Capítulo VI Sexo telefónico

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- Tengo ganas de probar tus labios otra vez, siento que no fue suficiente -. Suspiró. – Quiero tocarte nuevamente, siento que no me sacié de ti ¿Te tocarías para mí? Muero por oír tus jadeos y tus gritos -. Dijo con la voz más dulce que tenía.

- Hugo...

Se me escapó un suspiro, lo deseaba tanto, deseaba sus manos sobre mi piel, su lengua buscando la mía y ese calor que no me quema volvía a invadirme el cuerpo entero. Sin pensarlo más, me acomodé en un lado de la cama, levanté mi vestido y comencé acariciarme las inglés. Mis suspiros y resoplos se intensificaban.

- Imagino que beso tu piel, tus piernas, tus muslos -. Suspiró -. Paso mi lengua por tus labios mayores -. Dijo con voz temblorosa y jadeante.

- Me haces temblar de deseo por sentirte dentro de mí -. Dije con voz suspirosa.

En ése momento, los jadeos y suspiros se hicieron más sonoros, sentía como mis dedos se humedecían mientras iban abriendo paso entre mi carne y sus resoplidos aumentaban. El gusto al postre Carlota me invadía con cada palabra suya. Instintivamente me llevé la otra mano a mi pecho y apreté el teléfono contra mi rostro.

- Paso mi lengua por tu clítoris, meto mis dedos en tu vagina ¡Uff! -. Hizo una pausa de suspiros. – La tienes tan húmeda que ahora mi miembro entrará fácilmente.

- Y eso quiero -. Respondo entre jadeos. – Te quiero dentro.

- Y yo quiero probar tu mar dulce, deja que caiga todo tu squirt en mi cuerpo.

Sus resoplos y jadeos reprimidos se intensificaron, los míos aún más que antes. Por unos minutos, nuestra conversación era una sinfonía de suspiros, jadeos y resoplos. Hasta que él rompió el silencio.

- ¡Mueve más rápido esos dedos! -. Dijo en voz baja pero demandante.

Tan rápido como obedecí, sabía que iba tener un squirt, pero me contuve lo suficiente para no mojar la cama. Mis gemidos se hicieron un grito en cuanto mi orgasmo llegó.

- ¡Dios mío!

- Isela -. Dijo entre resoplos que delataban su orgasmo.

- Dime -. Respondí en un suspiro.

- Llámame Hugo, como siempre. "Dios mío" es muy formal -. Dijo entre jadeos.

- ¡Ja, ja, ja! Tonto -. Repliqué con un hilo de voz.

- ¿Cómo te sientes? -. Preguntó con una mezcla de risas y jadeos indicando que su respiración volvía a la normalidad.

- Triste, muerta de celos y deseándote más que nunca -. Respondí un tanto incrédula de que le había dicho todo lo que quería ocultar.

- Bonita, explícame el por qué.

- Porque te quiero, te echo de menos, porque Fleur está en tu cama, tú estás con ella y no conmigo -. Respondí con un quiebre de voz al decir el nombre de ella.

Hubo una pausa, en mi mente sabía que lo estaba estropeando, se suponía que nada iba a cambiar y hago mi rabieta cual niña mimada a la que le quitan su juguete. Se me escapó una lágrima, pasé saliva intentando que el nudo de la garganta se disolviera. Cuando iba a emitir una disculpa y tratar de no perder a Hugo, comencé a escuchar el ruido de una puerta cerrándose.

- ¿Hugo?

- ¿Estás enamorada de mí?

- Yo...

El miedo se apoderó de mí, tengo miedo de confesar que me acababa de dar cuenta de lo mucho que lo amo, miedo de decirle que había aceptado estar enamorada unas horas atrás, cuando estuve en su ducha. Tengo miedo de perderlo a él.

- Estoy enamorado de ti desde que te vi caminando en el centro comercial. Parecías un ángel, a tu alrededor sólo veía nubes y cuando me sonreíste, el mundo se detuvo para mí.

- Estoy muriendo porque te amo y no puedo estar tan lejos de ti. – Respondí y las lágrimas no dejaron de caer por mis mejillas. - ¿Estás bien, qué es ése ruido?

- Estoy saliendo del elevador, voy a tu casa porque tampoco puedo estar sin ti.

- ¿Y qué pasa con Fleur? -. Pregunté secando las lágrimas de mis ojos.

- Fleur sabe que no quiero estar con ella, se lo dije antes de que viniera y se lo repetí antes de hablar contigo. Esto iba a decírtelo mañana -. Suspiró. – Iba a contarte todo mañana, que muero por ti y que quiero algo más contigo.

- Hugo...

Enmudecí, no podía creer lo que estaba oyendo ¡Él me ama! Mi corazón se aceleró, me levanté de la cama y me miré en el espejo. Sequé las lágrimas. Quise arreglarme, ya que venía a mi casa.

- Quiero estar contigo, Isela, con nadie más.

- Y yo contigo -. Respondí aliviada. – ¿Colgamos para que conduzcas?

Quería ganar tiempo para una ducha rápida o lavarme las manos y asimilar lo que pasaba. Me di cuenta que estaba sonriendo sin querer, tenía un mar de emociones en el corazón que luchaban por salir, mis mejillas se sonrojaron sin saber por qué.

- No, te estoy poniendo en alta voz, no quiero colgar. Tengo miedo.

- ¿Miedo a qué? -. Pregunté con preocupación.

- Que cuelgue y cuando llegue a tu casa hayas pensado en miles de razones para cambiar de opinión.

PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora