CAPÍTULO TRECE

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   —Entonces, ese diario es de tu bisabuelo Niguel —repitió Ever.

Yo asentí con una leve inclinación de cabeza.

—¡A qué esperas! ¡Léelo! Y así me cuentas lo que dice.

Tomé el cuaderno, que más bien parecía un grueso libro café, y me senté en el escritorio. La habitación se sentía extraña sin todos los bocetos cubriendo los muros.

Ever cogió la cama y se puso a mirar el techo. No tardó mucho hasta acurrucarse y quedarse dormida. Su siesta duró alrededor de una hora. Luego de eso salió de la habitación sin interrumpirme y volvió más tarde con refrescos y golosinas para ambas. Era bueno tenerla cerca. Al menos con su presencia no me sentía tan sola.

Los bocetos del cuaderno de mi bisabuelo eran idénticos a los míos. ¿No es eso extraño?...

Además de los bocetos, el cuaderno de campo contenía un montón de información sobre los portales y sobre los mundos a los que estos conducían. Eran once mundos en total, doce incluyendo el nuestro. Todas sus notas y bocetos ayudaban para describir los lugares a los que cada portal conducía. Había que contar las puertas de izquierda a derecha. Según mi bisabuelo, nuestro mundo estaba en el quinto lugar. Los cuatro primeros mundos estaban catalogados como peligrosos. Eran mundos repletos de magia, pero, por lo visto, no aportaban mucho a nuestra sociedad, pues carecían de vida humana y sólo había criaturas que los hacían agrestes.

Mi bisabuelo no recomendaba ir allí, el exceso de poder mágico te podía volver loco.

Del séptimo al doceavo mundo sus explicaciones fueron más detalladas, había hostilidad y desconfianza por parte de sus habitantes, especialmente del onceavo, debido a nuestros poderes.

Los seres del onceavo mundo carecían de talentos como los nuestros, pero podían tomar cualquier forma que quisieran. La palabra "camaleón" estaba escrita y tachada varias veces en las hojas, no supe si para impedir que se leyeran o para destacarlas aún más, pues aún era posible leerlas.

Mi bisabuelo Niguel se había tomado muy enserio lo de su investigación sobre los portales y sus mundos. Las notas sobre el onceavo mundo fueron extensas y un poco confusas de entender en algunos párrafos. Al principio, nuestro pueblo y el de los camaleones intercambiaron conocimiento, fue un intercambio limpio, o eso creímos nosotros. Pero los camaleones tenían otras intenciones, averiguaron la forma de robar nuestros talentos y poder utilizarlos a su antojo. Luego de eso infestaron nuestro mundo y hasta el día de hoy nos encontramos luchando contra ellos.

Según los escritos, pude darme cuenta de que mi bisabuelo Niguel pensaba que el mayor problema con el que lidiaban los camaleones eran los portales. Como no podían utilizarlos a su antojo, ya que carecían de habilidades mágicas para ello, vieron imposibilitados sus planes de expandirse a los otros mundos.

Erróneamente nuestra gente creó portales idénticos en cada uno de los doce mundos, pensando que estos pudiesen coexistir algún día. Lo que no esperaron los ancianos fue que los camaleones planeaban cazarnos y utilizar nuestros dones para esclavizar cada uno de los mundos.

Ever me quedó mirando.

—Así que por eso eres considerada un peligro —habló luego de un momento—. A los profesores les da miedo que reactives los portales y los camaleones infesten otros mundos.

—Eso parece —admití.

—Espera —dijo Ever de pronto—. ¿Qué hay sobre el sexto mundo?

—No lo sé. Alguien ha sacado esas páginas.

Ever tomó el libro y observó con detenimiento el espacio en donde debían de estar las páginas faltantes.

—Son tres hojas las que faltan —me aseguró—. ¿Quién las habrá sacado?

—No creo que haya sido Noland —sopesé—. Él quería que leyera el cuaderno. Pero de igual forma le preguntaré mañana.

—¿Cómo dijiste que se llamaba tu bisabuelo? —preguntó Ever.

—Niguel —recordé—. Así lo llamó Noland.

—¿Qué extraño? —declaró la rubia—. La dedicatoria del final la ha escrito un tal Carlos.

—¿Carlos? —Dudé—. Ese era el nombre de mi padre.

—¿No dijo el Director que el cuaderno lo tenía tu padre? Quizás él escondió las páginas faltantes.

Le quité el cuaderno a Ever y leí nuevamente la dedicatoria: Las respuestas se encuentran tras los muros. Carlos R.

Nada de ello me hizo sentido.

Salimos del cuarto justo a la hora de la cena. Jace volvió a sentarse con nosotras así que con Ever contamos todo lo que habíamos descubierto. Al proporcionarle el nombre de mi bisabuelo, Jace recordó que había leído su biografía en la biblioteca. Mi bisabuelo Niguel había sido uno de los miembros del consejo más poderoso. Él y el resto de ancianos habían dedicado sus vidas para conocer cada uno de los diferentes mundos y así mismo habían decidido cerrar los portales para evitar futuros enfrentamientos con los camaleones.

—¿No les parece que hay algo extraño en todo esto? —preguntó Jace.

—¿A qué te refieres? —hablé.

—¿Por qué no sabemos nada del sexto mundo? —continuó Jace—. ¿Qué pasa con ese lugar?

Me quedé pensando.

—Quizá es una pista —añadí estando de acuerdo con Jace—. Nadie oculta algo a medias a menos que quiera que lo encuentren.

Estuvimos divagando así por mucho tiempo.

Dejando de lado el tema de mi bisabuelo y de los portales dimensionales, tengo que admitir que fue grandioso compartir mesa con Jace, y creo que Ever también pensó lo mismo. Su compañía era demasiado agradable.

—¿Qué hay entre ustedes dos? —interrogó Ever mientras nos dirigíamos a los dormitorios de las chicas.

—No lo sé, somos amigos —agregué encogiéndome de hombros.

—No me refiero a eso, sonsa. ¿Qué acaso no te has dado cuenta de cómo te mira Jace?

Observé a Ever sin entender de qué demonios me estaba hablando.

—Siempre he pensado que entre ustedes dos pasa algo —especuló—. No sé, hay química, se ve. Tan sólo quedan unos meses de clases y ya no tendremos que volver a pisar la academia.

—¿A qué vas con todo eso? —pregunté a Ever haciendo el gesto con las manos de que se apurara. Odiaba que no fuera al grano.

—Quizás Jace va a invitarte al baile de fin de año —soltó Ever y cerró la puerta de su cuarto en mis narices.

Y allí me quedé yo, con la cabeza hecha un desastre. De seguro Ever se estaba retorciendo de la risa ante mi cara de turbación. Siempre me las había arreglado para escaquearme del baile de fin de año, en especial porque nunca tenía pareja y eso me hacía las cosas más fáciles. ¿Pero qué pasaba si Jace me pedía que lo acompañase al baile? Ya no tendría excusas para quedarme en el cuarto. Que fuera la sobrina del director ayudaba a espantar a los chicos, pero ya no teníamos once años, nada de eso era relevante.

¿O sí?...

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