CAPÍTULO CINCO

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   Caminé y dejé a Siba sola en el bosque. ¿Cómo se atrevía a insinuar que la muerte de mis padres hacía más divertido el descubrir mi talento? Si hubiera estado diez años sola y encerrada en esta academia como yo, de seguro no diría lo mismo.

<<Más tonta soy yo por esperar a que me comprendan>>.

En el coven todos sabían que mis padres estaban muertos.

Cuando llegué a la academia estuve alrededor de dos semanas aferrada, cada tarde, a las rejas de acceso. Arrimada a uno de los fierros que unificaban las barras de la entrada. No sabía por qué, pero las enredaderas que cubrían las rejas del coven se acomodaban y me dejaban el espacio libre, como si entendieran mi deseo de saber que había algo más allá en el exterior.

Deseaba que las rejas también se abrieran para mí y así poder salir corriendo por el largo camino de tierra que se extendía desde la entrada. Ansiaba volver a casa.

Pero la casa ya no estaba. Y mis padres tampoco.

No sé cuanto tiempo caminé, ni en dónde había quedado Siba. Dejé de andar y metí las manos en el bolsillo de canguro que tenía mi polerón. Allí encontré el diminuto trozo de papel que Jace me había pasado momentos antes de iniciar la prueba. Un cuervo, quizás el mismo con el que me había topado al principio de mi travesía, se fue a parar sobre la rama de un pino, justo delante de mí.

—No pienso enseñarte la nota —le hablé al cuervo sacándole la lengua, y este me graznó en respuesta, lejos de estar contento con mi decisión.

Tanto tiempo al aire libre me estaba volviendo un poco loca. En alguna parte de mi cerebro se había alojado la idea de que el cuervo me estaba siguiendo. Lo que me hubiera parecido absurdo si es que no hubiera estado dando un examen en pleno bosque mágico. Así que me acerqué. Y al avanzar en dirección a él, éste se echó a volar reclamando por mi cercanía. Ser domadora de aves estaba descartado.

Sintiéndome por fin sola, desdoblé el trozo de papel y leí el mensaje:

BUENA SUERTE, ROSSE.

Jace también me había deseado suerte. Era bueno saber que en el coven había más gente a la que le importaba, aunque sólo fueran Ever, Jace y mi tío Noland.

Los dos primeros, a diferencia de mí, tenían cualidades asombrosas para la magia, yo en cambio, soy un completo desastre. Si no fuera la sobrina del director de seguro me hubieran corrido a patadas hace mucho, mucho tiempo.

<<Daria cualquier cosa por verte, Jace>>

Lo deseé con todas mis fuerzas, mientras sujetaba el trozo de papel con mis dedos. No estoy segura de lo que esperaba al hacer esto, pero me sentí rara, mareada, como cuando duermes incomoda durante horas y despiertas entumecida sintiendo el cuerpo extraño.

—¿Qué haces? ¡Corre! —gritó una voz en el bosque.

Miré hacia delante y no vi nada.

—¡Rosse! ¡Corre! —gritó nuevamente la voz.

Era Jace, y venía corriendo a toda velocidad en mi dirección. Sus ojos tenían un extraño brillo plateado. ¿Qué mierda estaba pasando que todos se topaban conmigo? ¿Y qué mierda estaba haciendo yo parada en medio del bosque si me gritaban: ¡Corre!?...

Un chillido de dolor rasgó el aire. Jace agitaba sus brazos como apartando algo mientras avanzaba. Cada vez que lo hacía, el plateado de sus ojos se intensificaba. Quise echar a correr, pero estaba paralizada. De un empellón Jace me tiró al suelo y me cubrió con sus brazos. El brillo plateado en sus ojos era hipnotizante.

—Escúchame, Rosse, estás atontada, pero necesito que te concentres. Piensa en mi hermana.

—¿Belén?

–Sí, concéntrate en ella, aunque no te guste. Abrázame fuerte para que me lleves contigo. Piensa en ella con todas tus fuerzas. Si me dejas acá, de seguro los lobos acabaran conmigo. Concéntrate, Rosse. Concéntrate.

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