Capitulo 7

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Midvale Menor


Por el pueblo corría el rumor de que había  sufrido  un  aneurisma  cerebral, pero yo sabía que no era así. Cuando pasamos  por  delante  del  instituto, camino del hospital, vi a todos los alumnos apiñados en el aparcamiento, abrazándose unos a otros y sollozando. No pude apartar la mirada.
—Da la vuelta.
—¿Qué?
—He dicho que des la vuelta, Winn. Por favor.
—¿Y a dónde vamos?
Me quedé mirando por la ventanilla, incapaz de apartar los ojos de sus caras. Hasta quienes odiaban a Ava estaban llorando. Respiré entrecortadamente y procuré contener las lágrimas.
Era culpa mía. Ava tenía diecisiete años. Tenía toda la vida por delante y había muerto por mi culpa. Si Lena quería matar a alguien, ¿por qué no me había matado a mí? Era yo quien había cometido la estupidez de desdeñar su advertencia, no ella.
Cerré los ojos con fuerza cuando dejamos   atrás   el   instituto,   pero   la imagen de la gente agolpada, llorando, había quedado impresa detrás de mis párpados. ¿Sería así siempre? ¿Morirían todos a mi alrededor? ¿Sería Winn el siguiente, o con un poco de suerte sería yo?
La ira brotó dentro de mí y se tragó mis remordimientos; agarré tan fuerte el reposabrazos que mis uñas dejaron marcas indelebles en forma de media luna en el cuero desgastado. Ava no se merecía aquello, y por más que la detestara Lena por la mala pasada que me había jugado, eso no le daba derecho a hacerle aquello, ni a ella, ni a su familia, ni al pueblo. ¿Y todo por qué?
¿Porque yo no le había creído? ¿Porque no quería malgastar la mitad de mi vida satisfaciendo los deseos de una chiflada?
¿Era así como reaccionaba cuando no se salía con la suya, montando una pataleta y matando a alguien?
Hice oídos sordos de la vocecilla que me recordó que, si Ava había sobrevivido aquella noche en el río, había sido únicamente gracias a Lena.
No podía hacer nada por ayudar a mi madre, pero podía ayudar a Ava. Y pensaba arreglar aquello.
—Kara —dijo Winn con voz suave, posando su mano sobre la mía—, no es culpa tuya.
—Y un cuerno —repliqué, y aparté la mano—. Ava no estaría muerta si no fuera por mí.
—Habría muerto hace semanas si no hubiera sido por ti.
—No, no es cierto —contesté—. No habría intentado gastarme esa broma idiota si yo no hubiera accedido a ir con ella. No se habría golpeado la cabeza si yo no hubiera venido a vivir a Midvale. Nada  de   esto  habría  pasado  si   no hubiera venido aquí.
—Así que, como te mudaste aquí, es todo culpa tuya —agarró con más fuerza el volante, irritado—. Fue Ava quien se lanzó de cabeza al río. Y tú fuiste quien aceptó renunciar a la mitad de tu vida para que siguiera viva. Le diste más tiempo, Kara, ¿es que no lo entiendes?
—¿Y de qué sirven unas pocas semanas más? —repliqué mientras me secaba los ojos con furia—. Es absurdo. Esto no debería haber pasado.
—Kara… —comenzó a decir, pero volví la cara otra vez.
—Sigue conduciendo, Winn, por favor.
—¿A dónde vamos?
—Si  le  devolvió la  vida una vez, puede volver a hacerlo.
Suspiró y dijo en voz tan baja que no supe si le había oído bien:
—No estoy seguro de que funcione así.
Tragué saliva con esfuerzo.
—Si quieres volver a ver a Ava, más vale que sí.
Llegamos  a  la  verja  diez  minutos después. Yo iba temblando de furia y de desesperación. ¿Cómo se atrevía Lena a hacer algo así? Tenía que saber que yo no había entendido o no creía lo que me había contado, y aun así lo había hecho. Tenía que devolverle la vida a Ava. Le obligaría a hacerlo, costara lo que costase.
La verja no estaba cerrada, como cuando había pasado por allí con mi madre, sino entreabierta, lo justo para que me colara por ella. Miré a Winn sin saber qué decirle.
—No deberías hacerlo —me dijo—. No hay ninguna garantía de que pueda resucitar  a  Ava,  y una  vez entres  ahí quizá no puedas volver a salir.
—Me da igual. Tengo que conseguir que la salve.
—Kara, tú sabes que eso es imposible.
Rechiné los dientes.
—Tengo que intentarlo. No puedo permitir que muera, Winn. No puedo.
—Ava no es tu madre —dijo el con calma—.  Por  más  que  luches  por  su vida,   no   cambiará   nada.   No   va   a salvarla a ella, ni tampoco salvará a tu madre.
—Lo sé —contesté con voz ahogada, aunque una pequeña parte de mí se preguntaba si, en efecto, lo sabía.
Pero ya había visto a Lena hacer lo imposible  una   vez.   Podía   volver   a hacerlo, estaba segura… y tal vez si hacía lo que ella quería esta vez no solo salvaría a Ava.
—Soy yo quien debe decidirlo, y si hay alguna posibilidad de cambiar las cosas, pienso descubrir cómo. Por favor —dije, trémula—, por favor, déjame intentarlo.
Se quedó callado un momento pero por   fin   asintió   con   la   cabeza   sin mirarme.
—Haz lo que tengas que hacer.
Me temblaron las manos cuando intenté desabrocharme el cinturón de seguridad. Al final, lo hizo Winn.
—Pero  ¿y  si  habla  en  serio?  — preguntó—. ¿Y si quiere que te quedes seis meses?
—Entonces lo haré —contesté con la vista fija en la verja gigantesca mientras me invadía un mal presentimiento.
Me quedaría el año entero a cambio de que Lena salvara a Ava. A cambio de que las salvara a las dos.
—Seis meses no es el fin del mundo. Haré lo que tenga que hacer.
Asintió otra vez con una mirada distante en los ojos.
—Estaré aquí, esperando, cuando llegue ese momento, pero Kara… — titubeó—. ¿De verdad crees que es lo que dice ser?
Se me aceleró el corazón.
—No creo que haya dicho qué es.
Winn suspiró. Le estaba haciendo daño al comportarme así, pero no tenía elección.
—¿Qué crees tú que es?
Arrugué el ceño y me acordé de las palabras de Ava.
—Una tipa muy solitaria.
Si Lena hubiera tenido intención de matarme, ya lo habría hecho. Era lo más probable. Yo conocía un modo de escapar si de verdad intentaba convertirme en su rehén, pero si hubiera querido  obligarme,  habría  podido hacerlo el día anterior. En realidad lo había dejado a mi elección. Era yo quien me había equivocado al elegir. Podía aceptar la muerte de Ava o hacer algo al respecto. Y, francamente, estaba harta de que muriera gente a mi  alrededor. No iba a permitir que ocurriera de nuevo.
Acordándome  de  todo  lo  que  le había prometido a mi madre, respiré hondo y deseé  poder  hablar  con ella. Ella sabría qué hacer.
—Cuidarás de mi madre, ¿verdad? - Winn comprendió que no debía decirme que mi madre seguiría allí cuando yo volviera, fuera cuando fuese.
—Te lo prometo. También avisaré en el instituto de que no vas a volver.
—Gracias —dije. Una cosa menos de la que preocuparse.
El trecho entre el coche y la verja se me  hizo  eterno,  pero  si  recorriéndolo conseguía devolverle la vida a Ava, estaba dispuesta a entregarle mi libertad a Lena. A fin de cuentas, ella tenía razón: solo tenía a mi madre, no me quedaba nada más. Una vez muerta ella, mi vida estaría vacía. Ahora, sin embargo, tenía la  oportunidad  de  ofrecer  lo  que quedaba del cascarón vacío en que se había convertido mi vida para ayudar a alguien que sabría sacarle el mayor partido. Ava tenía toda la vida por delante. Lo mejor de la mía, en cambio, ya formaba parte del pasado. Mi madre quería que saliera y que fuera feliz, pero no podía serlo sin ella. Al menos de ese modo no desperdiciaría lo poco que me quedaba.
Crucé   la   verja   y   entré   en   los jardines, y el ambiente cambió de inmediato. Allí hacía más calor y el aire estaba impregnado de una especie de electricidad que no lograba identificar. Al avanzar unos pasos oí que la puerta se cerraba con estruendo detrás de mí y me sobresalté. Me volví y vi a Winn junto al coche, con los ojos fijos en mí. Le dije adiós con la mano y me dedicó una sonrisa angustiada.
El camino ascendía suavemente, bordeado por árboles espaciados a trechos regulares. Tardé unos minutos en llegar a lo alto de la loma y cuando llegué me paré, boquiabierta. No sé qué esperaba,  pero  en  todo  caso  no  era aquello.
Una enorme mansión se extendía por el jardín. Era tan grande que ni siquiera desde la cima de la colina se veía lo que había detrás. El camino estaba pavimentado   a   partir   de   allí   y   se curvaba frente a la puerta principal formando un óvalo perfecto.
Solo  había  visto  edificios  como aquel en fotografías de palacios europeos, y estaba segura de que en la Península Superior (en todo el estado, quizá) no había otro semejante. Relucía, blanco y dorado, y todo en el era majestuoso.
Estando allí parada, tardé un momento  en  darme  cuenta  de  que  no estaba sola. Una docena de jardineros y trabajadores me miraban extrañados. De pronto tuve un ataque de timidez. Ya estaba al otro lado de la verja. ¿Y ahora qué?
Vi a lo lejos a una mujer que caminaba a paso vivo hacia mí, colina arriba, levantándose el bajo de la falda. En lugar de retroceder, me quedé allí, presa del asombro, el miedo y la determinación.  La  casa  era  muy hermosa, pero yo seguía necesitando ver a Lena… enseguida.
—¡Bienvenida, Kara! —exclamó la mujer, y al oír su voz tuve que mirarla dos veces.
—¿Sofía?
En efecto, al acercarse vi que era la enfermera  que  me  había  ayudado  a cuidar a mi madre esas últimas semanas. Me quedé mirándola, atónita, pero ella se comportó como si todo aquello fuera perfectamente  normal.  Cuando  llegó  a mi lado tenía las mejillas sonrosadas y sonreía de oreja a oreja. Me agarró del brazo.
—Nos estábamos preguntando si aparecerías alguna vez, querida. ¿Cómo está tu madre?
Tardé un momento en recuperar el habla.
—Se está muriendo —dije—. ¿Qué haces tú aquí?
—Vivo aquí  —empezó a  llevarme hacia la casa y me dejé llevar, intentando no mirarla boquiabierta.
—¿Conoces a Lena?
—Claro que sí —respondió—. Todo el mundo conoce a Lena.
—¿Tú  también  puedes  resucitar  a los muertos? —mascullé, y chasqueó la lengua.
—¿Puedes tú? Cerré los puños.
—Necesito ver a Lena.
—Lo sé, querida. A eso vamos.
Le  lancé  una  mirada,  sin saber  si solo me estaba siguiendo la corriente o era una evasiva o las dos cosas a la vez. Hizo  caso  omiso  de  mi  mirada  y me llevó por el camino ovalado hasta que llegamos a las puertas de la mansión, que se abrieron sin que las empujara. En lugar de seguirla dentro, me paré, pasmada.
La fachada no era nada comparada con  el  magnífico  vestíbulo  de  la mansión. Era sencillo y elegante y, aunque no tenía nada de chillón o de chabacano, distaba mucho de ser corriente. El suelo era de mármol blanco en su mayor parte, y al otro lado del vestíbulo me pareció ver una mullida alfombra. Las paredes y el techo estaban hechos de espejos que hacían parecer la enorme estancia mucho más grande de lo que ya era.
Pero fue sobre todo el suelo de la parte central lo que llamó mi atención. Había allí un círculo perfecto de cristal que era sin duda la cosa más increíble de aquel vestíbulo. Relucía, los colores parecían flotar y fundirse dentro de ella, mezclándose y separándose mientras los miraba. Me quedé con la boca abierta, pero no me importó: todo en aquel lugar era irreal, y me costaba creer que aún estaba en National City.
—¿Kara?
Conseguí reponerme de la impresión y  mirar  por  fin a  Sofía.  Estaba  unos pasos por delante de mí y me miraba con una sonrisa vacilante.
—Perdona —dije.
Caminé hacia ella y bordeé el círculo de cristal como si estuviera hecho de agua. Que yo supiera, así era.
—Es… es…
—Precioso —dijo alegremente, y agarrándome del brazo otra vez me hizo pasar delante de una gran escalera curva que subía a otra parte de la mansión que yo no veía desde allí. No me atreví a intentar echar un vistazo. No quería perder ni un minuto más.
—Sí  —fue  lo  único  que  se  me ocurrió decir. Aparte de eso, estaba sin habla. Nada de aquello era lo que yo esperaba.
Me condujo a través de una serie de habitaciones, todas ellas decoradas de manera única y con gusto exquisito. Una era roja y dorada; otra, azul cielo, con frescos en las paredes. Había cuartos de estar, salones de juego, despacho y hasta dos bibliotecas. Parecía imposible que todo aquello estuviera en la misma casa, y que al parecer perteneciera a una chica no mucho mayor que yo (a no ser que sus padres vivieran también allí).
La casa parecía extenderse infinitamente, pero por fin tomamos otro pasillo y entramos en un salón con las paredes de color verde oscuro y adornos dorados. Allí los muebles parecían más gastados y confortables que en otras habitaciones, y Sofía me condujo hasta un sofá de cuero negro.
—Siéntate aquí. Yo voy a pedir que te traigan algún refrigerio. Lena estará contigo enseguida.
Me senté. No quería que me dejara sola, pero tenía que seguir adelante. Tenía que hacerlo. Estaba en juego la vida de Ava y no tendría más oportunidades de plantear la cuestión. Si Lena  quería  retenerme  allí,  lo aceptaría. Con tal de que devolviera la vida a Ava, haría cualquier cosa que me pidiera,  aunque  ello  significara  tener que pasar el resto de mis días detrás de aquellos setos. Intenté olvidar lo que me había dicho Winn en el coche sobre que Ava no era mi madre. No era por eso por lo que estaba allí.
Pero mientras lo pensaba comprendí que me estaba mintiendo a mí  misma.
¿Acaso no estaba allí precisamente porque tenía la esperanza de que Lena pudiera salvar a mi madre, o al menos salvarme a mí de algún modo del dolor de perderla? Haría todo lo que pudiera por  salvar  a  Ava,  pero  ella  llevaba horas muerta y todo el pueblo lo sabía. Lena sin duda exigiría un precio más alto por devolverle la vida por segunda vez, y por más que me esforzara en parecer valiente, lo cierto era que me aterrorizaba la idea de quedarme detrás de aquellos setos el resto de mi vida. Decía en serio que haría cualquier cosa por intentar salvar a Ava, pero aunque eso fuera imposible, como decía Winn, mi madre aún no había muerto. Todavía cabía la posibilidad de que Lena pudiera salvarla de la muerte.
No sé cuánto tiempo estuve allí sentada en silencio, mirando vacuamente una librería llena de volúmenes encuadernados  en  piel.  Repasé  de cabeza mi discurso y me aseguré de que contuviera todo lo que quería decir. Lena tenía que escucharme. ¿No? Aunque no quisiera hacerlo, al menos tendría que escucharme. Tenía que intentarlo.
La vi por el rabillo del ojo de pie en la puerta, cargado con una bandeja llena de comida. Hundí los dedos en el sofá y el discurso que había estado ensayando se esfumó de mi cabeza como por arte de magia.
—Kara —dijo con voz suave y agradable.
Entró, dejó la bandeja sobre la mesa baja que había delante de mí y se sentó en el sofá de enfrente.
—Le-Lena  —dije,  tartamudeando—. Tenemos que hablar.
Inclinó la cabeza como si me diera permiso para continuar. Abrí la boca y la cerré sin saber qué decir. Mientras esperaba, sirvió sendas tazas de té. Yo nunca había tomado té en una taza de porcelana fina.
—Perdona —dije con la garganta seca—. Por no escucharte ayer, quiero decir. No sé en qué estaba pensando, pero no pensé que hablaras en serio. Mi madre está muy enferma y yo… Por favor.  Estoy  aquí  y  voy  a  quedarme. Haré lo que quieras, pero haz que Ava vuelva a vivir.
Bebió un sorbo de té y me indicó que bebiera yo también. Obedecí con manos temblorosas.
—Tiene diecisiete años —dije, cada vez más  desesperada—. No puede perder así la vida solo porque yo cometí un error estúpido.
—El error no fue tuyo —dejó su taza y fijó su mirada en mí.
Sus ojos seguían siendo de aquel insólito tono luz de luna, y la intensidad de su mirada me puso aún más nerviosa.
—Tu amiga decidió su destino al saltar al río y abandonarte. No te hago responsable de su muerte. Ni tú debes sentir que lo eres.
—Tú no lo entiendes. No sabía que hablabas en serio. No lo entendí. No sabía que Ava iba a morir de verdad, pensé que estabas bromeando o que… No sé. No que era una broma, sino otra cosa. No sabía que podías hacer eso y ahora que lo sé… Por favor. Ella no se merece morir por haber cometido alguna equivocación.
—Y tú no mereces tener que renunciar a la mitad de tu vida por ella.
Suspiré, tan enojada que estaba al borde de las lágrimas. ¿Qué quería de mí?
—Tienes razón, no quiero quedarme aquí. Este lugar me da pánico. Tú me das pánico. No sé qué eres ni qué es este sitio, y lo último que quiero es pasar el resto de mi vida aquí. Puede que Ava no se portara muy bien conmigo al principio, pero ahora somos amigas. No merecía morir y su muerte… su muerte es culpa mía. No puedo mirarme al espejo cada mañana sabiendo que es culpa mía que su familia tenga que pasar por el dolor de perderla así… —me detuve. Igual que yo iba a pasar por el dolor  de  perder  a  mi  madre—.  No puedo. Así que, si devuelves la vida a Ava, estoy dispuesta a quedarme aquí el tiempo que quieras. Te doy mi palabra. Por favor.
No era exactamente el discurso que había ensayado, pero se le parecía bastante. Cuando acabé  tenía  lágrimas en los ojos y agarraba tan fuerte la taza que fue un milagro que no se rompiera.
Delante de mí, Lena siguió callada, con los ojos fijos en su taza de té. Yo no tenía ni la menor idea de qué estaba pensando, y tampoco sabía si quería saberlo. Lo único que me importaba era que dijera que sí.
—¿Estás dispuesta a entregar seis meses al año el resto de tu vida para salvar a tu amiga, a pesar de lo que te hizo? —había una nota de incredulidad en su voz.
—Lo que hizo Ava no la hace merecedora de una pena de muerte — contesté—. Ahí fuera hay mucha gente que la quiere, y no tienen por qué sufrir así por mi culpa.
Y tal vez saber que yo la había salvado me ayudaría a sufrir un poco menos.
Tamborileó con los dedos sobre el brazo del sofá, mirándome de nuevo fijamente.
—Kara, yo no invito a cualquiera a mi casa. ¿Entiendes por qué te lo ofrecí?
¿Porque estaba como una cabra? Negué con la cabeza.
—Porque aunque Ava  te  abandonó en el río, en lugar de dejarte vencer por el rencor o permitir que muriera, hiciste todo lo que estaba en tu poder, incluido afrontar uno de tus mayores miedos, para salvarla.
No supe qué decir a eso.
—¿No es lo que habría hecho cualquiera?
Esbozó una sonrisa cansina.
—No. Muy pocas personas habrían considerado siquiera esa posibilidad. Eres extraña, y me intrigas. Ayer, cuando rehusaste mi oferta, pensé que tal vez me había  equivocado,  pero  al  venir  aquí hoy has demostrado que eres aún más valiosa y capaz de lo que imaginaba.
Parpadeé, alarmada.
—¿Valiosa y capaz de qué? Ignoró la pregunta.
—Solo haré mi ofrecimiento una vez más. A cambio, no puedo devolverte a tu amiga. Ha muerto y me temo que si la devolviera a su cuerpo ahora, sería algo contra natura y jamás podría encontrar la felicidad. Pero te doy mi palabra de que está contenta, tal y como está ahora.
Sentí un vacío en el pecho.
—Entonces,   ¿ha   sido   todo   para nada?
—No —ladeó la cabeza y entornó los párpados ligeramente—. No puedo deshacer lo que ya está hecho, pero puedo evitar que ocurra algo.
—¿Evitar que ocurra qué?
Se quedó mirándome y una oleada de esperanza se apoderó de mí. Pensaba que era yo quien tendría que sacar a relucir el asunto, pero había sido ella.
Podía  impedir  que  mi  madre muriera.
—¿De   veras…  de   veras   puedes hacer eso?
Dudó un momento.
—Sí, puedo. No puedo curar a tu madre, pero puedo mantenerla con vida hasta que estés lista para decirle adiós. Puedo darte la oportunidad de pasar más tiempo con ella, y cuando estés lista me aseguraré de que su muerte sea apacible.
Un extraño calor me envolvió al oír sus palabras.
—¿Cómo? —susurré. Sacudió la cabeza.
—No te preocupes por eso. Si aceptas, tienes mi palabra de que cumpliré mi parte del trato.
Siempre había creído que podría despedirme de mi madre. Nunca había contemplado la posibilidad de que fuera a caer en coma y a apagarse sin que me diera tiempo a decirle que la quería una última vez, y ahora…
—Está bien —dije en voz baja—. Tú… tú mantenla con vida. Tiene un tipo de  cáncer  muy  agresivo,  así  que puede… puede que sea difícil.
De pronto se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Pero no sufrirá, ¿verdad? Yo solo… solo quiero poder decirle adiós.
—No sufrirá en absoluto, me aseguraré de ello —sonrió con tristeza
—. ¿Hay alguna otra cosa que desees? Vas a renunciar a muchas más cosas que yo, y quiero que estés segura.
Tragué saliva.
—¿No puedes mantenerla viva? ¿No puedes… no puedes curarla?
—Lo siento —dijo—. Pero el adiós no es para siempre. El amor que sientes por tu madre no es de los que puede quebrantar la muerte.
Agaché la cabeza y miré fijamente mi   té.   No   quería   que   me   viera deshacerme en lágrimas.
—Sin ella no sé quién soy.
—Entonces tendrás ocasión de averiguarlo antes de que se vaya. — Lena dejó su taza—. Y cuando te hayas despedido de ella, tendrá la tranquilidad de espíritu de saber que estarás bien.
Asentí con la cabeza. Tenía la garganta   tan   cerrada   que   no   podía hablar. Así pues, también iba a hacerlo por ella. Mi madre quería que estuviera bien, y yo aún no podía prometérselo. Pero merecía la pena aceptar la oferta de Lena por tener la oportunidad de hablar  con  ella  una  última  vez,  de decirle que la quería y de mirarla a los ojos y prometerle que estaría bien para  que pudiera dejar este mundo sin angustia ni mala conciencia.
—Entonces,  trato  hecho  —dijo Lena suavemente—. Serás mi invitada durante el invierno. Sofía te acompañará a tu habitación y hasta mañana no se te pedirá nada.
Asentí de nuevo. Ya estaba hecho: estaba atrapada. Aquel sería mi hogar durante los seis meses siguientes. De pronto la habitación me pareció mucho más pequeña que antes.
—Lena… —dije con voz chillona.
—¿Sí?
—¿Sofía sabía que iba a pasar esto? Se quedó mirándome unos segundos como si intentara decidir si iba a creerle o no.
—Sí, te hemos estado vigilando.
No me atrevía a preguntar a quién se refería exactamente.
—¿Qué es este sitio? Pareció divertido.
—¿Aún no te has dado cuenta?
Sentí que me ponía colorada, pero por lo menos me quedaba algo de sangre en la cabeza, así que podía levantarme sin correr el riesgo de desmayarme.
—He estado un poco ocupada pensando en otras cosas.
Se levantó y me ofreció su mano. No la acepté, pero no pareció importarle.
—Recibe diversos nombres. Elíseo, Annwn,  Paraíso…  Algunos  incluso  lo llaman el Jardín del Edén.
Sonrió como si hubiera contado un chiste. No lo entendí, y debió de notar mi perplejidad, porque añadió:
—Es la puerta entre la vida y la muerte. Tú todavía vives. Los demás habitantes del jardín murieron hace mucho tiempo.
Sentí un escalofrío.
—¿Y tú?
—¿Yo? —esbozó una sonrisa—. Yo reino sobre los muertos. No soy una de ellos.


Aprendiz de Diosa (1ra Parte) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora