CAPÍTULO CATORCE

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   No pude pegar un ojo en casi toda la noche. Odiaba tener conflictos internos sobre Jace y sobre el dichoso baile. ¿Por qué Ever me hacía pasar por esto? Estaba bien preocupándome de averiguar sobre mi familia y el legado de nuestro talento.

Hubiera dado cualquier cosa por dar marcha atrás en el tiempo y evitar que Ever me hubiera revuelto el cerebro con asuntos tan mundanos como asistir al baile de fin de año.

¿Me gustaba Jace? Sí, claro que me gustaba, me gustaba desde hacía muchísimo tiempo, pero siempre había pensado que algo entre nosotros jamás ocurriría, él era demasiado perfecto, y yo en cambio: un completo desastre.

Todo lo que pude hacer fue tomar un lápiz, un cuaderno y comenzar a lanzar trazos a lo loco.

Sin querer me puse a dibujar a Jace. Esta era la primera vez que lo retrataba y, para ser sinceros, el boceto me quedó bastante aceptable.

Su mirada transparente, sus labios llenos que incitaban a besarlo. Su cabello enmarañado de una forma increíblemente sexy. Suspiré extasiada.

El reloj en el escritorio indicaba que faltaba una hora para el amanecer. Así que apagué la luz de la habitación y me acomodé para dormir, aunque fuese un poco.

Un rayo de luz se posó en mi cara, como si alguien estuviese haciéndome una broma con un espejo. Cuando abrí los ojos vi que el agujero que había en la pared era el que dejaba pasar el rayo de luz solar directo hacia mí.

Al levantarme y mirar por el agujero pude distinguir que algo estaba metido dentro de aquel espacio en el muro. <<¡La carta!>> vociferó una voz en mi cabeza. Recordé que era el mismo sueño que había tenido antes de la prueba.

Metí la mano en el agujero y tomé el sobre que había dentro. Las paredes crujieron y cientos de grietas hicieron caer el muro a pedazos. La luz del exterior me cegó por un momento, pero luego pude distinguir el mismo edificio antiguo cuyos techos puntiagudos parecían haber emergido desde lo más profundo del suelo. El vitral con la flor geométrica centelleó sobre las grandes puertas de madera.

Estaba a punto de abrir el sobre y leer aquella carta cuando la imagen de un gigantesco lobo me tomó por sorpresa. La fiera estaba observándome desde las escaleras de piedra del edificio, sus ojos se cubrieron de una especie de membrana roja translucida. Cuando la bestia percibió que me di cuenta de su presencia, se lanzó en picada hasta donde yo me encontraba.

Desperté justo cuando el lobo saltó sobre mí con sus filosos colmillos.


—He vuelto a soñar con la carta —le dije a Ever.

Esta permaneció un rato muda tras verme aparecer de la nada en su cuarto.

—¿Qué carta? —preguntó luego de unos segundos.

—¿Te acuerdas que antes de la prueba había soñado con una carta que estaba oculta en la pared tras los bocetos? —Ever asintió—. Pues esa carta.

—¿No pensarás destrozar tu habitación o sí? Nada asegura que tus sueños sean reales, además...

—Te veo allí en cinco minutos —le corté—. Iré por Jace.

Sin dar tiempo a Ever para que hablara me transporté hacia el lugar donde se encontraba Jace.

Este me lanzó una mirada pícara en cuanto me vio aparecer en su cuarto.

—Podrías haber esperado a que me vistiera —añadió con calma.

Erik, el chico pelirrojo con quien Jace compartía habitación, se puso a reír a carcajadas.

—Lo siento —me disculpé colorada como un tomate—. No pensé que...

—¡Fuera! —ordenó Jace a Erik, y tras una mirada asesina a su compañero, este optó por dejarnos solos.

—Espera aquí —pidió Jace—. No vayas a irte.

El chico más sexy del coven tomó la ropa que había dejado ordenada sobre su cama y salió al pasillo, seguramente para bajar a los baños y para poder vestirse.

¡Cielos! Sí se quitaba la toalla frente a mi me hubiera dado un infarto. Su cuerpo estaba totalmente trabajado, tenía unos brazos y uno pectorales de miedo. Aunque cada musculo se marcaba, ninguno era excesivamente desarrollado. Pero vaya que quitaba el aire.

Para cuando volvió a entrar, ya estaba completamente vestido, una vocecilla en mi cabeza gritó frustrada. Salir con él sólo con una toalla alrededor de su cintura no me hubiera molestado en nada.

¿Y si alguien más lo miraba? ¡Rayos! ¡No! A dónde se estaba yendo mi cabeza.

—¿Y a qué se debe esta visita? —preguntó Jace mientras terminaba de secarse el cabello con otra toalla.

—Quiero que me acompañes al cuarto —solté sin sopesar las palabras.

La comisura de sus labios se curvó en una sutil sonrisa.

—Tendrás que explicarte, Rocket —añadió Jace—. Comienzo a sentirme un poco intimidado.

—Ya quisieras, rubiecito —solté dejando emerger una sonrisa—. Necesito que nos ayudes a derribaruna de las paredes de mi cuarto. 

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