CAPÍTULO OCHO

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   Decenas de paredes hechas de roca convertían el claro en una especie de coliseo enterrado. Como si un gigante muy ocioso hubiese pulido aquellas rocas hasta transformarlas en casi perfectas piezas rectangulares, que luego, en una rabieta arrojó y enterró en el bosque. Lianas y raíces se peleaban por acaparar los pequeños espacios de tierra que separaban cada una de las gigantescas piezas de roca. Un marco perfecto para cada uno de los enormes bloques que formaban aquel anfiteatro abandonado y enterrado.

—¡Si esperas que trepe por estas raíces para salir de aquí, no lo voy a hacer! —reclamé al bosque—. Estoy exhausta.

Mi voz generó una especie de eco que revotó en las gigantescas rocas, dándoles a estas un resplandor violeta translucido por breves segundos, como si algo dentro de ellas se hubiese encendido de pronto. ¿Pero qué eran? Al pasar mis manos por uno de los bloques pude percibir como millones de frágiles escamas se resentían ante el contacto de mis dedos, dejando una estela de luz violácea mientras los arrastraba sobre la superficie de roca.

<<Espejos>> Se me ocurrió pensar. Esa era la única palabra que emergió desde lo más profundo de mi cerebro. El bosque intentaba decirme que aquellas rocas pulidas eran como el espejo que tuve que atravesar cuando los graznidos del cuervo se me tornaron intolerables.

¿Por qué estaban allí esos espejos?

¿Qué se supone que hiciera con ellos?

No lo entendía.

—¡Rosse! —La voz de Malverde me llegó desde arriba, de entre los árboles que habían sobre los enormes bloques de roca. Supongo que, si se miraba desde lo alto, daba la apariencia de que estaba atrapada en un gigantesco agujero—. ¡Rosse! —la voz de Malverde siguió hablándome desde arriba, pero no conseguí verla por ningún lado—. ¿Puedes escucharme? ¡Debes volver, Rosse! ¡O van a encontrarte! Allí donde estás no puedo ayudarte, concéntrate, Rosse. El bosque no es seguro en este momento.

Malverde no era una de mis maestras favoritas, pero su voz se escuchaba preocupada. Cerré los ojos y pensé en ella, en su desteñida cabellera rojiza, en sus oscuros ojos verdes, en lo exigente y fría que era conmigo. Un ascendente hormigueo eléctrico me recorrió todo el cuerpo. Para cuando abrí los ojos me encontré a Malverde frente a frente.

—Rápido, bebe esto, Rosse. No tenemos mucho tiempo —Malverde me pasó un pequeño frasco con un líquido espeso y muy oscuro dentro.

—¿Qué es esto? ¿A caso me envenené?

—Confía en mí, Rosse. Te explicaré todo más tarde, lo prometo. Pero bébelo antes de que se nos acabe el tiempo.

Instintivamente di un paso hacia atrás. Malverde posó sus manos en mis hombros. Me miró directamente a los ojos. Creí ver un brillo extraño en sus pupilas, pero fue sólo mi imaginación. Su expresión no me pareció tan dura como acostumbraba. Me infundió confianza.

Camaleones se han infiltrado en la academia, Rosse. El coven ya no es seguro. Ni para ti, ni para nadie.

La voz de la maestra estuvo de pronto en mi cabeza, de la misma forma en la que me había hablado Noland en el bosque.

Tengo que admitir que nada de lo que decía la maestra me parecía muy bueno, ni lo de los camaleones ni lo de tener que tomarme aquel líquido de aspecto asqueroso. Pero Malverde en verdad estaba asustada, quizá era alguna pócima de protección mágica. Tomé el pequeño frasco sin perder tiempo y me bebí el contenido. El sabor amargo me hizo recordar algo, creo que tenía como ocho o nueve años, estaba sentada en el salón después de clases y Malverde me ofrecía beber del mismo frasco. No era la primera vez que la maestra me hacía beber eso.

COVEN 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora