IX

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Allyson se movió con toda la rapidez que su vestido de gala le permitía y se ocultó tras una columna, intentando al mismo tiempo no derramar su copa de champán. En su interior le rogaba a Dios, a Santa y a los Reyes Magos por una máquina del tiempo para deshacer el momento en el que dijo que iría a esa ridícula fiesta. Ni siquiera llevaba una hora allí y ya quería largarse.

Con todo el disimulo del que era capaz, sacó la cabeza de su escondite, intentando ver donde estaba Arthur y respiró profundo al ver que estaba lejos de ella, Veinte minutos atrás, cuando se marchó con la tonta excusa de ir al baño, lo dejó junto a la puerta de entrada, pero ahora él había recorrido casi todo el salón en su busca.

Encontrarlo no le implicó mucho esfuerzo, dado que era más alto que la mayoría de las personas en aquel salón. Tambien era más molesto, más estúpido y más insistente que el resto de la población mundial, pero no había mucho que pudiera hacer respecto a eso, lamentablemente.

Lo vio mover la cabeza de un lado a otro y no necesitó mucho más para saber que continuaba buscándola. Maldijo por millonésima vez el haber aceptado tener algunas citas con él dos años atrás, porque Arthur aún no parecía entender que a Allyson no le interesaba continuar dónde lo dejaron, ni en mil años.

Arthur, o mejor dicho, Arthur Philipe Dankworth III, que era como solía presentarse siempre, era un idiota presuntuoso que amaba que el mundo fuera consciente de su exclusiva estirpe inglesa, como si a alguien le importara que dos viejos muertos hubieran compartido nombre con él.

El problema de salir con los hijos de los amigos de sus padres era que con un poco de suerte tendrían que verlos al menos tres veces al año. Ni siquiera sabía por qué no se le ocurrió pensar que Arthur estaría en la maldita cena si su madre era quien la organizaba.

Volvió a ocultarse cuando él comenzó a girar en su dirección y usó a un camarero de escudo para moverse de ahí, hasta un lugar donde Arthur no pudiera verla. Sus ojos chocaron con Owen que se encontraba en una esquina del salón.

En otras circunstancias, ella se habría tomado la molestia de ir y arruinarle el ligue; sobre todo cuando quince minutos atrás él se había negado a ayudarla con Arthur, pero en esos momentos tenía cosas más importantes, como intentar librarse de su peor pesadilla.

Contuvo las ganas de maldecir en voz alta cuando el camarero dobló en dirección a la cocina y la dejó desprotegida en medio del salón, vestida de rojo, a la vista de todos, Arthur incluido.

Sus padres, que se encontraban enfrascados en una conversación con otra pareja a unos pocos metros de ella, no le servirían de mucho, sobre todo tomando en cuenta que su madre fue quien la convenció de tener una cita con Arthur. Y con el subnormal de su hermano intentando meterse en la ropa interior de cualquier cosa que se moviera, sus opciones eran casi nulas.

—Allyson, cariño. ¡Qué alegría verte!

Allyson dio un salto al escuchar la voz conocida y generalmente confortable de Erin. En ese momento en el que lo único que quería era ocultarse, conversar con Erin no era algo que le atrajera mucho.

Sin embargo, se obligó a sonreír. Se alegraba de verla, pero no de verla justo en ese momento.

—Erin, hola. No esperaba verte esta noche.

—Tu madre nos invitó, como todos los años —le explicó con una sonrisa, ignorando de su evidente descortesía.

A pesar de haber olvidado de la forma más estúpida que Erin y Philip Henderson eran invitados imprescindibles en aquellas cenas todos los años. El espectro de Arthur rondándola la convertía en un monstruo sin educación. Esbozó una sonrisa de disculpa e intentó ser un poco más agradable.

Y ahora ¿Qué piensas? (YAQH 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora