CAPÍTULO DIECISIETE

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   Con Ever entramos a mi cuarto, lo único que quería hacer por ahora era descansar. El dolor de cabeza que sentía me estaba matando. Gracias a ella y a Jace sabía que las páginas del cuaderno de Niguel sí habían estado ocultas en el muro. Jace se había encargado de guardarlas antes de que llegaran mi tío y los maestros.

Como primera teoría había pensado que el frasco de acónito también venía en el sobre que había ocultado mi padre, pero Jace y Ever me dijeron que el sobre era delgado y que no había forma de que la botella hubiese estado ahí sin que la hubiésemos visto desde un principio. Así que lo más lógico era que alguien más me había hecho perder la memoria al igual que la vez anterior, cuando di mi prueba en el bosque.

Los chicos me habían dejado sola en el cuarto para que viera el contenido del sobre. Apenas había terminado de revisar su contenido me había transportado a algún lado dentro de la academia. Ni Jace ni Ever pudieron decirme dónde. Inmediatamente salieron a buscarme pensando que se repetiría el incidente en el que rompí las rejas del coven, pero al ver que no me había dirigido a las puertas de acceso de la academia decidieron esperarme en el cuarto. Y allí me encontraron, tirada en el suelo y sin memoria cuando volvieron.

Era todo tan extraño.

Dentro de la academia había alguien que quería que olvidara algo. ¿Pero porqué? ¿Qué era lo que había leído en aquel sobre o lo que había visto luego de trasportarme? ¿Qué era lo que no debía saber?...

El nombre de Malverde se me vino como un dardo justo al centro de la cabeza, pero también estaba Noland, no podía pasar por alto eso. Ambos podían leer la mente y si alguien quería proteger algo, era de ellos, no cabía duda.

Lo más obvio hubiera sido contar todo a mi tío, pero una voz en mi interior me gritaba que no confiara en nadie, y pensaba hacerle caso.

Al entrar en el dormitorio vi que el cuaderno de campo de mi bisabuelo estaba sobre la cama, nadie se lo había llevado.

—Como lo sospeché —dije a Ever mientras desdoblaba las hojas que me había devuelto Jace. Ever me miró sin entender de qué estaba hablando—. Sea lo que sea que estaban buscando, debió de haber sido esto: las hojas faltantes del cuaderno —aclaré.

Ever echó pestillo a la puerta y se acercó hasta la cama para poder ver el contenido de las hojas conmigo.

—¿Qué no es ese el último dibujo que estuviste haciendo? —dijo tras observar las hojas sueltas.

—Es idéntico —hablé al tiempo en que leía las notas al pie de la página.

Catedral de Burgos, decía en una delgada caligrafía, España.

Una fuerte punzada en medio del cerebro me hizo cerrar los ojos, un sentimiento de tristeza me invadió de repente, hice todo lo que pude para controlarme, pero Ever notó que algo extraño me pasaba. No era normal.

—Rosse, qué sucede, estás temblando.

—Yo... no... lo sé —hablé entrecortado—. Siento que este lugar es importante, pero no puedo recordar porqué.

—Será mejor descansar, Rosse. Ha sido mucho por un día, quizá Jace tiene suerte y consigue la forma de devolverte tus recuerdos. Por el momento no podemos hacer nada salvo esperar.

—Tienes razón, Ev —concedí.

Algo estaba condenadamente mal, habría que esperar hasta mañana para poder hablar con Jace y ver si había podido descubrir algún antídoto para desbloquear mis recuerdos. La parte que nos quedaba por cumplir era la de esperar.

Si Jace lograra descubrir la forma de recuperar mis memorias podríamos saber lo que está ocurriendo, o al menos una parte. Es lo más probable, mi intuición me dice que sí.

Espero no estar equivocada.

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