CAPÍTULO DIECINUEVE

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   Luego de que la maestra dejara el salón, Ever, Siba y yo nos pusimos a cotorrear en nuestros puestos. Jace y Erik dejaron su grupo y se acercaron al de nosotras. Belén nos miró furiosa, pero en cuanto notó que yo la observaba cambió su expresión a una más relajada y comenzó a platicar con Paula y Ana, dos de sus mejores amigas, como si nada hubiese pasado. Se notaba a leguas que el hecho de que Jace fuese a hablar con nosotras le molestaba. Pero ese era su problema, no el nuestro.

Compartir un rato con Jace y Erik fue de lo más agradable. Ever y Siba estaban embobadas con su presencia. Especulamos sobre los grupos de entrenamiento, pero no llegamos a nada. Desconocíamos los parámetros de selección que emplearían los maestros. Seguramente iban a ser seis grupos, y cada profesor se iba a hacer cargo de uno, lo que dejaba a tres personas por grupo, ya que éramos un curso de dieciocho alumnos. Al menos así había sido el año pasado. Todos los chicos de último año entrenaban en grupos de tres.

Ever quería estar en grupo conmigo, pero por más que intentaba hilar las cosas no lograba encontrar alguna conexión entre su talento y el mío. En realidad, no lograba crear concordancia entre mi talento y ningún otro, lo que me tenía nerviosa. Ever controlaba el agua, Siba controlaba el Fuego y Erik controlaba la tierra, lo que daba altas probabilidades de que hicieran grupo juntos y de que su mentor fuese el profesor Armand, ya que era el único elemental en el coven.

Con el resto de estudiantes todo era muy confuso, había habilidades tan extrañas como la mía y la de Jace que no tenían ninguna concordancia con otras.

Para cuando escuchamos la chicharra del recreo, ya estábamos convencidos de que lo harían al azar, echando alguna moneda al aire o sacando papeles de algún sombrero.

—¿Podemos hablar? —preguntó Jace fuera del salón.

—Iré con Siba al casino —se excusó Ever y jalando a la morena del brazo nos dejó solos. Jace no fue capaz de disimular una sonrisa.

—Debo decirte algo —comenzó Jace —. Pero no aquí.

Vadeamos el edificio central de la academia hasta llegar a las arboledas que se extendían desde el fondo. Varios grupos de chicos de cursos inferiores se hallaban reunidos bajo la sombra de los árboles. Caminamos un buen trecho, casi hasta llegar al viejo invernadero.

—¿Qué ocurre? —pregunté a Jace sabiendo que nadie podría oírnos.

—Tengo el antídoto —lanzó sin más.

—¿Tan rápido? —pregunté asombrada—. ¿Cómo lo conseguiste?

Jace negó con un movimiento de cabeza.

—Eso no es relevante.

Asentí seria. Seguro lo había robado y no estaba orgulloso de ello.

—Hay algo más, ¿no es cierto?

Jace se paró en frente. Sus ojos me miraron extraño varios segundos. Podría jurar que estaba sumamente angustiado y que se debatía entre sí decirme algo o no hacerlo.

—Rosse —habló de pronto—. El antídoto podría matarte.

Una frialdad apabullante se apoderó de todo mi cuerpo. Miré a Jace de forma glacial poniendo un muro inquebrantable entre nosotros.

—Gracias por decirme, Jace. Pero es algo que debo hacer de todas formas. He olvidado algo importante. No sé cómo explicarte —Jace asintió en silencio—. Debo acabar con esto, me siento...

—Incompleta.

—Así es. Me siento incompleta —reafirmé.

—Prométeme algo —Un leve resplandor de esperanza reavivó los ojos de Jace, de por si apagados por la situación. Mi compañero sacó un pequeño frasco de contenido azul eléctrico de uno de los bolsillos de su saco y me lo entregó—. Me darás un día —exigió.   

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