Winn
—¿Tú también estás metido en esto? — pregunté con voz ronca, mirándolo con incredulidad.
Estaba exactamente igual que como lo recordaba del instituto: las orejas de soplillo, el pelo rubio enmarañado y los enormes auriculares colgados alrededor del cuello.
—Kara… —comenzó a decir, pero Lena apareció en la puerta y lo empujó a un lado.
Me ofreció la mano y la acepté sin dejar de mirar con furia a Winn.
—¿Qué está pasando? —la voz me salió estrangulada. Estaba aturdida, pero no pensaba permitir que se escaparan—. Decídmelo. Primero Sofía, luego Alex y ahora tú…
—Quizá convenga que continuemos dentro esta conversación —dijo Lena con una mueca.
Rechiné los dientes, pero asentí con la cabeza y me apoyé en ella para entrar en la habitación.
Vi entonces que era un dormitorio. No estaba polvoriento, pero reinaba en él cierta atmósfera de abandono, y cuando Lena me ayudó a sortear los cristales rotos desperdigados por la tarima, vi un marco roto en el suelo. La fotografía que contenía estaba doblada y rasgada. En ella aparecía una chica sonriente, más o menos de mi edad, con las mejillas pecosas y el pelo rubio rojizo. A su lado estaba Lena. En la fotografía parecía muy contenta, como si toda la tensión de su cuerpo se hubiera desvanecido.
—¿Quién es esa? —pregunté, aunque tuve la horrible sensación de saberlo ya.
Lena miró la fotografía y una mueca de dolor contrajo su rostro. Esperó hasta que llegamos a la cama antes de responder, y cuando lo hizo no me miró a los ojos.
—Perséfone —dijo con una voz tan frágil que parecía a punto de quebrarse —. Hace mucho tiempo.
—No tanto —contesté sin apartar la vista de la fotografía—, si ya había cámaras de fotos.
—No es una fotografía —respondió, y se agachó para recogerla—. Es un reflejo. Mira.
Le temblaron las manos cuando me dio la imagen y al examinarla advertí que tenía una profundidad impropia de una fotografía. Parecía rielar como un estanque, y Perséfone y Lena se movían. No tanto como en un vídeo doméstico, pero ella parpadeó y vi que Lena la estrechaba entre sus brazos.
—Es guapísima —dije en voz baja. Sentí celos al comprender que nunca estaría a la altura de su recuerdo, pero me sentía tan triste por lo mucho que tenía que haber sufrido Lena que aparté la imagen—. Lo siento.
Hizo un ademán para quitarle importancia al asunto, como si no fuera nada del otro mundo, pero cuando le devolví la imagen la tomó con delicadeza y pasó la mano sobre su superficie. Se alisó como si no hubiera sufrido ningún daño.
—Como te decía, fue hace mucho tiempo.
Oí un tosido y al levantar los ojos vi a Winn junto a la puerta. Entorné los párpados.
—¿Qué pasa?
—Has preguntado qué hago aquí — cruzó los brazos y se apoyó en la puerta, cerrándola con firmeza. Detrás de ella se oyó un chillido. Ava seguía allí, pero yo prefería que no oyera aquello.
—Y aún no me lo has dicho —hice una mueca de dolor cuando Lena palpó con cuidado mi tobillo.
—Es mi sucesor —dijo Lena, y lo miró bruscamente—. Él me sustituirá si me desvanezco.
Me embargó una oleada de horror y miré a Winn con repulsión.
—¿Por eso intentaste que no viniera? ¿Sabías que era su última oportunidad y pensaste que, si me detenías, serías el vencedor?
—Aquí no hay ningún vencedor — contestó Winn—. No se trata de una competición, ¿entendido? Esto es muy duro para todos nosotros. Llevamos un siglo intentando encontrar a alguien que ocupe el lugar de Perséfone y si no lo conseguimos…
—Si no lo conseguís, tú ocuparás el lugar de Lena —repliqué—. Y sin embargo aquí estás, intentando echarlo todo a perder.
—Porque pensaba que querías marcharte —afirmó con la mandíbula tan tensa que me pareció ver vibrar un músculo—. Dijiste…
—Lena tiene razón. No entendí lo que pasaba, y no quiero marcharme ni que ella muera mientras yo pueda evitarlo.
Se removió, incómodo.
—Eso pensaba yo, pero los términos del acuerdo son muy claros y, si quieres marcharte, nosotros no podemos hacer nada por impedírtelo. Si Lena te retiene aquí contra tu voluntad, tenemos todo el derecho a intervenir.
—Espera —dije cuando empecé a entender lentamente lo que ocurría—. ¿A quién te refieres exactamente?
Lena arrugó el ceño a mi lado, y su frente se frunció tanto que por un momento pareció otra persona.
—Winn… —dijo en tono de advertencia.
Winn se irguió y dejó caer los brazos.
—No me importa que lo sepa.
—A los demás sí les importará — repuso Lena, pero no hizo intento de detenerlo.
Winn dio un paso indeciso hacia mí, como si quisiera tenderme los brazos, pero le lancé una mirada llena de frialdad y se detuvo.
—Soy uno de los miembros del consejo. Estuvo a punto de parárseme el corazón.
—¿Tú formas parte del consejo? — balbucí—. No puede ser. Tú eres… tú.
—Sagaz observación —comentó más para sí mismo que para mí—. Escucha, Kara… Me da igual que me creas o no. Bueno, no, me gustaría que me creyeras, pero no espero que lo hagas. Puedes odiarme todo lo que quieras por intentar apartarte de Lena, pero solo estoy intentando hacer lo que más te conviene.
—¿Y crees que lo que más me conviene es vivir el resto de mis días sabiendo que Lena murió por mi culpa? —estuvieron a punto de saltárseme las lágrimas, pero conseguí contenerlas parpadeando y obligué a mi voz a sonar firme y serena—. Eso por no hablar de lo que pasa con mi madre.
—No recordarás nada de esto si decides marcharte —contestó Winn—. Eso también forma parte del trato.
—Ya basta de hablar de ese estúpido trato —se me quebró la voz y sentí que me ardía la cara—. Esto es decisión mía, no tuya. No puedes actuar a mis espaldas y acabar con esto porque crees saber qué es lo que más me conviene. Yo diré cuándo se ha acabado esto, no tú —los miré a ambos para cerciorarme de que me estaban escuchando, pero Lena seguía concentrada en mi tobillo. Tenía la cabeza agachada y los ojos cerrados. Sentí que un calor denso se extendía desde mi rodilla hasta los dedos de mi pie y Lena envolvió la articulación con sus manos y comenzó a moverla suavemente, en círculos.
— ¿Te duele?
Negué con la cabeza. Dejó mi pierna y yo la flexioné con cuidado y moví los dedos del pie. Ya no me dolía.
Olvidé por un momento mi enfado.
—¿Cómo has…? —comencé a preguntar, pero se encogió de hombros.
—No debes curarla —dijo Winn desde el otro lado de la habitación.
Lena se estiró y, aunque estaba de lado, vi la expresión agotada de sus ojos.
—Parece que esta noche estamos infringiendo toda clase de normas —se levantó—. Si me disculpáis…
Se marchó antes de que yo pudiera decir nada, dejándome a solas con Winn en la habitación. Yo también me levanté para probar mi tobillo. Me sostenía perfectamente.
—No fue decisión mía, ¿sabes? — dijo Winn en voz baja—. Sustituir a Lena si no apruebas. Soy el único miembro del consejo que conoce el Inframundo tan bien como ella.
—Pero aun así querías —dije.
Apartó los ojos y se quedó mirando los jardines a través de un ventanal. La luna estaba casi llena y vi las copas desnudas de los árboles agitándose al viento de noviembre.
—Duramos tanto tiempo como dura lo que representamos. Constantemente se desvanecen dioses menores, olvidados, pero los miembros del consejo no somos dioses menores. Mientras exista la humanidad siempre habrá amor y guerra. Habrá música y arte, literatura y paz, matrimonio, hijos y viajeros. Pero la humanidad no durará eternamente, y cuando desaparezca también desapareceremos nosotros. Solo quedará la muerte.
—¿Y si controlas el Inframundo conseguirás sobrevivir incluso después de que todo lo demás haya desaparecido? —pregunté, pero ya sabía la respuesta, y un nudo se formó en mi garganta—. ¿De eso se trata?
—No. Se trata de asegurarnos de que sobrevives. No quiero que mueras, Kara. Por favor. Ninguno de nosotros quiere, y Lena se dio por vencida hace mucho tiempo. Puede que lo esté intentando por ti, pero no porque quiera continuar. Es simplemente que no quiere que te maten, nada más.
Me quedé callada un momento.
—¿Es probable que eso ocurra? Me miró y vi miedo en sus ojos.
—Ninguna ha sobrevivido más allá de Navidad. Por favor. Lena no quiere que esto continúe. Siempre estará enamorada de Perséfone, no de ti. Mira a tu alrededor. Fíjate en dónde estás. Esta era su habitación.
La habitación no tenía nada de particular, excepto la fotografía que Lena le había lanzado a Winn, pero cuanto más me fijaba en ella, más claramente la veía. Era como el cuarto de una niña que un padre no quiere tocar después de una tragedia. Sobre el tocador del rincón había horquillas anticuadas, y las cortinas estaban descorridas para dejar entrar la luz del sol. Hasta había un vestido extendido en un rincón, esperando a que alguien se lo pusiera. Parecía congelada en el tiempo, intacta desde hacía siglos, hasta que regresara Perséfone.
—Ese reflejo… —señaló la imagen de Perséfone y Lena juntos, aparentemente tan felices—, no es real.
Es un deseo, un sueño, una esperanza, no un recuerdo. Lena la quería tanto que habría hecho pedazos el mundo si ella se lo hubiera pedido, pero Perséfone apenas soportaba mirarla. Desde que murió Perséfone, Lena no ha cesado de suplicar al consejo que le deje libre, que permita que se desvanezca. ¿De veras crees que puedes competir con eso?
—Esto no es una competición — contesté con aspereza, repitiendo lo que él mismo había dicho minutos antes.
Pero mientras lo decía me di cuenta de que sí lo era. Si no conseguía que Lena me quisiera, ella no tendría motivos para continuar y nunca dejaría de compararme con Perséfone. Pero esa no era razón para dejar de luchar por ella. Se merecía la oportunidad de ser feliz, igual que yo, y no estaba dispuesta a decir adiós a otra persona que formaba parte de mi vida.
El semblante de Winn se suavizó.
—Nunca te querrá, Kara, al menos no como mereces que te quieran. Se dio por vencida hace mucho tiempo, y lo único que estás haciendo es prolongar su dolor. Lo más generoso sería dejarla en paz.
Me acerqué a él, dividida entre la ira y una necesidad urgente de tocarlo, de cerciorarme de que mi Winn seguía allí, bajo la apariencia de aquel dios astuto en el que se había convertido de pronto. Un dios dispuesto a decir todo lo que creyera necesario para convencerme de que me marchara. Para robarle la eternidad a Lena y ocupar su lugar.
—¿Y crees que yo también debo hacerlo? —pregunté cuando estuve a menos de medio metro de él—. ¿Crees que debería darme por vencida y abandonar a Lena como lo abandonó Perséfone?
—Perséfone tenía sus motivos — contestó—. Lena la arrancó de todo lo que amaba y la obligó a permanecer con ella contra su voluntad. Tú habrías hecho lo mismo.
Me quedé callada. La diferencia entre Perséfone y yo era que a ella aún le quedaba algo que perder. Winn alargó el brazo tímidamente y dejé que me abrazara, escondiendo la cara en mi pelo. Lo oí respirar hondo y me pregunté si olía la lavanda de mi champú, o si sentía mi miedo, mi mala conciencia y mi determinación. Después de un momento de tensión, yo también lo abracé.
—Por favor, no te hagas esto a ti misma, Kara —murmuró a mi oído.
Cerré los ojos y fingí por un momento que era de nuevo solo Winn, no el rival de Lena, no el dios empeñado en beneficiarse de mi fracaso, sino mi Winn.
—¿Puedes hacerme un favor? —dije apoyada en su pecho.
—Claro que sí —contestó—. Lo que quieras.
Me aparté de él.
—Mantente alejado de mí y no vuelvas hasta la primavera.
Abrió mucho los ojos.
—Kara…
—Lo digo en serio —me tembló la voz, pero me mantuve firme—. Fuera de aquí.
Retrocedió, perplejo, y se metió las manos en los bolsillos. Por un instante pareció que iba a decir algo; luego, sin embargo, dio media vuelta y salió, dejándome sola en la habitación de Perséfone.
Había pasado cuatro años negándome a permitir que mi madre se diera por vencida, y no estaba dispuesta a que Lena tirara la toalla. Si no quería seguir por sí misma, encontraría el modo de que siguiera por mí.
Horas más tarde, mucho después de que la luna ascendiera tanto en el cielo que ya no la veía desde mi ventana, miraba fijamente el techo tumbada en la cama. Quería dormir y contarle a mi madre todo lo que había descubierto, preguntarle qué podía hacer para convencer a Lena de que lo intentara, pero sabía que no podía decirme nada que no supiera ya. No era ella quien debía solucionar aquello. Era yo quien había hecho aquel trato, y no pensaba rendirme tan fácilmente.
Al alba oí que tocaban suavemente a mi puerta y escondí la cara en la almohada. Al salir de la habitación de Perséfone, Ava ya se había ido, y ahora no me apetecía contarle lo ocurrido. Necesitaba un día o dos para ordenar mis ideas antes de que se enterara toda la mansión, si no lo sabían ya.
Aunque no contesté, oí que la puerta se abría y se cerraba y sentí pasos sobre la alfombra. Me quedé tan quieta como pude, con la esperanza de que quien fuera se marchase.
—¿Kara?
No hizo falta que me volviera para reconocer a Lena. Sentí una especie de tamborileo dentro de mí y una oleada de calor embargó mi cuerpo tenso, pero aun así no la miré.
Se movía con tanto sigilo que no supe si estaba cerca hasta que sentí hundirse el colchón. Pasó un rato sin que dijera nada.
—Lo siento —su voz sonó inexpresiva—. No deberías haber presenciado esa escena.
—Me alegro de haberlo hecho.
—¿Y eso por qué?
Me negué a contestar. ¿Cómo iba a decirle que no quería que se rindiera? Lo estaba arriesgando todo por ella, y lo hacía de buena gana, pero no quería que fuera por nada. No podía obligarla a luchar, pero encontraría una razón para que no se desvaneciera.
Le oí suspirar. Aquel silencio solo estaba empeorando las cosas, así que por fin dije sin levantar la cabeza de la almohada:
—¿Por qué no me habías contado lo de Winn?
—Porque me imaginaba que reaccionarías así y quería evitarte ese dolor mientras fuera posible.
—No me duele saber que es él — contesté. Lo que me duele es que aquí nadie confíe en mí.
Sentí su mano sobre mi brazo, pero solo fue un instante.
—Entonces me esforzaré por contarte más cosas. Te pido disculpas.
No supe si era sincera o no.
—Si apruebo cambiarán las cosas, ¿verdad? No seguirás manteniéndome al margen de todo, ¿verdad? Porque si no respondes con un sí rotundo, no creo que pueda seguir adelante.
Acarició mi mejilla con el dorso de la mano, pero de nuevo su contacto duró solo un instante.
—Sí, rotundamente —dijo—. No es que no confíe en ti. Es solamente que hay cosas que todavía no puedes saber. Puede que sea frustrante, pero te doy mi palabra de que es por tu bien.
Por mi bien. Por lo visto, aquella era su excusa preferida cuando hacían algo que no me gustaba.
—Y Perséfone… —añadí, y me alegré de no estar de cara a ella para no ver la melancolía de su mirada—. Yo no soy ella, Lena. No puedo serlo, y no puedo pasarme toda la eternidad intentando estar a la altura de su recuerdo. Ahora mismo no soy nada para ti, eso lo sé…
—Te equivocas —contestó con sorprendente vehemencia—. No pienses eso.
—Déjame acabar —abracé más fuerte mi almohada—. Entiendo que no soy ella y que nunca lo seré. Y de todos modos no quiero ser ella, sabiendo el daño que te ha hecho. Pero si esto sale bien, si paso las pruebas, necesito saber que cuando me mires me estarás viendo a mí, y no solo a su sustituta. Que me espera algo más que estar siempre a la sombra de su recuerdo mientras tú dejas que tu vida se consuma. Porque si Winn tiene razón y puedo marcharme cuando quiera, y si estás haciendo esto a sabiendas de que vas a ser infeliz pasando la mitad de tu vida conmigo haga yo lo que haga, prefiero que me lo digas ahora y que nos ahorremos las dos ese mal trago.
Pasaron unos segundos sin que dijera nada. Era injusto que estuviera dispuesta a renunciar a su eternidad cuando había otras personas, entre ellas mi madre, que ansiaban vivir y no podían. Mientras miraba resueltamente por la ventana empecé a sentir ira y me dieron ganas de gritarle antes de que tuviera oportunidad de responder, pero no pude hacerlo.
—Te he traído un regalo.
Volví la cabeza hacia ella unos centímetros, sin poder evitarlo.
—Eso no es una respuesta.
—Sí que lo es —dijo, y noté una sonrisa en su voz—. No te habría traído algo así si no quisiera que te quedaras.
Arrugué el ceño.
—¿Qué clase de regalo es?
—Lo verás si te das la vuelta.
Antes de que pudiera hacerlo, sentí que algo rozaba mi hombro. Algo frío, húmedo y lleno de vida.
Me giré bruscamente, me incorporé y me quedé mirando la bola de pelo blanca y negra sentada a mi lado en la cama. Me miraba con ojos líquidos, meneando el rabo. Se me derritió el corazón y me olvidé al instante de mi ira y mi frustración.
—Si no creyera de veras que puedes cambiar las cosas, no habría puesto en peligro tu vida desde el principio — añadió Lena—. Lamento que creas que no eres nada para mí, Kara, porque te equivocas por completo. Y no espero que seas Perséfone —dijo con aquel mismo deje de melancolía—. Tú eres tú y en cuanto pueda te lo contaré todo. Te doy mi palabra.
Miré al perrito. Me daba miedo decir algo y que cambiara de idea. ¿Era como Winn, estaba diciendo únicamente lo que creía que yo quería oír? ¿O hablaba en serio?
—Hoy has perdido a un amigo por mi culpa y no quiero que te sientas sola —dijo mientras acariciaba al cachorro, cuya cola golpeaba el colchón—. Tengo entendido que uno no comparte una mascota con otra persona si no confía… —titubeó—. Si no espera pasar mucho tiempo con esa persona.
Confiar, esperar… ¿Qué quería decir en realidad?
Quise decirle dónde podía meterse Winn nuestra presunta amistad, pero tardé un momento en recuperar el habla. De pequeña no había parado de incordiar a mi madre pidiéndole un perrito, pero ella siempre se negaba. Y después, cuando enfermó, renuncié a aquella idea porque no podía ocuparme de ella y de un perro al mismo tiempo.
¿Cómo lo había sabido Lena? ¿O solo lo había adivinado?
—¿Es chico o chica?
—Chico —esbozó una sonrisa—. No quiero que Cerbero se altere demasiado.
Vacilé.
—¿Es mío?
—Todo tuyo. Hasta puedes llevártelo en primavera si quieres.
Tomé al perrito en brazos y lo acuné contra mi pecho. Se encaramó sobre mi brazo y me lamió a duras penas la barbilla.
—Gracias —dije suavemente—. Eres muy amable.
—Para mí es un placer —dijo, levantándose—. Ahora os dejo para que vayáis conociéndoos. Es bastante cariñoso, te lo aseguro, y tiene mucha energía. Todavía está aprendiendo buenos modales, pero aprende deprisa.
El perrillo dio un saltito hacia arriba y consiguió alcanzar mi mejilla. Sonreí y cuando Lena puso la mano sobre la puerta dije:
—Lena…
—¿Sí?
Apreté los labios mientras intentaba encontrar las palabras justas para hacerle desear seguir allí. Para que quisiera intentarlo, no solamente por mí. Pero no se me ocurrió nada y, pasado un momento que se alargó demasiado, añadí con una vocecilla:
—Por favor, no te rindas.
Cuando por fin contestó su voz sonó tan baja que apenas pude oírle:
—Lo intentaré.
—Por favor —repetí con urgencia —. Después de todo lo que ha pasado… no puedes rendirte. Sé que la echas de menos, pero…
Se hizo de nuevo el silencio.
—¿Pero qué?
—Por favor… dame una oportunidad.
Desvió la mirada y vi en la penumbra que bajaba los hombros como si intentara encogerse todo lo posible.
—Claro —dijo al abrir la puerta—. Que duermas bien.
Froté la nariz contra la cabeza de mi perrito. No quería que Lena se marchara. Quería que jugáramos a las cartas, que habláramos o leyéramos… Cualquier cosa que no le recordara a Perséfone. Después de la noche que había tenido, se merecía al menos eso. Nos lo merecíamos las dos.
—Quédate —balbucí—. Por favor. Pero cuando levanté la mirada ya se había ido.
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Aprendiz de Diosa (1ra Parte)
Mystery / ThrillerKara Danvers es una jovencita que vive junto a su madre en Metrópolis, pero pronto su madre cae enferma, por lo que deciden irse a Midvale. En este lugar Kara encontrará muchos misterios y con ellos a la persona que le devolverá la felicidad, sólo q...