Capítulo 18

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Muerte


No  sé  qué  esperaba  cuando  abrí  los ojos, pero desde luego no esperaba ver a mi madre. Y, sin embargo, allí estaba, aparentemente tan sana como cada noche cuando me quedaba dormida. En lugar de saludarme con su sonrisa de costumbre, tenía una expresión adusta y miraba fijamente a lo lejos.
—¿Mamá? —dije, y cuando me miró tenía los ojos tan rojos y hundidos que no parecían los suyos.
Ni en los peores días de su enfermedad me había parecido tan desanimada. Siempre había en ella algo, una chispa, una sonrisa o algo que me recordaba que seguía siendo mi madre. Esa vez, en cambio, no fue así.
Intenté agarrar su  mano, pero el suelo se movió y volví a caer sobre el banco. Fuera estaba oscuro, no había el fulgor de los días que solíamos pasar juntas, pero la luna llena y las estrellas daban  luz  suficiente  para  que  viera dónde estábamos. Seguíamos en Central Park, aunque por primera vez desde que habían empezado los sueños no estábamos en Sheep Meadow, sino en una barca, en medio del lago.
Me quedé paralizada. Así era como había estado a punto de ahogarme de pequeña.
—Mamá… —se me quebró la voz, más débil de lo normal. Estaba agotada y tenía unas ganas inmensas de cerrar los ojos y olvidarme de todo aquello. Dejar que se desvaneciera como el resto de mi vida—. Lo siento.
Siguió mirando a  lo lejos. La angustia se pintaba tan claramente en su rostro que yo podía sentirla.
—No es culpa tuya —dijo, y su voz hendió el extraño silencio que nos rodeaba.
Hasta las cosas que solían hacer ruido, como los grillos al cantar o las hojas al agitarse movidas por la brisa, guardaban silencio. Solo oía su voz y el ruido de las olas lamiendo el costado de la  barca.  Era  como  si fuéramos  los únicos seres vivos en toda la ciudad.
Estaba tan cansada que no podía moverme, pero ansiaba cruzar la barca y tocar  a  mi  madre.  Demostrarle  que seguía   allí,   aunque   fuera   por   poco tiempo.
—Claro que es culpa mía. Era Jess todo el tiempo y no me he dado cuenta. Debería haber…
—Hay muchos otros que la conocen desde mucho antes que tú —repuso mi madre—.   En   todo   caso,   son   ellos quienes deberían haberse dado cuenta, no tú. No puedes culparte por algo que era imposible que supieras.
—Pero  debería  haberlo  sabido  — dije con una voz tan tenue que temía que dejara de oírse— Sabía que alguien quería hacerme daño y debería haber intentado   averiguar   quién   era,   pero estaba tan preocupada por Lena… Pensaba… pensaba que nadie se atrevería estando ella cerca. Pensaba que estaba a salvo.
—Deberías haber estado a salvo — vi la luz de la luna reflejada en sus mejillas, señal segura de que estaba llorando—. Yo debería haber hecho algo más.
Titubeé.
—¿Qué quieres decir?
En lugar de contestar, se irguió y cruzó   la   barca,   haciendo   que   se tambaleara.  Me  agarré  al  borde  tan fuerte como pude, aunque no temía ahogarme. Si no estaba ya muerta, lo estaría dentro de poco. Se sentó a mi lado y me rodeó con sus brazos. Me costó un gran esfuerzo conservar la compostura, pero una de las dos tenía que mantenerse fuerte.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí sentadas, escuchando el ruido que hacía la barca al mecerse en el agua. Puede que fueran minutos o quizás horas. El tiempo parecía haberse detenido, y su abrazo era la única protección que necesitaba  contra  el  aire  frío  de  la noche. Repasé lo que había sucedido junto al río, cómo había pasado Jess de ser mi amiga a ser mi asesina. ¿Cómo era posible que no me hubiera dado cuenta? Pero, pensándolo bien, ¿qué podía haberla delatado?
—¿Por qué crees que lo ha hecho? —mascullé, apoyada en el hombro de mi madre—. Me dijo que quería a Lena, pero ¿por qué matarnos a todas? ¿Por qué arriesgar así la vida de Lena?
Pasó  los  dedos  por  mi  pelo.  Yo sabía  que  quería  reconfortarme,  pero solo consiguió recordarme lo que iba a perder. Lo que íbamos a perder las dos. Le había fallado tanto como a Lena, pero al menos ella me perdonaba. Ojalá hubiera podido perdonarme yo también.
—¿Tú  qué  crees?  —preguntó  con voz suave, y me encogí de hombros.
—No sé —pensé en Jess, en Lena y en Ava, que tan desesperadamente había buscado el amor— Puede que esté tan sola como ella. Quizá pensara que podía salvarlo. Pero… si de verdad la quiere, ¿cómo es posible que arriesgue así su existencia? Si yo estuviera en su lugar, habría preferido  verla  con  otra  a  no  verla nunca más.
—Hay muchos tipos de amor —dijo mi madre—. Puede que esa sea la diferencia entre Jess y tú. Quizá por eso tú fuiste elegida y ella no.
Cerré los ojos mientras intentaba pensarlo, pero ya nada tenía sentido más allá  del  balanceo  de  la  barca  y  del sonido de la respiración de mi madre.
—No quiero irme —susurré—. No quiero decir adiós.
Escondió la cara en mi pelo.
—No tendrás que hacerlo.
Antes  de  que  pudiera  preguntarle qué quería decir, la barca se aproximó a la  orilla.  Cuando  se  detuvo,  abrí  los ojos y vi en el agua el reflejo de una silueta   distorsionada  por   las   ondas. Unos brazos musculosos sustituyeron a los de mi madre y sentí que me sacaban de la barca. Quise resistirme, insistir en quedarme con mi madre, pero tenía la lengua pastosa y mis penJamesientos se agolpaban desordenadamente.
—Ya la tengo —dijo una voz angustiada. Lena…
—Gracias —contestó mi madre con una nota extraña que no entendí. Rozó mi mejilla con la mano y se inclinó para besar la de ella—. Cuida de ella, Lena.
—Descuida —dijo ella.
Mi  madre  se  inclinó  y  besó  mi frente. Yo ansiaba tomar su mano, pero fue  ella  quien  tomó  la  mía  y, sirviéndome de mis últimas fuerzas, conseguí apretar sus dedos suavemente.
—Mamá… —mi voz me sonó extraña, forzada, como si estuviera aprendiendo a articular las palabras.
—No pasa nada, cariño —se apartó y vi lágrimas en sus ojos—. Te quiero y estoy muy orgullosa de ti. No lo olvides nunca.
La angustia se apoderó de mí, pero no tenía forma de liberarla y un dolor espantoso me estrujó el corazón. Mi madre iba a marcharse. Aquello era el final. Se suponía que aún me quedaban varias semanas con ella, ¿no era ese nuestro acuerdo?
Tonta de mí. ¿Cómo iba a pasar tiempo con ella si estaba muerta y ella no?
—Yo también te quiero —dije, y aunque mi voz sonó como un borboteo, sonrió.
Cuando Lena dio media vuelta y me llevó hacia la negrura de la noche, volví la cabeza y la vi hacerse más y más pequeña a lo lejos. Finalmente pareció desvanecerse y desapareció por completo. Me aferré a sus últimas palabras, el pegamento que me sostenía unida mientras luchaba por resistirme a un   intenso   sopor.   Volvería a verla cuando ella  muriera,  y  los  días  de verano que podríamos pasar juntas en Central Park serían infinitos.
Pero aunque lo sabía, aunque Lena me llevaba hacia mi muerte, no pude evitar que una palabra se formara en mis labios, una palabra que llevaba muchos años negándome a pronunciar. La única palabra que esperaba no tener que decir nunca.
Adiós…
Esperaba que la muerte fuera fría, y sin embargo lo primero que sentí fue calor, una deliciosa tibieza que llenaba mi cuerpo, o al menos lo que quedaba de él, y se difundía a través de mí como miel.  ¿Era  aquello  lo  que  le  había pasado a Ava? ¿Se había despertado sintiendo  aquel  calor?  Parecía demasiado fácil.
Entonces empecé a sentir dolor. Un dolor arrollador, angustioso, en el pecho y en el costado, justo donde me había apuñalado Jess. Gimiendo, me abofeteé mentalmente por haber pensado que sería tan sencillo. A fin de cuentas, a Ava no le había quedado ni rastro de la herida en la cabeza, y mi cuerpo tenía que sanar antes de que pudiera levantarme y andar por ahí.
Oí susurros, pero no pude entenderlos. ¿Eran las almas de otros muertos? ¿Estaría ya allí mi madre, esperándome? Cuando abriera los ojos, ¿vería hierba, árboles y sol, o  alguna otra  cosa?  Debería  habérselo preguntado a Lena cuando aún tenía oportunidad.
Parecieron pasar siglos antes de que lograra mirar. Al principio la luz me quemó y cerré los ojos otra vez. Luego los abrí despacio y por fin se acostumbraron. Esa  vez,  cuando gemí, no fue por el dolor.
Estaba en mi cuarto, en la mansión, rodeada  por  caras  conocidas.  Ava  y Veronica, Sofía y James… Incluso J’onn estaba allí, y todos parecían preocupados. Por el rabillo del ojo la vi a ella. A Lena.
Me dio un vuelco el corazón, pero estaba tan desorientada que ni siquiera me pregunté por qué seguía latiendo. Aquello no era Central Park.
—¿Estoy muerta? —al menos, eso era lo que pretendía decir. Mi voz sonó ronca y me ardió la garganta, pero ¿qué más daba? Lena estaba allí.
Hizo una mueca y un bloque de hielo pareció llenar mi estómago. Estaba muerta, ¿verdad? Lena apenas me miraba.
—No  —contestó,  mirando  mis manos entre las suyas—. Estás viva.
Mi corazón se las ingenió para hundirse y alzar el vuelo al mismo tiempo. Eso significaba que aquello no había acabado, que todavía podíamos lograrlo, que quizá consiguiera aprobar…
Me acordé entonces de las palabras de despedida de mi madre y comprendí lo que había querido decir. No era yo quien había muerto, sino ella. El espanto se apoderó de mí y no pude refrenar las lágrimas,  estaba   demasiado  cansada.
Luché por incorporarme, pero el pecho me dolía horriblemente.
—Quédate tumbada —dijo J’onn severamente mientras acercaba a mis labios una copa con un líquido tibio.
Bebí la medicina dulce sin dejar de llorar. Todos me miraban, pero yo no aparté  la  vista  de  Lena.  Estaba  tan triste que no sentía vergüenza.
—Lena… —dije con voz pastosa mientras la medicina comenzaba a hacer efecto—. ¿Por qué…? —no conseguí acabar la frase. Resistiéndome al deseo de cerrar los ojos, intenté mover los dedos de los pies para mantenerme despierta, pero hasta eso me dolía.
—Duerme—dijo—. Estaré aquí cuando te despiertes.
Como no me quedaba otro remedio, me aferré a sus palabras y a la esperanza de que estuviera diciendo la verdad, y me quedé dormida.
Esa noche no soñé con mi madre y comprendí que no volvería a soñar con ella. Fueron horas llenas de pesadillas, de imágenes de agua, cuchillos y ríos de sangre. Pero por más que grité no logré despertarme.  Las  pesadillas  eran distintas a las que había tenido antes de mudarme a Midvale Menor: aquellas habían sido   amenazadoras,   en   cierto   modo como una advertencia. Las de esa noche eran recuerdos.
Me desperté por fin, después de lo que me pareció una eternidad. Abrí los ojos de pronto. Aún me dolía el cuerpo y tenía los músculos agarrotados. Esperaba ver luz, pero durante unos segundos solo vi oscuridad. Cuando se me acostumbraron los ojos, distinguí a Lena.
Había arrimado un sillón a la cama y aunque las otras tres cortinas del dosel estaban echadas, la cuarta estaba corrida lo suficiente para que la viera. Seguía teniendo mi mano entre las suyas.
—Buenos días —dijo. Había en su voz una lejanía que no entendí.
—¿Días? —balbucí, intentando mover la cabeza para mirar por la ventana, pero las cortinas estaban cerradas.
Lena pasó la mano sobre el candelero de la mesita de noche y la mecha  de  la  vela  se  prendió  con  un suave  estallido.  No  daba  mucha  luz, pero sí la suficiente para que viera lo que había a mi alrededor.
—Es muy temprano. Fuera todavía está oscuro —titubeó—. ¿Cómo estás?
Buena pregunta. Me lo pensé un momento  y  me  sorprendió  comprobar que el dolor había disminuido. Pero Lena no se refería a eso y las dos lo sabíamos.
—Ha muerto, ¿verdad?
—Pidió ocupar tu lugar y yo se lo permití —dijo con los ojos fijos en nuestras manos unidas—. Solo así podía sacarte del Inframundo. Una vida por otra. Ni siquiera yo puedo quebrantar la ley de los muertos.
Sus  palabras  fueron  como  un mazazo.  Me  pasé  la  lengua  por  los labios resecos.
—¿Entregó su vida por mí?
—Sí —me ofreció una copa de agua. La  tomé  con manos  temblorosas y derramé más de la que conseguí beber. Lena volvió a llenarla y me la acercó a los labios.
—Estabas muerta y no podía curarte. Fue su último regalo para ti.
Dejé escapar un suave sollozo mientras me invadía la pena. Mi madre había  muerto,  y  todo  por  mi  error. Porque había permitido que Jess se acercara demasiado. Porque había confiado   en  la   persona   equivocada. Sentí que un trozo de mi ser había desaparecido, como si hubiera perdido algo vital que jamás podría recuperar. Me sentí al mismo tiempo vacía y llena de tristeza, y pensé que todo aquello era un inmensa equivocación.
Pasaron unos minutos antes de que pudiera mirar de nuevo a Lena. Cuando por fin pude hacerlo, las lágrimas emborronaron mi visión y mi voz sonó ronca y forzada.
—¿Qué pasó después de lo del río? Apretó mi mano.
—Fue Ava quien encontró tu cuerpo. Pasó mucho tiempo intentando salvarte, pero a pesar de sus esfuerzos no había ninguna esperanza.
Se me cerró la garganta. Después de lo que le había hecho, Ava había intentado salvarme.
—¿Y Jess?
Su semblante se endureció.
—James la apresó. Será juzgada y castigada por sus actos, y te doy mi palabra de que, mientras yo reine en el infierno, no volverás a verla.
Me estremecí y Lena me tapó otra vez con la manta. No tuve ánimos para decirle que no tenía frío.
—Fue ella quien te envió esas pesadillas —añadió—. Y quien intentó que te salieras de la carretera. Vio tu potencial, como todos, y creo que llegó a la conclusión de que el único modo de detenerte era matarte antes de que llegaras a Midvale Menor.
Y casi lo había conseguido. Si antes no había estado segura, ahora lo estaba: si nuestro coche no se había estrellado contra los árboles había sido únicamente porque Lena había estado allí para protegernos.
—¿Qué va a ser de ella?
—Aún no lo sé. Debía de saber que no podría salir impune, porque no intentó escapar ni negar lo que había hecho,  pero…  —vaciló—.  Sospecho que pensaba que no recibiría ningún castigo. Teniendo en cuenta todo lo que ha  pasado, me  ha  parecido apropiado que tú también puedas opinar cuando llegue la hora de decidir su suerte.
Hice amago de preguntarle por qué creía Jess que no sería castigada, pero en parte ya lo sabía.
—Te quiere tanto que no soportaba pensar que estuvieras con otra.  Creía que era la única persona que podía hacerte feliz.
—Y ha estado a punto de arruinar el resto  de  mi  existencia  —se  inclinó  y besó mis nudillos.
Sentí otro escalofrío, completamente distinto del primero.
—Soy yo quien ha fallado, no tú, y haré todo lo que sea preciso para compensarte mientras estemos juntas.
—No me has fallado —intenté ponerme de lado para mirarla, pero cualquier movimiento me causaba dolor—. Soy yo quien te ha fallado.
Debía de saber que me refería a la prueba, pero sacudió la cabeza de todos modos.
—Tú nunca podrías fallarme. Debería haberme dado cuenta mucho antes de que pasara esto y no haber permitido que se acercara a ti. Lo siento muchísimo.
Me quedé callada un rato y por fin dije con una vocecilla:
—¿Estamos bien? No… no me refiero a esto, sino a la bebida y a…
—Sí  —contestó—.  Te  pido disculpas por cómo reaccioné esa mañana. No estaba enfadada contigo, estaba enfadada con… —se interrumpió y la furia crispó un momento su rostro, pero cuando parpadeé su expresión volvía a ser neutra—. No fue culpa tuya. Era una droga muy suave, nada más.
—Aunque haya suspendido, sigo queriéndote, ¿sabes?
Pasaron unos segundos y cuando quedó  claro  que  no  iba  a  responder, cerré  los  ojos  y  suspiré.  Mi  cuerpo ansiaba  dormir,  y  la  pérdida  de  mi madre había embotado mi mente. Estaba segura de que cualquier intento de resistirme al sueño era una batalla perdida.
Cuando estaba a punto de sumirme en la inconsciencia, me pareció oír su voz, suave y cálida. Era todo cuanto necesitaba oír.
—Yo también te quiero.

Aprendiz de Diosa (1ra Parte) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora