CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

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   —¿Desean un poco de té? —preguntó Begonia. La bruja parecía muy feliz con nuestra visita. Como si la hubiese estado esperando desde hace muchísimo tiempo.

El interior de su casa no tenía nada que ver con el exterior. Ese aire frío y tosco de la fachada era totalmente opuesto al cálido y acogedor ambiente que percibimos una vez dentro.

—Yo sí, por favor —agregó Ever—. Me vendría bien una taza de té.

Meliber me miraba de forma extraña.

—¿Y tú, querida? —me preguntó la bruja directamente.

No la hagas enojar —habló Meliber con un tono extrañamente divertido dentro de mi cabeza.

—Sí, me gustaría. ¿Desea que le ayudemos en algo? —pregunté.

—Oh, es un encanto —le murmuró Begonia a Meliber. El dragón puso los ojos en blanco ante el cumplido. Hubiera siseado de haber podido, pero podría ser considerado como un gesto de mal gusto.

La bruja agitó sus manos y, en un abrir y cerrar de ojos, una gran bandeja en tonos caoba apareció sobre la amplia mesa blanca del living. Dentro de ella habían tazas y frascos con galletas y mermeladas.

—Me hace mucha ilusión que estén acá, muchachas. Hace tiempo he querido probar una nueva mezcla, es té de Ceylán con hojas de muerde almas. Es una planta muy aromática que crece en la décima dimensión.

Al oír esto, los ojos de Meliber se abrieron de par en par.

—¿Qué? —le preguntó Begonia poniendo cara de cachorro indefenso—. Generalmente es mi hijo, Vil, quien prueba mis mezclas, pero últimamente está muy ocupado desde que tiene novio.

La tetera con agua que estaba sobre la cocina comenzó a pitar. La bruja tomó el agua y llenó otra tetera de porcelana más pequeña. El aroma dulce de la mezcla inundó el área impregnando la casa.

Honestamente olía muy bien.

—¿Tienes visitas? preguntó Meliber observando al techo.

—No, en realidad la energía más amena es la de mi hijo Vil, y la energía más caótica es la de su novio, Glen. Ambos viven acá, Glen está teniendo problemas para controlar su magia últimamente.

—Es un...

—¡Síp! Es un Caliban —completó la bruja.

Ever y yo nos miramos al mismo tiempo. Esa criatura estaba descrita en el libro de Niguel como un ser muy poderoso y bastante destructivo.

—Descuiden —agregó Begonia manteniendo su vista fija en Meliber—. Glen es un chico muy dulce y es prácticamente inofensivo.

—Hasta que nos mate —se burló el dragón.

—No me hagas enojar, Meliber —advirtió la bruja.

—¡Ma! —gritó alguien desde la escalera que daba al segundo piso—. Glen y yo iremos a comer fuera. La energía de tus invitados le está alterando un poco.

Un poco —se burló Meliber dentro de mi cabeza—. La energía de esa criatura expresa que está a punto de enloquecer.

—¡Vil Munich! —reprendió Begonia con una voz grave y autoritaria—. ¡Ven acá en este instante! ¡¿Qué modales son esos?!

El muchacho bajó las escaleras en menos de lo que canta un gallo. Casi me dio la impresión de que se teletransportó.

—Lo siento —agregó el muchacho entrando al espacio del living.

El hijo de Begonia era un chico casi de nuestra edad, su piel era igual de pálida que la de su madre y el cabello tenía el mismo tono de negro, solo que no era tan liso ni tenía ese aspecto sumamente delgado como el de la bruja.

—Meliber, chicas, él es mi hijo Vil —presentó Begonia—. Vil, él es Meliber, un viejo amigo, y ellas son Rosse y Ever.

—Un placer —saludó el chico inclinando levemente la cabeza.

—¿Qué son ustedes exactamente? —preguntó una voz masculina desde las escaleras.

—Él es mi novio Glen —añadió el hijo de Begonia a modo de presentación—. Saluda a los invitados de mamá, cariño —ordenó Vil en voz baja.

Glen sólo hizo un breve movimiento de cabeza en nuestra dirección y no le quitaba los ojos de encima a Meliber. El chico era mucho más grande y corpulento que el hijo de Begonia, en edad aparentaba unos veinticuatro o veinticinco años, y su tono de piel era acaramelado. Parecía el típico surfista de las películas de adolescentes.

—¿Qué son ustedes? —volvió a preguntar Glen, pero esta vez su vista pasó de Meliber a mí—. A ella le están...

—¡Ta! ¡Ta! ¡Ta! —le interrumpió Begonia—. Aún no es momento de hablar de eso, cariño. Primero serviremos el té —La bruja se acercó con la pequeña tetera para llenar las tazas sobre la mesa del living—. Meliber es un Dragón —explicó Begonia mientras comenzaba a llenar las primeras tazas—. Ever y Rosse, bueno, ellas son Ever y Rosse, creo que no tengo un nombre específico por el cual identificarlas.

—Ellas son brujas se sangre —aclaró Meliber. Inmediatamente recordé el terminó del cuaderno de Niguel. Los brujos de sangre eran brujos naturales, poseían magia difícil de controlar, pero no necesitaban hechizos o conjuros para poder utilizarla.

—Todos poseen magia muy caótica, como yo —añadió Glen.

—Así es, cariño. Pero no causarán daño a nadie, han venido aquí por mi ayuda.

El chico asintió, y Vil, el hijo de Begonia, le tomó del brazo y lo arrastró hacia la puerta.

—Un placer conocerlos —se despidió Vil antes de cerrar la puerta de entrada.

—¿Azúcar? —preguntó Begonia.

—Primero lo tomaré solo —decidió Ever—. Así veré si necesita algo adicional.

La bruja hizo un gesto de que nos sirviéramos con confianza y tomó una taza para si misma. Luego tomó  asiento cómodamente en una de las poltronas individuales de la sala. Meliber tomó una de las galletas con chispas de chocolate y se sentó en uno de los sofás individuales a un lado de la bruja.

—¿Y bien? ¿Qué desean preguntar? —inició Begonia.  

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