Capítulo I El principio del final

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Sentada ahí, detrás del volante, veía como el cursor parpadeaba en el teléfono. El bullicio de la calle llegaba hasta mis oídos como si saliera de una burbuja y entrara a la realidad de nuevo. Guardé el teléfono y conduje hasta la playa. Bajé y caminé con los pies descalzos en la arena, mi peso hundía mis pies y el calor que guardaba la arena me cobijaba.

Pensaba en cómo todo terminaba el mismo día en que empezó, un viernes por la noche. Todo había sido tan intenso, tan repentino, como un golpe de agua fresca que también ahogaba. Volvería la ansiada calma, dejando ese incesante vaivén que me obligaba a bailar una danza de emparejamiento a la que no le seguía el ritmo.

El viento comenzó a soplar, con los zapatos en la mano caminé de regreso al coche, habían pasado dos horas después de que salí del restaurante de Hugo. Cuando entré al coche, el teléfono sonaba y lo dejé sonar sin mirar quién me llamaba. No quería hablar con nadie, es tiempo de aceptar que por mucho que José me hiciera vibrar y avivara mi fuego, era tanto que me quemaba y su humo me asfixiaba.

Todo se volvió negro pero sentía cómo sus labios rozaban mi cuello, su barba de tres días raspaba un poco, su mentón dañaba mi clavícula. Mis gemidos bailaban entre el dolor y el placer, sus manos me sujetaban por las muñecas. Sus fuertes embestidas en combinación de sus labios que bajaban por mis pechos hacían que mis gritos subieran de intensidad ¿Pero qué es ése calor que no me quema sino que es agradable y me hace sentir tan plena? ¡Dios, no quiero que acabe esto! Su mentón ahora rozaba mi hombro derecho. Ese suave susurro diciendo: "Debí hacerlo antes", fue el que me despertó.

Abrí los ojos, había apoyado mi cabeza en el volante. Tenía los dedos adoloridos por haber sujetado las llaves con fuerza, estaba húmeda y ese sabor a postre carlota en el paladar que me daba vértigo después del sueño que había tenido. Miré la hora en el tablero, tres de la mañana. Revisé mi teléfono y tenía muchos mensajes. El último mensaje de José, decía que iría a mi casa si no respondía, eso fue hace una hora. Me puse en marcha para ir a casa.

Cuando iba de camino a mi casa, entró una llamada de Alondra y respondí desde el botón del volante:

- Alondra, voy camino a casa ¿Cómo fue la reunión?

- ¡Por fin respondes! -. Me dijo con franco alivio. - Estamos preocupados por ti.

- Estaba en la playa y me quedé dormida -. Respondí un poco apenada.

- Como no nos respondías, Hugo va camino a tu casa.

- A ver si no se topa con José -. Dije algo inquieta.

- ¿En serio, te quedaste de ver con él? -. Preguntó y noté que además de preocupada, estaba molesta.

- No, sólo que al despertar leí un mensaje de José.

- Bueno, deja avisarle a Hugo que ya te encontré y que vas a tu casa.

Colgamos, pero en las palabras de Alondra noté que quería deshacerse de mi llamada. Tal vez estoy exagerando y no hay nada raro en eso, sólo es para que Hugo no se preocupe más. Después de todo, Hugo llegaría antes que yo a mi casa, por mucho que todos los semáforos hayan sido verdes desde que salí de la playa.

Cuando por fin llegué a casa, Hugo y José estaban muy cerca para hablar tranquilamente y la risa de Hugo era irónica. Estaba en serios problemas, esto no iba a acabar bien para dos de los tres que estábamos ahí.

- Éste no es mi restaurante y aquí te puedo tocar sin temor a dañar mi imagen -. Decía Hugo notablemente irritable.

- ¡Te gusta ella, no creas que me trago el papel del buen y santo amigo! -. Gritaba José. - ¡Ningún hombre es tan bueno ni tan desinteresado si no supiera que se la va a coger!

Mientras caminaba hacia ellos, Hugo le dio un puñetazo en el rostro y unos más en el abdomen. José se cubría con ambos brazos y caminaba hacia atrás. Apresuré mis pasos y grité cuando vi a José caer.

- ¡Deténganse ahora! ¿Están locos?

- ¡Es un imbécil y no te tiene ningún respeto! -. Gritó Hugo.

- Bajemos la voz, por favor. Ya no son horas -. Dije tratando de calmar los ánimos y poniéndome delante de Hugo para evitar que se tocaran de nuevo.

- Dile que se vaya -. Dijo José mientras se levantaba.

- Ambos se irá, pero primero tú. No estoy lista para hablar contigo.

- Si me voy yo, no me verás más ¡Decide! -. Respondió José con un azul turbio en los ojos.

Guarde silencio por unos segundos, mis pensamientos corrían rápido, sabía la respuesta pero no quería aceptarla del todo. Esto no iba a ser bueno para dos de nosotros tres.

- Que así sea -. Le dije sosteniendo la fría y turbia mirada de José.

- ¡Zorra! -. Me gritó cuando caminaba lejos de mi casa.

Me sentí mal por él, me sentí mal por poner a Hugo en esa situación. Pero no había nada qué hacer, José iba a irse a otra ciudad y aunque se quedara, su actitud me estaba matando lentamente. Había cosas buenas en José, aunque ni él mismo las pudiera ver. Me giré, miré a Hugo.

- Lamento mucho haberte puesto en esta situación -. Le dije sinceramente apenada.

- No tienes que disculparte ¿Estás bien? -. Respondió tocando mis mejillas.

Ese calor de nuevo, ese calor que no quema sino que es agradable al tacto, me daba paz. Ese calor que sólo emanaba Hugo ¿Por qué el verde de sus ojos se enturbió? Parecía que guardaban un rencor de antaño.

- Sí, sólo me quedé dormida en el coche cuando estuve en la playa y francamente, estoy hambrienta -. Respondí poniendo mi mano sobre la suya.

- Te preparo algo rápido -. Me dijo mientras me rodeaba con brazo y caminábamos hacia dentro de mi casa.

- ¿No es mucho abusar? -. Pregunté tratando de que no se notara mi sonrisa.

Para ser honesta, me sentía más tranquila. Quizá no podía pasar éste momento sola, no sabía cómo iba a reaccionar José después de hacerle saber que no podía seguir con él, al menos no al ritmo que me pretendía llevar.

PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora