119. Las apariencias engañan

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Yerik

A veces, ni yo me entiendo a mí mismo, pero la verdad es como si no importará. Miro la habitación de la clínica y sonrío, todo tan blanco, no puedo vivir aquí. Me genera una especie de asco estar en un hospital, supongo que varias personas también le sucede eso, aunque a mí es por algo en particular.

La puerta del cuarto se abre y me mantengo sentado en la camilla. El doctor sonríe y observo que tiene una jeringa en su mano.

—¿Qué es eso? —Entrecierro los ojos mirando el líquido.

—Solo es vitamina, nada de que preocuparse.

—¿Quién es usted?

Se ríe.

—Tu doctor, ¿No se nota? —Señala la bata con su dedo.

—Lo siento —Sonrío —no lo había visto antes, solo eso.

—¿Me darías tu brazo? —Se me acerca y alza su mano.

No confío en este tipo, sus gestos son sospechosos.

La puerta vuelve a abrirse, entonces veo a Lexie entrar, el hombre baja la jeringa y la oculta ¡Bingo! No me equivoque.

—¿Usted es? —pregunta la bonita pelirroja.

—Yo ya me iba —La empuja y sale corriendo de la habitación.

—Auch ¿Pero qué le pasa? —Se soba el brazo molesta.

—Este hospital no tiene seguridad parece —expreso animado —. Triste realidad, segunda vez que entra gente rara aquí ¡Genial!

—¡¿Genial?! —Se enfada —Eso no puede ser nada bueno —Se nota preocupada.

Cómo siempre.

—¡Esa depresión! —opino —Necesitas alegría en tu vida —Me río.

—Parece que tú tienes de sobra —Bufa.

—Quizás sí, quizás no —Juego con las palabras y muevo la cabeza —. A veces las apariencias engañan.

Suspira nuevamente.

—Deja el juego de palabras, me estresas.

—Creí que ya estabas estresada —bromeo.

—¡Ese no es el punto! —se queja y mueve el brazo —Auch —Le duele por el golpe del falso médico.

—Es un mal movimiento —Me levanto de la camilla y camino hasta ella.

—¿Qué haces?

—Así —Le muevo el brazo.

Se sonroja.

—¿Cómo lo hiciste? Ya no me duele —exclama sorprendida.

—No me preguntes a mí, tú eres la médica —Toco sus manos —. Que pequeños dedos —opino.

—¿Estás coqueteando conmigo? —dice confundida y se suelta.

—La última vez que coquetee con una mujer, fue por trabajo, así que creo que no. No hay un fin necesario en esta acción, así que no.

—¿Trabajo? ¿Eres un gigoló acaso?

Me río.

—¡No! Aunque si me he acostado con mujeres por culpa del trabajo.

—¿Qué clase de trabajo tienes? —pregunta desconcertada.

Me acerco a su rostro.

—Es un secreto, pero soy espía.

—¿Es una broma?

Sonrío ampliamente.

—Claro que sí.

Lealtad Tatuada (R#4) [Lealtades #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora