Capítulo 15

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Juicio

Ava estaba acurrucada en el rincón del aposento,  sin  un  solo  rasguño,  pero sobre la cama se veían los restos ensangrentados del  cuerpo  de  Mon-el. La habitación estaba impregnada de un olor a podrido. Yo me tapé la nariz, pero a Lena no pareció importarle cuando se puso a examinar el cadáver.
Veronica y Jess no nos habían acompañado, habían preferido quedarse en otra ala de la mansión, con Maxwell, que, por lo que había dicho Jess, estaba herido pero no de gravedad.
Al parecer, para los moradores de Midvale Menor pasar al más allá era el equivalente  a  morir  en  el  mundo exterior: un final idéntico a la muerte para los vivos. Hasta que sus seres queridos no pasaran también al más allá, no podían volver a verlos. Mon-el se había ido, se había perdido en el Inframundo, y la única que podía encontrarlo ahora era Lena. Me costó asimilar que aquello no era el verdadero final, que podía perder a Ava otra vez, igual que a todas las personas con las que había trabado amistad desde septiembre, y que esta vez no reaparecerían.  Aquella  muerte  era  el paso final para los habitantes de Midvale Menor.  Para  Mon-el  no  habría  más intermedios. Pese al doloroso vacío que dejaba su muerte en la mansión, me reconfortó un poco saber que aquel lugar todavía formaba parte del mundo que yo comprendía. Un puñal en la espalda equivalía  a  sangre,  y  un  exceso  de sangre equivalía a la muerte.
—¿Ava? —dije al acercarme a ella. Parecía un animal asustado, listo para huir al menor movimiento.
—Yo no quería —musitó, llorando. Tenía manchas de sangre debajo de los ojos. Debía de habérselas dejado al limpiarse las mejillas—. Pensaba… pensaba que no quería volver a verme, y Mon-el estaba ahí y yo…
—Está  bien —dije,  aunque  estaba claro que no era así. Me sentía mareada y me costó un enorme esfuerzo no vomitar al ver aquella carnicería, pero aparté la mirada de ella y la fijé en Ava —. Deberíamos lavarte un poco.
La ayudé a llegar al cuarto de baño mientras Lena proseguía con su inspección. En cuanto me aseguré de que no iba a desmayarse, le busqué una bata y me puse a lavarle la sangre de la piel y el pelo. Ninguna de las dos dijo nada. Yo no quería conocer los detalles y ella estaba demasiado trémula para hablar. Cuando estuvo seca, me asomé a la habitación procurando no mirar la horrible escena de la cama.
—¿Qué quieres que haga con ella? —pregunté.
Lena no se había movido.
—Los guardias la acompañarán a otra  habitación.  Se  quedará  allí  hasta que decidamos si merece castigo.
Palidecí.
—¿Esto es… es otra prueba?
Se acercó a mí en un instante, a velocidad increíble.
—No —contestó—. Mon-el ha pasado al otro lado. Ahora ven. Ellos se ocuparán de Ava.
Me condujo hacia la puerta, tapándome con su cuerpo la visión del cadáver.   Cuando   salimos   entró   una mujer de uniforme, pero apenas me fijé en ella.
—¿Adónde vamos? —pregunté después  de  respirar  una  bocanada  de aire fresco cuando llegamos al pasillo.
—A ver a Maxwell —dobló una esquina y la seguí sin protestar.
Se me encogió el estómago al pensar en qué estado podía estar Maxwell, pero procuré no pensarlo. Que yo supiera, estaba bien.
Pero en cuanto entramos en su aposento se hizo evidente que no era así. Veronica estaba junto a la cama de su hermano. Estaba demacrada y le temblaban las manos. Cuando entramos Lena y yo, me miró con rabia y me paré junto a la puerta.
—¿Cómo está? —preguntó Lena al llegar a los pies de la cama.
Maxwell estaba inconsciente.
—Tiene una herida en el pecho que me preocupa. Todas las demás son superficiales, pero ha perdido mucha sangre —contestó Veronica con voz ronca.
—¿Se despertará pronto? —no había ni una sola nota de pena ni de preocupación  en   la   voz   de   Lena. Sonaba  hueca,  y ese  vacío  me  asustó más que cualquier otra cosa esa mañana.
Ella negó con la cabeza.
—No lo sé.
—¿Podrá soportar el dolor si le despierto?
La miramos las dos con enfado. Busqué algún rasgo de la  Lena a la que había besado esa noche, pero no la encontré. Una parte de mí sintió alivio: no quería enamorarme de aquel frío cascarón. Otra parte, en cambio, se preguntó cuál de los dos era de verdad ella.
—S-sí —contestó Veronica, desviando la mirada después de unos segundos—. Lo soportará.
Hasta yo noté que no estaba muy segura, pero al parecer Lena no necesitaba más confirmación. Soltó mi mano y dio un paso hacia la cama, cerniéndose sobre ella. Un momento después, sin que nada indicara que se había obrado un cambio, Maxwell dejó escapar un gemido. Tenía los ojos tan hinchados que a duras penas pudo abrirlos el ancho de una rendija. Tosió débilmente, y el estertor de su pecho me hizo estremecerme.
—¿Quéha pasado? —preguntó Lena con calma.
Maxwell se esforzó por responder, abrió y cerró la boca varias veces.
—¿Ava?
—Se ha ido —dijo Veronica en tono extrañamente tierno—. No tendrás que volver a verla.
En lugar de parecer reconfortado, Maxwell desorbitó los ojos e hizo intento de incorporarse.
—¡No!  —gimió,  y  hasta  desde  el otro lado de la habitación noté cuánto sufría—. Yo no… no quería…
—Ava sigue aquí —añadió Lena, y Veronica se giró, asombrada—. Mon-el se ha ido.
Maxwell se dejó caer en la cama y cerró los párpados con fuerza.
—Me atacó —farfulló—. Fui a desearle feliz Navidad a Ava y me los encontré juntos. Mon-el… debió de olvidar las normas. Pensó que iba a atacarle. Sacó su espada y saltó hacia mí y… tuve que defenderme.
Le costaba hablar. Yo ignoraba por qué le estaba haciendo pasar Lena por aquello  cuando  podía  haberlo interrogado   una   vez   recuperado.   O mejor todavía, ¿por qué no le curaba, como  me  había  curado  a  mí? Sospechaba que sus facultades de sanador no se limitaban a los tobillos.
—Cálmate —dijo Lena, e hizo una seña a Veronica, que acercó una taza a los labios de su hermano.
Maxwell bebió, aunque derramó casi todo el líquido sobre su pecho. Ella lo limpió metódicamente con una toalla, como si estuviera acostumbrada a hacerlo, a pesar de que un ceño muy marcado  fruncía  su  frente.  Unos segundos  después  de  beber  aquel líquido, Maxwell volvió a relajarse.
—¿Esa es tu versión, entonces? ¿Que no tenías malas intenciones respecto a Mon-el y que fue él quien te atacó? ¿Solo te defendiste?
—A mí y a Ava —se le cerraron los ojos—. Pensó que iba a por ella.
Lena esperó mientras volvía a quedarse  dormido.  Cuando  su respiración se aquietó, se acercó a mí y, poniéndome una mano en la espalda, me condujo fuera de la habitación.
—¿Ha dicho la verdad? —pregunté. Lena me miró. Su semblante seguía desprovisto de cualquier rastro de humanidad.
—¿Qué crees tú?
Tragué saliva. Me sentía como si de pronto me hubiera lanzado de cabeza en medio de un lago y ni siquiera atisbara su superficie.
—Creo que necesito hablar con Ava.
Me dejó entrar sola en la habitación, aunque ella y dos guardias se quedaron fuera, junto a la puerta, desde donde sin duda podría oír claramente todo lo que dijéramos. No me importó, sin embargo: no era la intimidad de Ava lo que me preocupaba, sino descubrir la verdad. Si Maxwell había sido sincero, entonces ella no había hecho nada de malo, ¿verdad? Mon-el había pasado al más allá, sin embargo, y eso no podía ignorarse.
Estaba tumbada de lado en medio de una cama grande, con las rodillas pegadas al pecho. Me senté con cuidado al borde de la cama y toqué su mano.
—¿Estás bien? —la respuesta era evidente, pero fue lo único que se me ocurrió.
—No —contestó con voz estrangulada—. Mon-el ha muerto.
—Ya estaba muerto —contesté con la mayor suavidad de que fui capaz—. Solo ha pasado al siguiente nivel, nada más.
Se  quedó  callada.  Pasé  los  dedos por su pelo trigueño, todavía mojado de cuando le había lavado la sangre.
—¿Te han hecho daño? ¿Necesitas que te vea un médico?
—No —masculló—. Estoy bien. Saltaba a la vista que no estaba bien, pero  el  trauma  de  haber  perdido  a Mon-el no invalidaba la posibilidad de que hubiera tenido algo que ver en el asunto.
—¿Qué ha pasado?
Dudó y por un segundo pensé que no iba a decir nada. Después habló en voz tan baja que tuve que hacer un esfuerzo por oírla, a pesar de que la habitación estaba en silencio.
—No lo sé. Solo… me desperté y Maxwell estaba allí, mirándonos a Mon-el y a mí como… No sé.
Me mordí el labio.
—¿Fue Maxwell quien atacó a Mon-el o al revés?
—No  lo  sé.  Me  desperté,  vi  una espada, grité y corrí al rincón. No miré. No podía… —se puso boca arriba y me miró fijamente, con los ojos rojos y llenos de lágrimas—. Había sangre y yo chillaba y ellos se insultaban y no sé qué ocurrió, ¿de acuerdo?
Asentí. Había cerrado los puños y me estaba clavando las uñas en las palmas. Me hacía daño.
—¿Quieres contarme algo más? ¿Algo que vieras u oyeras o…?
—No —se apartó de mí—. Y de todos modos, ya no importa, ¿verdad?
No supe muy bien qué ocurrió, pero fue como si algo se quebrara dentro de mí. Me había pasado meses (años, mejor dicho) intentando impedir que la gente a la que quería se muriera, y Ava, pese a que afirmaba amar a Mon-el, ni siquiera quería  hacer  el  esfuerzo  de  averiguar qué había ocurrido.
Me levanté bruscamente y de pronto la habitación me pareció mucho más pequeña que antes.
—¿Es que no lo entiendes, Ava? Mon-el está muerto. Muerto de verdad, para siempre. No va a volver nunca. Y ahora mismo todo indica que Maxwell lo asesinó porque te pilló en la cama con él.
Pareció  reaccionar.  Se  giró  y  me miró con la boca abierta.
—Te  diré  cómo  van las  cosas  — añadí  con  vehemencia—.  O  Maxwell  es inocente y fue Mon-el quien lo atacó, o Maxwell es culpable y Mon-el solo estaba defendiéndose. ¿Te importa siquiera, o solo estás enfadada porque has perdido un juguete?
Empecé  a  pasearme  por  la habitación, indignada. No recordaba haber estado nunca tan enfadada.
—Entiendo que estás muerta, que tu vida se ha terminado y que te estás divirtiendo mientras puedes, pero esto ya no tiene gracia, por lo menos para los demás. Estabas jugando con esos chicos como si solo estuvieran aquí para entretenerte. Te comportas como si los demás solo importaran en función de si tú obtienes lo que quieres o no, y ahora Mon-el está muerto.
—¿Me estás  culpando? —preguntó —. Pero yo no lo he matado…
—No lo has hecho pedacitos, pero si esto ha pasado es por culpa tuya —me paré delante de la cama, pasándome los dedos por el pelo—. Veronica quiere que te vayas. Y francamente, si lo único que vas a hacer es perder el tiempo acostándote con todos los tíos de la mansión y comportándote como si el mundo girara a tu alrededor, más vale que te vayas. Aquí no sirves de nada. Lo único que has hecho ha sido pelearte con Veronica y conseguir que mataran a Mon-el.
Me arrepentí en cuanto lo dije, pero no podía retirarlo. Era la verdad, o al menos una exageración de la verdad. Cuando miré a Ava, sin embargo, vi a una chica asustada que era amiga mía, y no a la zorra egoísta y odiosa a la que acababa de retratar. Se me revolvió el estómago y la culpa me embargó tan de golpe que sentí que me ahogaba.
—Lena  dejó  que  te  quedaras porque somos amigas —logré decir, y aunque mi voz sonó más calmada, había en ella una nota de frío reproche—. Y lo somos, Ava, o al menos creo que lo éramos. Pero Lena se arriesgó por mí, y tú lo único que has hecho es conseguir que muera uno de sus hombres y que a otro lo tachen de asesino. ¿Tienes idea de lo mal que me siento?
Me miró fijamente mientras le temblaba el labio.
—Lo que pasa es que estás celosa —musitó—. Tú tienes que cargar con Lena  toda  la  vida  mientras  que  yo puedo estar con quien me apetezca. Reconócelo. Te estás comportando así porque yo puedo elegir y tú no.
Le lancé una mirada fulminante mientras intentaba ignorar el eco de sus palabras dentro de mi cabeza. ¿Acaso no había pensado yo lo mismo un par de meses antes? En cualquier caso, no iba a darle la satisfacción de creer que tenía razón. No la tenía, ya no.
—No intentes devolverme la pelota —dije—. Pude elegir y lo hice. Y lo que es más importante, me alegro de haber tomado esa decisión y estoy haciendo todo lo posible por hacer un buen papel. No estoy celosa de ti, Ava. Me avergüenzas.
Me dolió ver su mirada herida, pero me obligué a continuar. Tenía que entender que había ciertos límites, y que hasta que no aprendiera a dejar de lastimar a los demás, yo no podría quedarme de brazos cruzados, mirando.
—Quédate en Midvale todo lo que quieras, pero no te atrevas a acercarte a mí, ni a Veronica, ni a Maxwell, ni a ningún otro hombre  de  esta  casa,  ¿entendido? Déjalos en paz. Déjame en paz a mí. Tengo muchas cosas de las que ocuparme en estos momentos. No quiero tener que preocuparme además de si alguien más va a morir por tu culpa.
Habría reculado si Ava me hubiera mirado, así que salí de la habitación y dejé atrás a Lena, que me siguió hasta mi suite. Me dieron ganas de cerrar de un portazo, pero estaba justo detrás de mí. Kripto y Cerbero seguían acurrucados en el suelo, el uno al lado del otro. Di una patada a una almohada, y cayó a pocos centímetros de ellos.
—¿Y  ahora  qué?  —dije volviéndome hacia Lena—. ¿Nos sentamos aquí a hablar de lo que ha pasado? ¿Qué somos nosotros? ¿Los jueces?  ¿El  jurado?  ¿Qué  va  a  pasar ahora?
—Nada —respondió mientras acariciaba las orejas de Cerbero—. Ya has dictado sentencia.
Me quedé callada un momento.
—¿Qué?
—Ava no volverá a tener ningún contacto romántico con un hombre, ni volverá a tener contacto contigo o con Veronica —contestó, y me dejé caer en la cama—. En cuanto a Maxwell, no puedo pedirte que lo juzgues. Aún no.
—¿Por qué? —pregunté con la garganta seca al darme cuenta de que no volvería a ver a Ava.
Después de todo lo que habíamos pasado juntas desde septiembre, tenía la sensación de haberle fallado. Pero en cierto modo ¿no se había fallado a sí misma? Yo sabía que no era culpa suya en realidad. Ella no podía prever lo que iba a pasar. Pero aun así había sido una irresponsable,  y  yo  se  lo  había permitido.  Aquello  pesaba  también sobre mis hombros. Pero fuera de quien fuese la culpa, Mon-el seguía estando muerto.
—Porque  todavía  no  tienes capacidad para descubrir una mentira — se  acercó  a  mi  armario  y comenzó  a mirar la ropa como si estuviéramos hablando del tiempo o de algo igual de prosaico.
Levanté las cejas.
—¿Y tú sí?
No me hizo caso.
—Y tampoco puedes entrar en el Inframundo  para  interrogar  a  Mon-el. Por suerte, no será necesario. Ya sé qué ha ocurrido.
Tomé a Kripto entre mis brazos y lo acerqué a mi pecho. Su calor me reconfortó. No quise preguntar, me daba miedo que Maxwell fuera culpable, así que no dije nada. Lena no podía seguir rebuscando en mi armario eternamente, y tarde o temprano me lo diría, aunque yo no quisiera oírlo.
Pasó un minuto. Por fin dejó unos vaqueros limpios y una sudadera blanca sobre la cama.
—Maxwell dice la verdad y por tanto no será juzgado. El castigo que le has impuesto a Ava es justo y no hace falta que yo intervenga. Daré orden de que se cumplan tus restricciones, y todo habrá terminado.
Asentí, aturdida. Dejé a Kripto en el suelo, recogí mi ropa y fui a cambiarme detrás del biombo del rincón. No había nada más que decir, y el peso de la sentencia  que  había  dictado  agobiaba mis hombros. ¿Había hecho lo correcto o  había  reaccionado  movida  por  la furia? ¿Y cómo soportaría Ava verse privada también de Maxwell y de mí, sintiéndose tan sola como se sentía en aquella casa?
—Te veré en el desayuno —dijo Lena, aunque a mí se me revolvió el estómago con solo pensar en comer.
Oí que la puerta se abría, pero no la oí cerrarse. Distraída aún pensando en lo que le había hecho a mi única amiga en Midvale Menor, me abroché los pantalones y salí de detrás del biombo. Lena seguía allí. Una carga invisible parecía encorvar sus hombros, y al meterse las manos en los bolsillos pensé que se parecía tanto a la Lena que había visto en la habitación de Perséfone que sentí una punzada de temor. Sus ojos, sin embargo, no estaban muertos, como unas semanas antes. Estaba cansada, pero aún no se había dado por vencida.
—Lo que has hecho nunca es fácil —dijo—, pero era necesario. No puedo ni imaginar lo difícil que ha sido para ti, sobre todo teniendo en cuenta que Ava es tu amiga.
—Era mi amiga —susurré, pero no supe si me oyó.
—No te sientas culpable. Sus actos no son los tuyos. No me arrepiento de haberla invitado a quedarse. Hasta hoy ha sido una buena compañía. Tu seguridad y tu felicidad son lo que más me importa.
Asentí con un gesto y se marchó. Al mirar el reflejo que me había regalado, y que ahora reposaba sobre mi mesita de noche, me sentía más culpable que antes.
Por culpable que fuera Ava, si ni siquiera podía protegerla a ella, ¿cómo iba a proteger a Lena?
Aunque aquello no hubiera sido una prueba, aún me quedaban varias por pasar. Una palabra equivocada, una idea errónea, un mal paso y todo se acabaría. La vida de Lena era tan frágil como la de Mon-el o la de mi madre, y sentí que empezaba a resquebrajarme. Me abrumaba tener que luchar sola por ella. Lena se había quedado en el banquillo porque yo la había obligado, porque la había llevado allí a rastras y la había obligado a seguir expectante, a mantenerse en guardia. No podía, sin embargo,  obligarla  a  que  aquello  le importara. Yo era la única que luchaba por ella, y ya no estaba segura de estar a la altura de las circunstancias.

Aprendiz de Diosa (1ra Parte) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora