CAPÍTULO VEINTE

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   Jace había tomado el antídoto de acónito directo de la farmacia. No me explicó en detalle cómo lo había hecho, pero disfrazó una botella para que luciera igual a la que había tomado del gabinete de pociones. Cora no se daría cuenta de su ausencia hasta mañana si es que hacía inventario y revisaba todo en detalle. De no ser así probablemente ni se daría cuenta.

—Supongo que es justo sopesé en respuesta al pequeño secreto que Jace se estaba guardando. Era común que algunos de los estudiantes tuvieran conocimiento de magia otorgado por sus padres. Ya anteriormente me había percatado de algunas cosas, como el suéter fucsia que había cambiado por uno en tono caramelo minutos antes de iniciar las pruebas en el bosque de los talentos. Estaba casi segura de que Jace y su hermana sabían algo de magia básica. Por eso lo de "disfrazar" una botella cualquiera para que luciera como la de acónito no se me hacía tan raro.

—¿Y bien? —agregó Jace enarcando una ceja.

—Ok, pero sólo te daré un día.

Jace relajó el cuerpo y me miró con una gran sonrisa en el rostro.

—Hecho —me dijo tendiendo la mano.

Se la estreché sintiéndome extraña. Había algo que no entendía.

—Entonces... —habló Jace, más para sí mismo que para mí—, serás toda mía hasta mañana.

—¡Qué! —solté en un gritito.

Jace se puso a reír enseguida.

—¿Soy tan feo?

—No, nada de eso —logré decir entre cohibida y compungida. E inmediatamente sentí mis mejillas arder ante el giro que estaban teniendo las cosas.

—No sé qué es lo que haces, Rosse. Pero cada vez que te miro me sorprendes. Me gustas, me gustas demasiado.

No sé cómo sucedió, pero al sentir los labios de Jace tocar los míos, una extraña fuerza me jaló hacia él. Fue como si todo mi cuerpo cediera ante su tacto y se relajara ante su dulce beso. Sentimientos de los que no era consiente cobraron fuerza y explotaron de pronto dejándome completamente desinhibida.

—También me gustas, Jace —logré decir sin pudor y esta vez fui yo quien continuó el beso.

El toque de Jace ante mis labios fue más firme, más certero ahora que era consciente de que sentíamos lo mismo. Sus brazos me envolvieron de pronto y el aroma que expedía su cuerpo entró por cada poro de mi piel inundándolo todo. Olía a almendras. El paraíso convertido en un chico.

Para cuando dejamos de besarnos me siguió abrazando, así que aproveché y me cobijé en su pecho recuperando los sentidos, embriagándome de su aroma almendrado.

—¿Qué piensas? —preguntó Jace luego de unos minutos.

—Me gusta tu aroma —logré decir—. Amo las almendras.

—¿Almendras?

Asentí con un movimiento de cabeza.

—A eso hueles —le hice saber—. A almendras y a un poquito de canela.

Jace me devolvió una gran sonrisa y plantó un tierno beso en mis labios.

Para cuando terminó el recreo ya nos encontrábamos caminando hacia la academia nuevamente. Como no teníamos clases durante la mañana decidimos ir hasta el casino, pensando en que allí encontraríamos a más de alguien. Y efectivamente así fue. Ever y Siba estaban sentadas en una de las mesas del fondo. Ambas se dieron vuelta a mirarnos apenas entramos. Jace apretó un poco más fuerte mi mano y fui consciente de que por eso todos nos miraban. Habíamos entrado cogidos de la mano al casino y ni siquiera me había dado cuenta. En un acto reflejo jalé un poco mi mano, pero Jace no quiso soltarme.

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