funcionaban de una forma distinta y por eso, aunque intentara encontrarle la lógica, no entendía como Allyson podía decirle que lo amaba y luego rechazarlo. Tampoco entendía eso de "No somos buenos el uno para el otro", no entendía el "estás enamorado de muchas cosas, pero yo no soy una de ellas". Acababa de decirle que la amaba ¡Maldita sea! ¿Qué más quería?

Estaba hecho un desastre. Quiso hacer tantas cosas, decir tantas otras que al final se congeló. Una voz débil y molesta en su interior le decía que ella tenía toda la razón, pero era terco y se negaba a escucharla.

Así fue como terminó en aquel lugar que no conocía, pero que ahora que lo miraba bien le parecía demasiado alegre para su situación sentimental. Dado su estado, necesitaba de un sitio oscuro y sucio, lleno de camioneros dispuestos a partirse la cara por una mirada; no un bar de moda con música bonita y personas que lo miraban con asco. Tomó la decisión de marcharse casi de inmediato, dándole un último trago a su whisky, sin embargo, necesitó algunos minutos antes de poder ponerse de pie sin que fuera más humillante de lo que ya resultaba aquello.

Dejó sobre la barra una cantidad considerable de dinero antes de levantarse, poniendo toda su concentración en evitar tambalearse o caer de bruces contra el suelo, provocando así el mayor ridículo de su vida. Recorrió unos pocos pasos hacia la salida y tal vez habría logrado salir de allí y caer inconsciente sobre el asfalto si el destino no lo hubiera tentado a dirigir la vista hacia su derecha.

Y allí, a unos treinta metros de él, totalmente ajenos al mundo y tan acaramelados que daba pena, estaban las últimas dos personas con las planeaba coincidir: Brett y su esposa.

Una voz en su interior gritó "huye, corre de aquí antes de que te vean" y de seguro eso hubiera hecho si no estuviera hasta las orejas de alcohol y su juicio no se encontrara nublado. En cambio, dadas estas circunstancias, alteró su rumbo sin siquiera ser consciente de que lo hacía hasta que se encontró dejando caer su cuerpo ebrio sobre una silla desocupada frente a ellos.

El sonido de su peso contra el asiento metálico espantó a los tórtolos, que parecían haber estado compartiendo un secreto de lo más divertido. Los ojos de Jessica Davis lo miraron espantados y Dave no pudo evitar pensar que ella nunca parecía feliz de verlo. Brett, por otro lado, lo observó unos segundos antes de fruncir el ceño.

Les dedicó una sonrisa que en su mente lucía normal, pero que dada la expresión de sus ahora compañeros de mesa, debía hacerlo lucir como el gato de Cheshire. Igual no le importó.

Y ahora ¿Qué piensas? (YAQH 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora