VIII

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Mientras caminaba de vuelta al auto, Allyson le lanzó a Dave una breve mirada. Puso los ojos en blanco e intentó ignorarlo, tal como había hecho en las últimas cinco ocasiones, pero esta vez no funcionó.

—¿Cuando vas borrar esa expresión de tonto de tu rostro? —cuestionó, apurando el paso.

—No está tan mal lo del Paintball —murmuró Dave, ignorando su pregunta y su tono de voz—, quizá vuelva alguna vez

—Eso lo dices porque ganaste —se quejó Allyson, hurgando en sus bolsillos por sus llaves unos metros antes de llegar hasta el auto—. Aunque es obvio que te dejaron ganar.

Él no respondió a su ataque, pero le dedicó una efímera sonrisa de superioridad que la inquietó. Aquel no era un gesto de simpatía, pero era por mucho la primera vez que Dave le sonreía en seis años.

Allyson gruñó, sin poder evitarlo.

—¿En qué momento cambiamos de papeles y me convertí en la que gruñe? —preguntó mientras llegaban a su auto. Quitó el seguro y estaba a punto de entrar en él cuando sintió que Dave le arrebataba las llaves— ¿Qué...?

—En el momento en el que perdiste tan rápido que fue vergonzoso y yo gané —respondió haciendo esa desagradable sonrisa aún más amplia—. Ahora, si me lo permites, yo conduciré.

Aquel gesto de prepotencia fue suficiente para hacerla perder la pequeña cantidad de paciencia que le quedaba.

—¡Perdí porque no esperaba que tú, precisamente tú, me dispararas! —chilló— Éramos del mismo equipo.

—Ya sabes lo que dicen sobre no confiar en nadie. No hay equipos en la vida real.

Como si quisiera demostrar algo, aprovechó ese momento para deslizarse entre ella y la puerta abierta del auto y ocupar el asiento del conductor.

—Sal de mi auto, Dave.

—Claro que no. Tu me arrastraste hasta aquí, me obligaste a jugar algo que no conocía y gané, creo que me merezco el derecho de conducir y librarme de un ataque al corazón cada vez que rebasas a algún otro vehículo. Y ya que estamos, también me merezco el derecho de elegir donde comer.

Allyson se quedó mirándolo. ¿Qué carajo había pasado con el David Henderson que entró en su auto unas horas antes? Fácil, se dijo, había ganado una partida de Woodsball. Cuatro horas en medio de la nada, ganaba un juego y se convertía en otro Dave, peor que el original, si acaso era posible.

Con unas enormes ganas de asesinarlo, pero sin ánimo de discutir, entró en el auto. Intentó encender la radio, pero él interpuso la mano.

—Eso también le corresponde al ganador —dijo sin mirarla—. No pienso ir otra hora de vuelta escuchando a las Spice Girls.

—Me agradaba más hace cuatro horas —se quejó Allyson, cruzándose de brazos.

—Apuesto a que si.

Allyson eligió ignorar ese comentario.

Observó sus manos sobre el volante de su auto y perdió unos segundos espiando con disimulo. Era el momento de aceptar que algo estaba mal con ella. Era solo una mano, por amor a Dios, y ella estaba allí atontada como si estuviera viéndolo desnudo.

—El cinturón —indicó Dave, mirándola brevemente, aunque aquellos segundos fueron suficientes para que Allyson notara que algo había cambiado en sus ojos. Volvía a ser el mismo Dave de siempre.

—¿Ah?

—El cinturón, Allyson —repitió él, con voz cansada—. Ponte el cinturón.

Ella lo hizo sin rechistar. Una persona normal ni siquiera lo habría notado, pero David no era normal, así que no le sorprendía ese tipo de rarezas.

Y ahora ¿Qué piensas? (YAQH 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora