Capítulo VII Te conozco

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En cuanto me lo dijo, tuve el mismo miedo. Yo no quería dar marcha atrás, pero ¿Y si él comenzaba a dudar? Sentí como si miles de puñales me atravesaban ¡Serénate Isela! Respiré profundo.

- Bueno, no colguemos. Yo tampoco quiero que cambies de opinión -. Respondí.

- Yo no cambiaría de opinión, pero haría cualquier cosa para no perderte.

- Y yo, haría cualquier cosa porque seas feliz.

- ¿Por qué tardamos tanto en decirlo? -. Preguntó con un dejo de nostalgia.

- Yo no lo quería ver, no quería creer que estaba enamorada de ti. Quizá por miedo a que no me correspondieras -. Dije mientras caminaba al baño.

- Pero si todos notaban que estaba enamorado ¿Tú no?

- Creí que era nuestra amistad de tantos años -. Respondí mientras abría el grifo del lavabo.

- ¿Qué haces?

- Me lavo las manos -. Dije sonrojada.

- No puedo quitar de mi mente tu cuerpo desnudo ni tus gritos, sigo excitado -. Dijo después de una risita.

- ¿De qué te ríes, tonto? -. Pregunté riéndome.

- Imagino la escena, tú frente al lavabo y sonrojándote con el teléfono apoyado en el hombro -. Terminó riéndose.

- Me conoces tan bien -. Respondí riendo.

Hubo un silencio mientras cerraba el grifo y secaba mis manos con la toalla. Me sentía cómoda, él me conocía de siempre, no había nada que no supiera de mí y no había nada que no supiera de él. Era como si un rompecabezas que había estado armándose durante años encontraba su pieza faltante. Suspiré mientras pasaba una toallita húmeda para asearme un poco.

- Estoy a dos calles de tu casa.

- Espera que te pongo en altavoz -. Dije mientras me separaba del teléfono para ir a la habitación y poder buscar un camisón.

- Estoy nervioso, Isela -. Me dijo con un poco de tristeza.

- No he cambiado de opinión –. Respondí a gritos mientras me desnudaba.

- He soñado esto durante años y al fin está pasando.

- Está pasando -. Respondí gritando, mientras me ponía el camisón.

- Voy a estacionar.

- Ya salgo.

Colgué y me dirigí a la puerta de entrada. Iba descalza y lo noté apenas llegué al salón de estar. No me importó, abrí la puerta y él estaba ahí, de pie frente a mí. Sus brazos me encontraron y sus labios se pegaban a los míos, sus manos me recorrían descubriendo que no llevaba ropa interior y mis brazos lo ceñían a mi cuerpo.

- La puerta, tengo que cerrarla -. Dije mientras él besaba mi cuello.

Giró la cabeza, y la empujó con el pie. No sé si cerró bien la puerta, pero en ése momento yo estaba en el lugar más seguro del mundo: sus brazos. Los mismos que me alzaron y mis piernas rodearon su cintura instintivamente, mientras él caminaba conmigo en brazos. De pronto sentí que mis glúteos rozaban una superficie dura y plana: la mesa del comedor.

El mar embravecido volvía a sus pupilas mientras le iba quitando la camisa para descubrir sus músculos. Sus manos jalaban mi camisón por la parte de abajo, subiéndolo poco a poco, descubriendo mi desnudez. Sin saber por qué, comencé a temblar entre sus brazos ¿Así se siente el amor? Nadie me había hecho temblar tanto. Me recostó lentamente en la mesa, los glúteos al aire y mis piernas aún lo rodeaban. Sus labios besaban los míos y sus manos recorrían mis brazos con pequeñas caricias. Sus labios fueron bajando suavemente sobre mi piel al igual que sus manos, convirtiendo mi cuerpo en carne trémula que vibraba entre sus brazos.

Todo éste juego previo, me tenía expectante y húmeda. De pronto su mano derecha bajó rozando mi vulva provocando que me estremeciera. Su miembro entrando en mi vagina hizo que un pequeño jadeo se escapara junto a su nombre de manera tan suave, mientras mis manos apretaban sus hombros y mis uñas rozaban apenas su piel. El aliento que expulsó con un jadeo apenas audible golpeó mi cuello.

- Te amo Isela -. Susurró en oído.

- Y yo a ti -. Respondí con la voz entrecortada.

El ritmo del vaivén de Hugo iba aumentando, como si la sangre comenzara a hervirle por todo su cuerpo. Totalmente erguido, sus manos ahora sujetaban mis piernas. El ruido de la mesa cubría mis gemidos mientras mis manos sujetaban la mesa. En uno de sus movimientos de vaivén, sacó totalmente su miembro de mí y junto mis piernas, apoyándolas en su hombro derecho, sujetó la mesa por el borde con su mano derecha y con la otra sólo aplicó presión. Se inclinó un poco sobre mí al mismo tiempo que me penetraba. Di una pequeña arqueada y llevé mis manos sobre mis pechos juntándolos, lo que aprovechó para rozar mis pezones con la punta de su lengua.

Mis gemidos inundaban la habitación. De nuevo, en uno de sus movimientos de vaivén, sacó su miembro de mí y colocó mis piernas extendidas sobre la mesa, obligándome a girarme hacia la izquierda. Volvió a sujetar la mesa como antes, con todo su cuerpo sobre mí, lentamente me penetró para después volver a sacarla completa y lentamente, éste era su nuevo movimiento de vaivén. Las piernas comenzaron a temblarme siguiendo el ritmo de sus jadeos. No podía más, estaba a punto de llegar al orgasmo y deseaba tenerlo dentro completamente.

- ¡Déjalo dentro! -. Dije en una especie de grito susurrante.

- ¿La quieres toda dentro? -. Preguntó sin bajar el ritmo de su movimiento.

- ¡Hugo! -. Grité jadeante.

Sin poder evitarlo, volvía a sentir que salía de mí el líquido que él llamaba "mar dulce". Las piernas no dejaban de temblarme. Ahora su mano derecha ejercía presión sobre mis piernas, intentando así contralar mis movimientos. Volvió a penetrarme, pero su ritmo ahora es rápido, yo seguía jadeando y escuchando sus jadeos reprimidos que erizaban mi piel. De pronto sentí que su mano apretaba mis piernas y su miembro me inundaba por dentro con su simiente.

PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora