Capítulo III Mar dulce

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De pronto, estaba ahí de pie y entre sus brazos. Ambos nos detuvimos como pensando en volver al minuto anterior. Me miró con sus ojos llenos de mar embravecido. Yo no quería ni podía separarme de él. Volvió a besarme, sus manos bajaron por mi espalda, tocaron la cintura y se deslizaron por mis caderas hasta el costado de mis piernas para volver a subir y bajar nuevamente. Una de sus manos rodeaba mis glúteos y la otra acariciaba suavemente mi entrepierna. Me sentía excesivamente húmeda. De pronto nos separamos como si nos hubieran dado choques eléctricos, nos distanciamos un metro de un solo salto. El ruido de la puerta de vidrio nos dejó el corazón acelerado.

- ¡Ya! Pasen, rápido -. Nos indicaba Pablo cubriendo sus partes íntimas con una toalla.

No dijimos nada, sólo corrimos. Recogí mis cosas de la sala de estar y salimos de la casa. Mientras bajábamos por el elevador, nos dio un ataque de risa. Cuando caminábamos hacía mi coche, me di cuenta que no habíamos hablado nada en el camino hasta que Hugo rompió el silencio.

- Deje mi coche en el restaurante ¿Me llevas a casa? -. Sonreía mientras el mar de sus ojos seguía embravecido.

- ¡Claro! Sube -. Sonreí maliciosamente.

Voy a aceptar que no había pensado en otra cosa más que en terminar lo que había empezado en la terraza de Pablo. Y después de eso, veré cómo haremos para no perder nuestra amistad. Subí al coche con la firme convicción de que era sólo la abstinencia de sexo por tres meses la que me llevaba a cruzar ésta línea y que esperaba no perder a Hugo en el proceso.

Dentro del coche, Hugo estaba siendo el chico más tierno del mundo. Acariciaba mi cabello, tocaba mi mano cuando usaba la palanca de velocidades. Lo miré por el rabillo del ojo y sonreí con la idea de que él tampoco se había arrepentido de lo sucedido y quería aún más. Pero ninguno de los dos decía nada.

- ¿Crees que Pablo nos haya visto? -. Pregunté rompiendo el silencio.

- No, estaba ocupado tratando de que Alondra no nos viera ¿Te preocupa que nos vean?

- No -. Solté sin pensarlo.

- ¿Quieres subir a beber algo? -. Preguntó en cuanto estacioné el coche.

- Sí, me encantaría.

Cuando entramos al elevador, lo besé apenas cerró la puerta. Él me sujetaba con una mano la cintura y la otra bajaba por mi cadera hacia el muslo, llevando mi pierna a su cintura. Su mano subía hacía mis glúteos y me elevó. Rodeé su cintura con mis piernas. Me pareció corto el tiempo hasta que salí en sus brazos del elevador a su penhouse. En ese pequeño pero importante camino, algo dentro de mí, pedía que mi memoria grabara cada segundo con él.

Al entrar, me llevó hasta su sofá de piel y comenzamos a desvestirnos con tanta ansiedad que se notaban en nuestros movimientos bruscos. Sentados en el sofá, volvió a besarme y su mano acariciaba mi vientre hasta la vulva, pasando por las ingles. Comencé a sentir punzadas en el clítoris, como exigiendo que penetrara mi vagina. Entonces, como si hablara el idioma de mi cuerpo, sus dedos se deslizaron por los labios mayores a los menores. Las piernas me temblaban. Sus dedos entraron suave y verticalmente a mi vagina. Ahí dentro, los giró dejándolos de forma horizontal, arrancándome un gemido. Su pulgar presionaba mi clítoris. Mis uñas se clavaban en su espalda, mientras yo lo masturbaba con una mano. Su entrar y salir me hacía gemir cada vez más, después de unos minutos ese sabor al postre carlota se impregnaba en mi paladar.

- Siéntate sobre mí -. Me susurró

Sus dedos salieron suavemente de mí. No pude evitar gemir más fuerte ¡Él me hacía temblar! Cuando iba a sentarme dándole la cara, me giró. Mis piernas rodeaban sus piernas y me senté|. En cuanto entró su miembro totalmente erecto en mí, noté lo grande y grueso que es. Comencé a moverme mientras él besaba mi espalda, me sujetaba la cadera con una mano y con la otra presionaba mi clítoris en pequeños círculos. Sentía su respiración agitada en mi espalda y mis gemidos inundaban la habitación. Sabía que mi orgasmo estaba por llegar al sentir como se ponían erectos mis pezones y por inercia me apreté los pechos con ambas manos.

Me haló del cabello y comenzó a moverse más rápido. No pude evitar pensar que... ¡Conoce el idioma de mi cuerpo! Las piernas comenzaron a temblarme más, formé un arco con mi espalda, su miembro salió de mí. Mi orgasmo y algo más llegaron de la mano. Grité tan fuerte que creí que el portero podría haberme escuchado. Hugo no dejaba de tocar mi clítoris mientras yo lo inundaba en un mar dulce ¡Mi primer squirt! Y yo que creía que eso era ciencia ficción, que sólo eran un montaje de las películas pornográficas. No pude evitar pensar que su apodo era tan acertado ¡Poseidón, las aguas te obedecen!

Me soltó el cabello y acomodé mi cabeza en su hombro. Él no dejaba de abrazarme y tocarme los pechos con su otra mano, como conteniéndome hasta que puse mi mano sobre la suya, y confirmando que entiende el lenguaje de mi cuerpo, detuvo su movimiento y cubrió toda mi vulva con su mano muy quieta.

- Es una delicia escucharte gritar -. Susurró.

- Creo que me escuchó el vecino de abajo, mínimo -. Respondí agitada.

Ambos reímos levemente, pero algo me decía que yo no era la primera mujer que tuvo un squirt con él.

PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora