03 nessun dorma

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Morrison no tiene lugar en la casa de Iero, es Pavarotti el que con sus alaridos provenientes de su diafragma, bloquea el paso a aquel Rey Lagarto. Frank solo viste un pantalón, su respiración de drogadicto le obliga a cerrar los ojos, como un sonámbulo sube las escaleras chillonas de su casa y llega a su cuarto. El estéreo grita a una extensión de dos kilómetros cuadrados. El tatuado saca una bolsa con metanfetamina de su ropero, mordiendo sus labios. Se tira en su cama, abriendo la bolsa del cristal para luego tomar la cuchara que reposa en su buró y el encendedor. Saca un hule del bolsillo izquierdo de su pantalón, lo amarra en su brazo derecho, pues el izquierdo todavía lo tiene adolorido por la dosis de esa madrugada.

Ojos avellanas brillantes, pedacitos de hielo tóxico en la cuchara, el fuego derrite la droga. La voz de Pavarotti acompaña aquella bella arte de consumir metanfetamina, pues junto a cada acorde de piano y aquellas dulces palabras, el llenar la jeringa con el cristal es casi glorioso. Frank suelta un pequeño jadeo, sosteniendo la aguja con la boca, y manipula su brazo derecho con la mano izquierda.

El silencio causa paz, la casa es una ruina a este punto, las luces apagadas, en su cuarto restos de comida putrefacta, cosas rotas gracias a esos arranques que tiene cuando consume drogas estimulantes, también hay algunas manchas de sangre, de esas que no necesitan explicación. Durante el silencio de ópera, la aguja de la meta atraviesa su piel, clavándose en La Vena, Frank cierra los ojos, disfrutando de la pieza musical que se extiende en su casa. El líquido impregna su sangre con una sensación rápida y estimulante, se siente como una suave ola de mar, que arrastra a Frank al fondo del infinito.

*

El drogadicto detiene sus pasos cuando está a unos quince metros de llegar a la puerta principal del Bella Muerte, su mano izquierda va a rascar el piquete de su brazo derecho, Frank da un paso atrás, pero el hombre que viene saliendo del hotel lo ve.

— ¡No huyas!— el tatuado larga un suspiro, resignándose a ver al hombre regordete caminar hacia él; el señor Black se coloca justo frente a Frank, cruzando los brazos.

—Allen me contó que olvidaste una píldora con heroína debajo del mostrador, ¿debo preguntar?

—Jack...

— ¿Vienes de drogarte? ¿Sabes?, no contestes, acompáñame― Frank suspira, siguiéndole, tiembla porque no ha comido desde el día anterior, además de que van ocho horas de cristal, y todavía no lo rompe todo. —Necesitamos hablar— suspira Jack, viendo a su empleado sentarse en la silla frente al escritorio.

—No me acabo de drogar, Jack, fue en la mañana, no crucé tiempos— se excusa enseguida, pasando una mano por su rostro. Su jefe se sienta en la silla de su escritorio, entrelazando los dedos de sus manos y colocando las mismas en la mesa.

—Linda era muy buena amiga mía...

—Aquí vas.

— ¡Es que no puedes seguir así, Frank!, créeme que hago bastante dejando que conserves este trabajo, pero hijo, Linda murió hace casi diez años, ya no eres ni la sombra del chico que eras.

—Estoy bien, no llevo tanto tiempo metiéndome cosas fuertes, y lo sabes. — gruñe el tatuado, levantándose del asiento.

—Llevas cinco años metiéndote esto— regaña Black, alzando la píldora de heroína —Desde que murió tu madre no has hecho nada aparte de consumir cosas cada vez más fuertes, ¿cuándo vas a entender que esta no es la respuesta?— Frank recarga las palmas en la mesa, inclinándose para quedar frente a Jack.

—Es mi respuesta, si no es la tuya, despídeme, puedo arreglármelas solo.

— ¿Y arriesgarme a que intentes suicidarte de nuevo? Tu tía me mataría. — el hombre le sonríe con amargura —¿Quieres intentar el centro de rehabilitación de nuevo?

hotel bella muerte |frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora