40. Skyscraper

580 72 57
                                    

"You can take everything I have
You can break everything I am
Like I'm made of glass
Like I'm made of paper"

Echo a andar con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Fijo la vista en mis propios pies, en el asfalto sucio y desgastado, y en las pequeñas malas hierbas que salen a través de algunas grietas. No hace calor, tampoco hace frío... No pasa ni un solo coche por esta calle, no hay ni una sola persona. Solo yo.

Me siento como si me hubieran arrancado una parte, como si me hubieran arrebatado algo importante. No estoy llorando. ¿O sí estoy llorando? Me llevo una mano a la cara para comprobarlo: estoy llorando, pero apenas me había dado cuenta. Son lágrimas silenciosas, clandestinas, involuntarias.

No puedo pensar con mucha claridad. Es como si me hubieran puesto en pausa o como si todo alrededor se hubiera detenido.

Una gota resbala por mi cara y cae al suelo. Paso la mano por mi rostro y la piel se me queda oscura. El rímel.

En mi casa se escucha lo mismo que en la calle: silencio. Voy a mi habitación para coger una manta pequeña y vuelvo al salón. Dejo el móvil sobre el sillón, me tumbo y me cubro con la manta.

Me acuerdo de cuando tuvimos la primera interacción: él me dejó pasar primero para entrar en clase. Me preguntó si el castigo había sido por ver porno, me regaló una bolsa de regalices. Me pilló comiendo una regaliz que no había pagado, y por eso lo hizo. Le vigilé y le perseguí... y le hice muchas preguntas. Creyó que era una especie de entrevista para el periódico del instituto. ¿Periódico del instituto? ¿Pero en qué mundo vive para pensar que eso existe en nuestro instituto? Casi puedo sentir la adrenalina de cuando me colé en el despacho del profesor de latín y metí la nariz en documentos personales. Los cómics que me regaló siguen en mi habitación, y de vez en cuando los leo, solo porque me recuerdan a él.

En mi habitación también nos besamos por primera vez, y yo le enseñé, confiada, mi libreta de listas y garabatos. Era mi objetivo número diez. Incluso se reconoció en el dibujo que había hecho en ella. Me miraba constantemente en educación física, y la gente se daba cuenta. Le pregunté qué le gustaba y me dijo que yo.

Le he enviado tantas fotos, de mi cara, de mi cuerpo, de mi ropa interior. Las conversaciones más largas las he tenido con él. La mayoría de mis favoritos son mensajes suyos. Estudiamos juntos varias veces. Fuimos a la biblioteca e hicimos aquella broma del vídeo porno. Jugamos en la cancha y contestamos aquellas cuarenta preguntas. Me contó sus anécdotas, me puse celosa y después lo dejé flipando. Y nos besamos, mucho. Nos tocamos, mucho. Nos abrazamos, quizá un poco menos.

Hicimos de niñeros, conoció a mi padre, y a mi madre. Comenzó a llevarse con Ana, me trajo chocolates, me regaló su gorra. Me besó en clase, me besó en los pasillos, me secuestró en el baño de los chicos. Me habló de sus miedos, le hablé de los míos. Me envió fotos, me contó cosas, confió en mí.

Y ahora todo eso se ha ido a la mierda.

Me duele la cabeza, me duelen los ojos, pero a pesar de ello aquí sigo con la pantalla de mi móvil delante de mi cara. Paso las fotos una y otra vez, pincho en su foto de perfil, que sigue siendo la nuestra, como unas treinta veces, y releo todos los mensajes desde el principio. El principio de la conversación... cuando me disculpé por haberlo seguido. Ese momento me resulta tan lejano ahora.

Sorbo por la nariz y como un trozo más de chocolate. Fue buena idea lo de regalarme chocolates... quizá porque él sabía que los iba necesitar.

Carter: ¿Se ha acabado?

Después de todo me atrevo a escribirle.

Carter: ¿Acabamos de cortar sin más?

Transcurren unos minutos y se pone en línea.

El objetivo de Carter Jones [LIBRO I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora