8. QUIERO ESTAR CONTIGO

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—No —contestó firme Sesshomaru al verla a los ojos —lo hice porque quiero estar contigo.

Aquella frase la dislocó, toda la rabia que mermaba desde su centro se apago de golpe; de repente todo se puso oscuro y se sintió desfallecer. Entonces existió un profundo silencio uno que la hizo dar marcha atrás a sus recuerdos.

—Es mala idea —musitó su tía al mover un poco la cortina de la ventana y ver hacia afuera —este lugar no me gusta.
—Es lo único que puedo pagar —replicó Kagome al seguir vaciando su valija.
—Ya te dije que puedes seguir quedándote conmigo.

Los ojos azules se alzaron al chocar contra los marrones. Su tía Kikyou era una mujer increíblemente hermosa, sus largos cabellos negros, sus perfectas curvas, su piel nívea y sus labios rojos le habían otorgado una carrera exitosa; era una modelo internacional muy reconocida y también muy cotizada.

—Necesito independizarme —en realidad no quería decirle que más, que nada era para darle privacidad, su tía salía con un hombre muy apuesto y ella no le llevaba a su casa por su presencia.
—Casi puedo decir que me mientes —se dejó caer en la cama alzando el vuelo del vestido rojo que llevaba puesto, se cruzó de piernas y sacó de su bolso una larga pipa —te conozco demasiado bien.
—¿Podrías ayudarme con el resto? —su tía se asomó a la valija —tengo clase de inglés y llegaré tarde sino salgo ahora.
—Anda, vete —movió la mano en un gesto por despacharla. Kagome sonrió, tomó su mochila de la cama y le depositó un beso tronado a la mejilla blanca.
—Nos vemos al rato.

Apenas cerró la puerta y comenzó andar por el pasillo con prisa, miró el reloj de pulsera echándose los cabellos hacia atrás y, frunció el ceño al reconocer que llegaría tarde. Corrió hasta el elevador y casi se le detuvo el corazón cuando las puertas casi se cerraban.

—¡No, no! —gritó levantando la mano para detener el andar del aparato —¡Yo también bajo! —añadió al acelerar más.

Entonces una gruesa mano se interpuso en el cierre de las puertas deteniendo en automático la marcha del elevador, alguien en su interior había tenido piedad por ella, aspiro aliviada y entró con la mano al pecho sin ver al hombre que le había ayudado.

—Gracias —dijo agitada.
—No fue nada —contestó el desconocido con voz ronca.

Recuperó su postura y se fijó en el muchacho (porque hasta ese punto se dio cuenta no era un señor) quizás de unos veinticinco años, de tez morena, cabellos largos y negros que atados por una larga trenza le daban un porte aún más rebelde del que tenía pues si la chaqueta de cuero negro, los pantalones de mezclilla casi rotos y la playera negra con el dibujo difuminado una estrella púrpura no te daba a entender que lo era, su semblante arrogante y su porte ladino si.

—¿Te gusta lo que vez? —adujo burlón al oprimir el botón de "PB". Las puertas se cerraron y Kagome dedujo mala idea no a ver usado las puertas.

Quiso mirarlo a los ojos pero las gafas negras impedían del todo el contacto visual entre ambos así que se limitó a fijar su atención en el tablero del ascensor. Conocía perfecto a los chicos de ese porte, ya había tenido la mala experiencia de tratar con uno hacía meses, solo esperaba que el sujeto fuera algún tipo de visitante y no un jodido vecino porque entonces si estaría en apuros, no tenía intenciones de querer volver a encontrarlo; suspiro hondo atiborrada de un montón de pensamientos y por hábito se abrazo por debajo de sus senos e inmediatamente presintió la mirada del tipo en sus pechos ¡Claro! La jodida blusa de tirantes no ayudaba mucho cuando hacía eso.

—¿Te gusta lo que vez? —le pregunto en un tono fuerte al voltear y verlo directamente a las gafas, odiaba que la gente usara esas porquerias en la cara.
El chico sonrió como si le causara mucha gracia y eso la hizo enardecer más.
—Claro —dijo sin dejar de sonreír —tienes unos ricos melones.
Kagome abrió la boca al escuchar semejante grosería.
—¡Eres un...!

Pero el movimiento abrupto del elevador los hizo tambalear, Kagome cayó junto con el tipo que perdía las gafas y la detenía por los brazos. Se vieron entonces a los ojos: el sujeto majadero tenía un hermoso color azul zafiro uno que la hipnotizó por pequeños segundos en donde se separaron al notar la proximidad de sus cuerpos, Kagome no pudo evitar ruborizarse y trató de esconder su sonrojo cuando agachó la cabeza para que sus largos cabellos negros le ayudaran.

—¡Que mierda! —la exclamación de él, la hizo inclinarse y ver cómo apretaba una y otra vez el botón de emergencia —¡Está porqueria no sirve! —bramó al golpear con el puño cerrado el tablero.
—¿Qué pasa? —adujo con miedo.
—El puto elevador se detuvo —contestó al examinar las esquinas —¡Joder!

Kagome se acercó a la fila de botones y tocó el que tenía una campaña amarilla, espero escuchar la alarma de emergencia pero nada se produjo.

—No sirven —espetó al sacar su celular de la bolsa de su chaqueta —y no señal —añadió con el ceño fruncido.

Kagome rebuscó en su mochila, sacó el aparato y con terror confirmó. De pronto se sintió pequeña, el aire falto y todo comenzó a reducirse un pánico inaudito que caló todos y cada uno de sus huesos.

—¿Qué te pasa? —preguntó el moreno al percatarse de lo pálido de su cara.
—No... no... —se dejó caer, apenas si el extraño pudo tomarla por los hombros y detener su caída.
—¿Tienes claustrofobia?
Kagome busco los ojos zafiros, quiso contarle o explicarle que no era así, que millones de veces había estado en espacios reducidos y nunca en su vida experimentó dicho miedo, hasta ese día.
—No... —dijo al bajar la mirada. Aunque ya no estaba tan segura.
—Estás helada —murmuró y sin más se quitó la chaqueta y se la acomodó, Kagome volvió a verlo —y luces muy pálida —añadió al tocarle una mejilla, la azabache percibió el calor de sus dedos —debes de calmarte, respira hondo —ella no entiendo pero igual obedeció —mi hermano Jakotsu también es claustrofobico.
—Si pero... —se apachurro contra la esquina del elevador.
—¿Cómo te llamas? —demandó a saber de repente. Volvieron a verse a los ojos y entonces el moreno se sentó junto a ella mirando directamente las puertas del elevador cerrado. Kagome noto los tríceps marcados del brazo expuesto a su lado pues las mangas de su playera apretaban un poco esa zona.
—Kagome —contestó más tranquila —¿Y que vamos hacer? —se atrevió a cuestionar al contemplar el lugar.
—Esperar a que alguien nos saque de aquí.
—¿Pero y si nadie se da cuenta?
Otra vez el miedo punzante en su organismo erizó su piel.
—Tienen que darse cuenta —se volvió hacia ella —me llamo Bankotsu —agregó cortando la conversación.

Quizás fue la seguridad que el muchacho emanaba o la confianza con la que decía las cosas, no lo supo definir porque bastaba con que siguiera hablando para sentirse tranquila.

—¿Y a donde ibas? —cuestionó al jalar sus piernas hacia el pecho y acomodar sus antebrazos en las rodillas.

Kagome se percató de que sus piernas estaban estiradas así que las encogió y se acomodó. Agradecía ahora la chaqueta de cuero que cubría su espalda y hombros.

—A mi clase de inglés —contesto al hacer contacto visual —¿Y tú?
—Al casino —musitó al apoyar firme sus pies en el suelo. Se fijó otra vez al frente, Kagome comprendió que existía algo de molestia en aquella declaración.
—¿No eres muy joven para jugar en esos lugares? —cuestionó al sentirse curiosa. Ajá, la curiosidad siempre fue el peor hábito que se adjudicaba y que Bankotsu riera de lado, arqueando una ceja la hizo desear saber más.
—No se tiene que ser viejo para jugar.
—¿Y que juegas? ¿Las máquinas traga monedas?
Bankotsu se carcajeó.
—Eso es estúpido —a estas alturas ya se había percatado de su grosero vocabulario —yo juego el póker.
—¿Y eres bueno?
Bankotsu se giró a verla con el semblante más burlón que tenía. La arrogancia destilaba en cada facción.
—Soy el mejor —Kagome sonrió y eso hizo llamar la atención del moreno —¿Qué te causa risa?
—Es que no creo que seas el mejor, quizás seas bueno pero no el mejor.
Bankotsu arqueó ambas cejas sorprendido.
—No puedes opinar si ignoras el juego.
—Se jugar también.
Un silencio inundó el lugar mientras ambas miradas azulinas se desafiaban.
—Pruébalo —espetó él cruzando las piernas y girando su cuerpo hacia ella, Kagome repitió el movimiento.
—Resulta que no llevó naipes entre mis...

No pudo terminar porque Bankotsu estiró la mano hacia una de las bolsas delanteras de la chaqueta y sacó una cajita rectangular, sacó el fajo de cartas y comenzó a revolverlas con maestría.

—¿Y que vamos apostar? —preguntó Kagome admirando cómo las cartas subían y bajaba de sus palmas. Bankotsu entonces se detuvo y amplió más su risa.
—Yo no creo que debas apostar contra un sujeto como yo.
—¿Por qué? —adujo regresando su atención a su cara —¿Tienes miedo?
Otra sonará carcajada por parte del moreno que hizo eco en todo el espacio. Kagome entrecerró los ojos y se cruzó de brazos ofendida.
—Bien... —dijo sin dejar de reír —el que avisa no es traidor —deslizó las cartas bocabajo y pasando un naipe sobre ellas las hizo voltear en reverso —si ganó, te vas a quitar la blusa —Kagome enrojeció —y permanecerás así hasta que abran el elevador.
Aspiro hondo, haciendo elevar sus senos pero al final sonrió.
—Vale, aceptó.
Bankotsu volvió a reír. Era la primera vez que conocía a una chica que se arriesgaba sin pensarlo dos veces.
—Pero —añadió con acento de advertencia —si yo gano vas a dejar de decir groserías en mi presencia —el moreno volvió a reír pero avergonzado de sí mismo al equivocarse pues en algún punto creyó que le pediría algo semejante a lo que él exigía.
—Vale —dijo al recuperar la postura.
—Reparte.

Mientras lo hacia Bankotsu medito en lo que sus acciones iniciales en mantenerla calmada iban deformándose poco a poco, si bien no quería que se pusiera histérica por el encierro (Jakotsu lo hacía) su opción de jugar cartas con ella no era tan mala. Sabía cómo tratar con la claustrofobia y reconocer que Kagome la padecía fue más sencillo que el que se percatara de que la conversación era por eso, no quería lidiar con gritos y llantos sin embargo lo que pensó sería una larga agonía de ridícula plática con la típica mujer tonta que era bonita, se transformaba en algo más interesante.

—¿Lista? —preguntó mirándola sobre el arco de cartas que tenía en mano. Kagome dejó de ver su mano y lo vio, dibujándose una sonrisa en su bonito rostro.
—Claro.
—Primero las damas —sugirió.
—¡Oh! Primero los expertos en materia.
Ambos sonrieron. Definitivamente le gustaba más de lo que creía.
—Perdiste —musitó al posar en el suelo las cinco cartas con un diamante rojo dibujado y cruzarse de brazos orgulloso —escalera —añadió al ampliar su risa.

Kagome se asomó por encima de sus cartas e hizo una mueca al comprobar el resultado. Sabía que existía una posibilidad de perder pero era nula y se necesitaba mucha suerte para poder crear esa mano, así que victorioso elevó su ego al imaginarla en sujetador. Hasta que la vio reír maliciosamente.

—Te dije que eras bueno pero no el mejor —azuzó al dejar caer sus cartas y revelar su juego —flor imperial.
—¡Mierda! —exclamó sorprendido y examinar una y otra vez los naipes. Alzó la vista encontrando el ceño fruncido de la muchacha, en ese momento se dio cuenta de que era él, el perdedor y como buen jugador tenía que pagar —perdón —añadió enseguida, sintiéndose terriblemente incómodo —vale, ganaste.

Kagome dio un pequeño brinco de gusto.
La primera vez que perdía y contra una mujer o aspiración de serlo porque Kagome se notaba era demasiado inocente.

—¿Quién te enseño a jugar? —quiso saber al recoger las cartas y revolverlas.
—Mi tía —contestó sin dejar de ver la danza de cartas entre las manos del moreno —¿Vives en este edificio?
—Si. ¿Y tú?
—También.

El saber que volvería a verla le hizo nacer una esperanza en su interior.

—No te había visto antes —plancho las cartas bocabajo pasándoles una y otra vez el naipe que las volteaba velozmente.
—Eso es porque acabo de mudarme.
—¡Ah! —alistó las cartas —¿Volvemos a jugar?
Kagome lo vio a los ojos.
—¿Quieres volver a perder?
Bankotsu sonrio.
—Ahora sé que trató con una experta —Kagome arqueó una ceja.
—¿Qué quieres perder?
Su osadía avivó la llama de interés otra vez.
—Mejor dicho: voy a ganar —repartió —un beso tuyo.
Kagome tomó las cartas y se quedó congelada unos segundos como procesando y examinándolo a la vez.
—Vale —dijo al fin —pero entonces si pierdes dejarás de ir al casino por un mes.
Aquello sí era osado.
—Vale —repitió con una mueca. No quiso indagar en la solicitud de esa apuesta porque sabía iba a mandar todo a la mierda —¡Cara...! —casi se trago lo último al percibir la mirada glacial de la muchacha —quiero decir que... tengo antojo de un cigarrillo.
—¿Fumas?
—Si —azuzó molesto por la crítica cubierta en pregunta.
—Mmm...

La vio dejar los naipes bocabajo y jalar su mochila, la chaqueta se le resbaló mostrándole la suave piel rosa y eso lo hizo tragar duro cuando por milésimas de segundos divago que más abría en ese cuerpo.

—Ten —una cajetilla de cigarros le fue lanzada a la distancia. La observó y no pudo evitar reír.
—¿Tú también fumas? —adujo incrédulo, porque hasta donde había descubierto Kagome parecía la chica estudiantil que jamás en su vida tomaría un cigarro.
—A veces —respondió al volver a tomar sus naipes —olvide el encendedor —añadió sin verlo, supuso por pena.
—Yo tengo uno —imitándola dejó sus cartas, apoyo su brazo, se inclinó hacia ella y estiró el otro para alcanzar la chamarra por detrás. La escucho respirar hondo y eso lo puso tremendamente caliente; empezaban a jugar algo más que póker.

Sacó del bolsillo el encendedor y se colocó el cigarrillo en la boca mientras accionaba el interruptor una y otra vez.

—Oye... —llamó —no crees que...
—¿Qué? —preguntó sin verla y seguir en su tarea.
—Se pueda accionar el rociador de incendios ¿verdad?
Bankotsu se encogió de hombros.
—No sirve nada dentro de este elevador —y prendiendo la llama e inhalando el fuego contra la punta del cigarro aspiro el humo, llenando los pulmones de la sensación producida por fumar —sigamos —dijo al soltar el humo de lado.

Tomaron sus cartas y en cuanto el humo tocó el techo. Una alarma se accionó haciéndolos saltar de su lugar y enseguida una lluvia ficticia cayó sobre sus cabezas.

—¡JODER! —exclamó Bankotsu al abalanzarse sobre el teclado del elevador e intentar detener el flujo del agua.
—¡Prometiste no decir groserías!
—No es el momento —masculló al seguir apretando todos a la vez.
—No... no... —musitó ella por detrás —no se detendrá hasta que lo apagues desde arriba.
Bankotsu se giró. Toda la blusa y todos su cabellos negros estaban adheridos a su cuello y hombros.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Cárgame —ordenó decidida.
—¿Qué?
—Que me cargues y me eleves hasta el techo.

No se lo dijo dos veces, la rodeo por las piernas y la alzó, Kagome se tambaleó pero empezó a mover las manos hacia arriba. Si, era un pinché cabrón al alzar la vista y ver la ropa interior rosa por debajo de la falda, la chiquilla no solo tenía unas esbeltas piernas sino también una retaguardia de impacto. Entonces el agua dejó de fluir pero cuando intento bajarla sus cuerpos resbalaron sin querer, quedando cara a cara. Empapados de pies a cabeza y con la respiración agitada se recorrieron de los ojos hasta las bocas, volvieron a verse, respiraron hondo, se acercaron y colisionaron en un profundo beso.
Bankotsu experimentó por primera vez una sensación de cosquilleo en su estómago mientras que Kagome rodaba sus brazos alrededor del cuello masculino y ladeaba su cabeza de un lado a otro dejando danzar sus lenguas en un frenesí apasionado, Bankotsu se aferró a su cintura y sin saberlo aún a la vida de Kagome.

—¿¡Hay alguien ahí!? —gritó alguien del otro lado. Ambos se separaron al instante, mirándose con extrañeza.
—¡SI! —contestó Kagome al romper el contacto visual, dirigirse a las puertas y golpear el metal.
—Vamos por ayuda —añadió la voz.

La vio abrazarse a sí misma, aún dándole la espalda, iba a decir algo cuando ella se volteó.

—Ganaste —murmuró.
Bankotsu abrió los ojos y quiso decir algo hasta las puertas se abrieron. Un anciano era quien había abierto lo que él quería que continuará.

Y continuó, porque al salir de aquel apretado lugar y ella prácticamente huir dejando sus cosas. La busco ¿Por qué? Levantó los naipes mojados que Kagome había dejado en el suelo y el resultado lo hizo dejar de ir al casino por un mes. Cuando la volvió a ver entre los pasillos del edificio la abordó y lo que al inició era solo la entrega de sus cosas se convirtió en una cita, se sorprendió después, él no era del tipo de hombre que salía de mano sudada con las chicas, él se dedicaba a follar a toda aquella que se dejara sin embargo Kagome era diferente, ella era lo que él necesitaba y él se encargó de transformarse en lo que ella necesitara. Entonces las citas incrementaron, la conoció mejor, descubrió sus miedos, defectos, gustos y todo aquello le hizo aferrase más no obstante cuando Kagome fue consciente de su vicio por el juego temió; por primera vez tenía miedo de perder el gran tesoro del que era poseedor y sin réplica alguna hizo una promesa de corazón: jamás volvería a jugar.
Y lo hizo, no volvió a jugar. Durante los siguientes casi cuatro años de relación Kagome se convirtió en su novia, en su chica ideal y el que agradará a sus hermanos fue la cereza de su vida. Algo que por supuesto fue todo lo contrario con ella. Kagome era huérfana y solamente le sobrevivía un pariente: su tía.

—Te agradará —comenzó a decirle mientras subían las escaleras agarramos de la mano.
—Sinceramente solo me importa agradarte a ti.
Kagome sonrió. Esa vez llevaba su cabello recogido en una coleta, pendientes en forma de flor que hacían juego con el color azul de su vestido, se veía preciosa.
—Mi tía Kikyou es algo especial pero amable.
El moreno detuvo sus pasos.
—¿Kikyou? —adujo al verla a los ojos —¿Kikyou Nizo?
—Si, ella misma —sonrió más —ya se, ya se —repitió sin deja de reír —poco creíble que la súper modelo sea mi tía ¿no?
No era por eso que se sorprendía, era por otra razón más fuerte. Un pequeño detalle que no le había contado a Kag por creerlo irrelevante.
—Acabo de recordar que tengo algo que hacer.
Kagome frunció el ceño desbaratando la unión de sus manos.
—Esto es importante, Bankotsu —molesta era poco, notaba enseguida un tilde de tristeza en su voz, odiaba hacer —mi tía casi no viene a Tokio e hizo espacio para conocerte al fin.
—¿Le haz hablado de mi?
—¡Claro! —replicó molesta —ella sabe todo de nosotros.
—¿A que te refieres con todo?
—A todo, Bankotsu.

Era cierto que Kagome era aferrada a sus ideales y él había pagado caro durante esos años la firme decisión de la azabache, al declarar en cierta ocasión, donde sus caricias llegaron a más: no hasta que me case.
Su nivel de frustración creció en demasía, ella era poseedora de un cuerpo magnífico y él deseaba hacerla su mujer, algo que tuvo que resolver con roses muy íntimos y muchas masturbaciones en privado.

—Lo siento —dijo al fin —no puedo. Tengo algo más importante que hacer que ver a tu tía.

Se dio la media vuelta y se marchó dejándola plantada en las escaleras. Estaba actuando mal, era un puto cobarde pero primero necesitaba hablar con Kikyou en privado antes de avanzar con lo demás. Así que espero afuera del lujoso hotel hasta que Kagome salió a altas horas de la noche y entonces se armo de valor para volver a entrar.

—Adelante —murmuró la voz femenina.
Como siempre sentada con las piernas cruzadas y fumando una larga pipa Kikyou sonrió al verlo entrar.
—Supongo te cercioraste de que mi sobrina saliera ¿verdad?
Bankotsu frunció el ceño.
—No quiero hacerle daño —empezó a decirle. Kikyou inhaló el humo de su pipa y lo soltó hacia arriba.
—Algo imposible por supuesto, dado que tienes tendencia a destruir todo lo que tocas.
—Eso fue hace mucho tiempo —espetó él con fuerza.
—Supongo entonces vas a contarle lo qué pasó en tu juventud ¿no?
—Claro que no. Kagome es mi presente y eso fue mi pasado.
—El pasado puede alcanzarte —advirtió al volver a fumar.
—¿A que te refieres?
—Karma —contestó sonriente —ese siempre te alcanza.
—Quiero casarme con ella —soltó de repente haciendo que ella se pusiera de pie con los ojos entrecerrados —solo vine a decírtelo porque no quiero que le cuentes lo que no te incumbe, eso es tema mío.
—Si afecta a Kagome también es asunto mío. Yo la protejo.
—Ahora me tiene a mi —replicó furioso —yo me encargaré a partir de ahora.
—Está bien —dijo al soltar la colilla de ceniza al suelo —no le dire nada siempre y cuando no le afecte.
—Nunca lo hará.

Se dio la media vuelta y salió. No imagino el efecto escondido de las palabras de esa mujer, jamás pensó que el Karma si lo alcanzaría. Llego a buscarla a su apartamento, abrió y la encontró sollozando en la mesita del comedor. Kagome alzó sus ojos azules cristalizados el percatarse de su presencia.

—No quiero verte —recriminó al ponerse pie para marcharse pero el moreno fue más rápido al detenerla por la muñeca —lo que hiciste no tiene nombre. Sabías lo importante que era para mi que la conocieras.

El verla llorar oprimió su pecho. Acomodó un mecho de su cabello detrás de su oreja y entonces sin soltarla se agachó apoyando su rodilla en el suelo, Kagome abrió mucho los ojos cuando sacó de su chaqueta una diminuta cajita.

—Lo hice porque quiero estar contigo —Kagome se llevó las manos a la boca en el momento en que Bankotsu abría la caja y mostraba un anillo de diamante —¿Quieres casarte conmigo?

Se miraron a los ojos, se abalanzo sobre él y después regreso a la realidad.

—¿Señorita? —una voz masculina retumbó en sus oídos. Abrió los ojos y se encontró con un extraño que reconoció —¡Oh! Vaya... empezaba a preocuparnos.

Se inclinó llevándose la mano a la frente, un mareo repentino la hizo caer de nueva cuenta a la cama. El ver el techo le confirmó dónde estaba.

—¿Qué me pasó? —pregunto ladeando la cabeza en la almohada.
—Se desmayo —continuó el hombre —suele pasar cuando descargas energía abruptamente.
—¿Cómo dice? —adujo confundida.
—Es una sacerdotisa —Kagome buscó el negro de los ojos que la examinaban —y una muy fuerte. Jamás había presenciado un poder espiritual tan grande —hubo silencio —¡Oh! Perdón —se rascó la nuca con los ojos casi cerrados —me llamo Miroku. Nos vimos en...
—El casino —completo al recordarlo —Miroku Takana.
—Si, ese era yo —hasta que se levantó se percató estaba sentado en un sillón junto a la cama.
—¿Cómo es eso de sacerdotisa?
—Sus poderes han despertado debido a su cercanía con los demonios a su alrededor, generalmente permanecen dormidos hasta que la presencia entre ambos se hace continua —Kagome le miró confundida —también quizás sea por su reciente señalamiento —y apuntó con el dedo la luna en su hombro —su naturaleza como sacerdotisa le a permitido a sobrevivir al rito sexual con Sesshomaru.
La muchacha enrojeció.
—¿Usted lo conoce?
—Claro —dijo divertido —es mi cuñado.
—¿Su cuñado? No sabía que Sesshomaru tuviera hermanas —en realidad existían muchas cosas que desconocía de él.
—Eso es porque salgo con su hermano: Inuyasha. Somos pareja.
La azabache abrió la boca haciendo una perfecta "O".
—También porque soy el monje/médico de su familia desde hace mucho.
—Yo... —apenada era poco, incómoda era la palabra correcta.
—No te preocupes, sé cuanto sorprende. Descansa un poco hasta que tú energía espiritual se acomode en tu cuerpo. Le diré a Sesshomaru que pase.

Aquello último iba a negarlo hasta que lo vio salir y enseguida la silueta plateada entró. Invadiendo con su hipnótica presencia su atención.

—¿Cómo estas? —preguntó al avanzar.
—Bien —respondió al intentar dejar de verlo.
—Tenemos que hablar —azuzó al sentarse.
—Antes quiero pedirte algo —Sesshomaru afilo sus facciones.
—Pídelo.
—Quiero hablar con Bankotsu.

Y un frío sepulcral se sembró en toda la habitación.

TRANSACCIÓN (Sesshome)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora