El consejo
Me costó un esfuerzo inmenso seguir respirando mientras contemplaba las caras de los miembros del consejo. Eran amigos o enemigos, pero no los desconocidos con los que esperaba encontrarme. Por mi cabeza desfilaron decenas de preguntas, pero ninguna de ellas se quedó el tiempo suficiente para que la formulara en voz alta, lo cual fue posiblemente una suerte, pese a que no entendía nada. ¿Aquel era el consejo?
Miré a Lena y me lanzó una sonrisa tranquilizadora. No sirvió de nada.
—Estoy aquí al lado —dijo antes de ir a sentarse en uno de los dos tronos vacíos.
No me había sentido tan sola en toda mi vida.
—Yo no… —empecé a decir cuando por fin recuperé el habla—. ¿Cómo…? ¿Quién…?
Fue Ava quien respondió:
—Lamento haberte mentido, Kara. Hablo en nombre de todos, pero así había de ser.
—Necesitábamos asegurarnos de que eras capaz de desempeñar este papel y merecedora de él —añadió ella sin un solo rastro de amargura en la voz —. Puede que parezca que te hemos traicionado, pero en realidad eslo contrario. Ahora te conocemos lo suficiente para decidir si reúnes condiciones para convertirte en uno de nosotros.
Fijé la mirada en Lena, el único de cuya sinceridad podía fiarme.
—¿Fue todo un montaje? ¿Lo de Ava en el río, lo de Mon-el, lo de Maxwell, lo de Jess…?
—No —su voz sonó tan firme que me quedé callada de inmediato—. No todo. Ten paciencia, Kara. Pronto se aclarará todo.
No me costó ningún esfuerzo cerrar la boca y dejar que siguieran adelante. Si antes ya estaba nerviosa, ahora me encontraba petrificada.
Al mirar a Winn noté que esquivaba mi mirada. Poco a poco, el resentimiento fue abriéndose paso entre las demás emociones que bullían dentro de mí y cerré los puños. Dijera Lena lo que dijera, era imposible que aquello fuera una coincidencia. Todas las personas a las que conocía en Midvale estaban allí.
—Antes de que empecemos —dijo Lena dirigiéndose al consejo—, creo que hay una cuestión que aún está por decidir.
Jess, que estaba a mi derecha, dio un paso al frente. Parecía furiosa.
—Hermana—continuó Lena con una voz retumbante que resonó en el salón —, has reconocido haber matado a sangre fría al menos a once mortales en los últimos cien años. ¿Te declaras culpable?
Jess soltó un bufido y entornó los párpados.
—Sí.
Lena me miró con gravedad y a mí se me aceleró el corazón.
—Puesto que eres la única superviviente, Kara, eres tú quien debe castigarla.
Los miré a ambos, perpleja, intentando descubrir si se trataba de una broma. No, no lo era.
—Yo no… —mequedéhelada.
¿Cómo iba a hacer algo así? Respiré hondo y dije con voz débil—: ¿Cuáles son las alternativas?
—Las que tú desees —repuso Lena, y miró a Jess con ojos duros como diamantes.
Abrí la boca y volví a cerrarla. En aquello consistía el trabajo, ¿no? El trabajo al que iba a dedicarme. Decidir el destino de otras personas. Si no podía dar una respuesta cuando era a mí a quien habían intentado matar, ¿cómo iba a decidir sobre la suerte de personas a las que no conocía de nada?
Mientras miraba fijamente la cara pálida de Jess, me di cuenta de que no era el hecho de conocerla lo que me mantenía paralizada. Era saber por qué lo había hecho. Amaba a Lena y, al igual que yo, debía de odiar verla sufrir. Aguantar a Perséfone sabiendo que no la quería, tener que verla sufrir tras perderla… y luego tener que soportar a las chicas que presuntamente iban a ocupar el lugar de Perséfone, cuando Jess la amaba desde siempre. Nadie debía de haberle parecido lo bastante buena para Lena, estando ella allí mismo, esperando a que se fijara en ella. No era excusa para matar a nadie, claro, podía comprender que hubiera ansiado ser ella quien hiciera feliz a Lena.
Escogí mis palabras con cuidado y no dejé de mirarla a los ojos. Estaba enfrente de mí y tenía cara de querer matarme otra vez.
—Sé que no te gusto. Sé que crees que no soy lo bastante buena para Lena, y sé que quieres que esté contigo. Entiendo por qué. Entiendo que la quieres y que solo deseas que sea feliz. Entiendo que posiblemente creyeras que las chicas que me precedieron eran demasiado estúpidas, o mezquinas, o egoístas para amarla como la amas tú, y sé que a veces el amor empuja a las personas a hacer cosas absurdas y dañinas —miré a Lena, pero tenía una expresión ilegible—. No puedo condenarte al suplicio eterno ni a nada parecido solo porque hayas amado y hayas intentado proteger a quien amas. Te equivocaste, pero entiendo cuál era tu intención. Y eso hace que esto sea muy, muy difícil.
Miré de nuevo a Lena y esta vez la vi mirando al suelo.
—Quiero que pases tiempo con todas las chicas a las que has matado — dije, y se me quebró la voz—. Quiero que llegues a conocerlas y a valorarlas por cómo son. Quiero que te quedes con ellas, una por una, hasta que comprendas su valía personal. No puedo obligarte a tenerles afecto, pero quiero que las respetes y las valores como personas. No puede ser algo superficial. Ha de ser sinceramente. Y quiero que les pidas perdón.
Jess me miró con tal ferocidad que me consideré afortunada por seguir de una pieza. Enfurecer a una diosa no era lo más sensato si quería seguir con vida, pero confiaba en que Lena impidiera que acabara convertida en un montón de ceniza.
—Cuando eso suceda, y cuando te perdonen por lo que les hiciste, podrás seguir adelante con tu vida, pero a partir de este día no volverás a vernos ni a Lena ni a mí. Y no porque quiera hacerte daño, ni porque te odie. No te odio. Como te decía, entiendo en cierto modo por qué lo hiciste. Pero ya no confiamos en ti.
Estaba segura de que mi decisión era justa, pero aun así me pareció cruel. Jess amaba a Lena. A mí, la posibilidad de no volver a verla me rompía el corazón, y solo hacía seis meses que la conocía. ¿Cómo no iba a sentirme mal por separarla de la persona a la que amaba para el resto de la eternidad?
—Y quiero que sepas que yo también la quiero —añadí con calma—. Si… si supero las pruebas, jamás le haré daño como se lo hizo Perséfone, y haré todo lo que pueda por asegurarme de que sea feliz. Es una promesa.
Jess tardó un momento en reaccionar. Yo esperaba que se pusiera a gritar y que me dijera que estaba siendo injusta, pero asintió con la cabeza, con los ojos rebosantes de lágrimas. Retrocedió hacia su trono hecho de encaje y cojines y se sentó como si acabara de arrancarle el corazón. Me sentí la persona más cruel sobre la faz de la Tierra. Lo único que me impidió retractarme fue el dolor que sentía en el vientre, donde me había apuñalado.
—La decisión está tomada — anunció Lena en tono de adusta satisfacción—. Me atendré a la sentencia de Kara, con independencia de lo que decida el consejo.
—Lo mismo digo —dijo Winn con voz débil.
Sentí una punzada de pena por él, pero no podía hacer nada al respecto mientras no entendiera la situación.
Lena volvió a sentarse y pasaron unos segundos antes de que alguien tomara la palabra. Me quedé mirando mi regazo, demasiado asustada para mirarles a la cara. ¿Había sido justa? ¿O también ellos pensaban que era cruel?
Por fin J’onn se levantó.
—Kara Danvers —dijo, y alcé los ojos—. Se te han impuesto siete pruebas, distribuidas a lo largo de tu estancia en Midvale Menor. Si no has superado alguna de ellas, regresarás a casa y seguirás viviendo sin guardar recuerdo alguno de estos últimos seis meses. Si has superado las siete pruebas, te desposarás con nuestra hermana y gobernarás en su reino a su lado tanto tiempo como desees. ¿Estás conforme?
Ya no había marcha atrás.
—Sí.
Se levantó Alex, con la cabellera flameando a la luz brillante del salón de baile.
—La prueba de la pereza, Kara la pasó —me dedicó una sonrisa traviesa —. Tus hábitos de estudio son todo un ejemplo a seguir, ¿sabes?
¿Era eso a lo que se refería Lena al decir que no podía suspender después de haberme matado a estudiar para aquel estúpido examen? Tenía que ser eso, pero no todas las pruebas podían ser tan sencillas.
La siguiente fue Sofía. Tenía un aspecto tan maternal y acogedor como siempre, y costaba imaginar que pudiera formar parte de algo tan ceremonioso y aterrador.
—La prueba de la avaricia, Kara la pasó —pareció advertir mi mirada de desconcierto, porque añadió con una sonrisa—: Tu ropa, querida. Cuando te ofrecieron un guardarropa nuevo, no dudaste en compartirlo con tus amigas.
Exhalé un suspiro de alivio. Por lo visto, era una virtud que no me gustaran los vestidos.
—La gula —dijo Veronica al ponerse en pie.
Arrugué la frente. Pensaba que aquello sería asunto de Jess.
—Kara era consciente de que se trataba de una prueba y, aunque pasó inconsciente gran parte del tiempo posterior, tomó voluntariamente la decisión de dejar de comer —levantó una ceja— Aunque, fuera de estas paredes, yo recomendaría sin dudarlo tres comidas diarias.
Ava fue la siguiente en ponerse en pie, retorciéndose de un lado a otro con una sonrisa infantil en la cara.
—En cuanto a la envidia, Kara ha aprobado con matrícula de honor.
—¿Envidia? —pregunté, y se me quebró la voz mientras intentaba recordar a qué podía referirse.
—El día de la muerte de Mon-el — le lanzó una mirada de disculpa y él le guiñó un ojo—. No permitiste que la envidia interfiriera en tu decisión. No te pusiste celosa, eso es lo que cuenta. Fuiste justa y paciente conmigo, a pesar de que no me lo merecía.
Así que Mon-el (o como se llamara) había sido asesinado de verdad. O algo así, porque si de algo estaba segura era de que los dioses no morían. Sentí cierto alivio al saber que no todo había sido un montaje durante aquellos seis meses.
La siguiente enlevantarse fue Jess. Estaba pálida y trémula, pero su voz sonó extrañamente firme:
—Ira —dijo, mirándome a los ojos. Meparecióverla esbozar una sonrisa fugaz, pero fue solo un instante.
—Con su decisión acerca de cómo castigar mis actos, Kara ha superado la prueba.
Estaba segura de que lo que había hecho Jess tampoco había formado parte de un guión, lo que significaba que no todas las pruebas estaban decididas de antemano. ¿En qué habría consistido la prueba si no hubiera intentado matarme? En todo caso, había superado cinco. Quedaban dos.
A continuación se levantó J’onn.
—Lujuria —dijo, y se me encogió el corazón. No podía suspenderme por eso. Tenían que saber lo que había hecho Jess—. Mantuviste relaciones carnales con nuestra hermana, lo cual está estrictamente prohibido antes de que el consejo tome una decisión y se efectúe el matrimonio —apretó sus labios finos y de pronto me costó respirar.
¿Es que no entendía que nos habían tendido una trampa? Tenía que haber algún truco, alguna escapatoria, algo que les hiciera olvidar lo ocurrido aquella noche.
—Pero… —comencé a decir, pero la voz de J’onn atajó la mía.
—Lo siento, Kara, pero en la prueba de la lujuria has suspendido.
Suspendido…
Aquella palabra resonó en mi cabeza infinitamente. Todo empezó a darme vueltas y solo gracias a que estaba bien agarrada al taburete conseguí no caerme. Me dolió el pecho y sentí que el aire me agobiaba, aprisionándome e impidiéndome respirar.
Aquello no podía estar pasando.
—Hermano —dijo Lena con voz crispada—, quisiera rebatir el dictamen del consejo en ese punto.
—¿Sí? —dijo J’onn.
Los miré a ambos, esperanzada, mientras luchaba por no caer en el desánimo.
Todavía había una posibilidad.
—Como sabéis, esa prueba fue manipulada. Nos administraron a ambas grandes dosis de un afrodisíaco que afecta tanto a la mente como al cuerpo y que hizo posible que nos desprendiéramos de nuestras inhibiciones. Si alguien tiene la culpa de lo sucedido esa noche, soy yo.
—No —dijo una vocecilla. Era Jess—. La culpa es mía. Fui yo quien lo hizo. Pensé… pensé que si no superaba una prueba…
J’onn arrugó el ceño.
—Sí, soy consciente de ello, pero tú sabes tan bien como yo que nuestras reglas son inamovibles. Han de cumplirse, sean cuales sean las circunstancias.
Lena suspiró y dentro de mí se quebró algo. Parecía tan afligida como me sentía yo, pero fue su forma de mirarme lo que más me dolió. Tenía los ojos empañados por la angustia y empecé a sentir que se alejaba de mí. Se había atrevido a abrigar esperanzas solo por mí. Lo había intentado porque yo la había impulsado a hacerlo, y era culpa mía que se viera en aquella situación. Era culpa mía que lo estuviera pasando tan mal.
—No —balbucí—. Lena no se merece esto. Jess ha dicho que era culpa suya, que lo hizo a propósito. Esa prueba no debería contar. No puede contar.
—Me temo que no te corresponde a ti decidir. —J’onn frunció la frente y, aunque sabía que era una imprudencia, lo miré con furia.
—Es tu hermana y si tomas esa decisión va a morir o a… a desvanecerse, o lo que sea. No me importa lo estrictas que sean vuestras reglas. Si la quieres la mitad que yo, debes darte cuenta de que es injusto.
—No siempre se trata de justicia — su voz sonó más suave de lo que yo esperaba, y su expresión era extrañamente compasiva—. Aunque parezca lo contrario —miró a Ava, y ella puso cara de fastidio—, no toleramos la lujuria.
—¡Pero no fue lujuria! —cometí la estupidez de intentar levantarme y el dolor me atravesó el pecho, pero aun así me negué a aceptar que aquello fuera el final—. No soy culpable de lujuria, porque quiero a Lena. No podéis acusarme de una falta que no he cometido, y menos si Lena va a morir. Lo demás no me importa. Haced conmigo lo que queráis, no me importa. Pero no le hagáis esto a ella —dije con los ojos llenos de lágrimas—. Por favor. Haré lo que sea.
—Kara —dijo Lena. Tenía la cara crispada y los hombros tensos, como si le estuviera costando quedarse quieta—, no pasa nada.
—No, claro que pasa. No es justo.
—Kara —dijo J’onn—, afirmas estar dispuesta a hacer cualquier cosa y sin embargo no haces lo único que te pedimos.
—¿Qué? —me limpié las mejillas con la manga del vestido.
—¿Aceptas tu fracaso y sus consecuencias?
No, claro que no. Aquello era una broma cruel, un remedo de justicia. Lena y yo teníamos por fin la oportunidad de ser felices, y la habíamos perdido. No pude mirarla, ni pude mirar ninguna de las demás caras que me rodeaban. Me sentía incapaz de contemplar su decepción.
—Acepto que el consejo ha decidido suspenderme, sí —contesté con voz estrangulada—. Y entiendo lo que eso significa —mejor que ellos, por lo visto—. Pero me parece injusto que le hagáis esto a Lena, y si hay algo que pueda hacer para que cambiéis de idea, lo haré.
J’onn me miró con fijeza, y su mirada era tan contundente que me pregunté si iba a fulminarme, o lo que fuera que hicieran los dioses con la gente que no les caía bien.
—Has suspendido, Kara. Nada de lo que digas cambiará eso.
Pestañeé rápidamente, intentando dominarme. No quería que Lena me recordara así. Volviéndome en el asiento todo lo que me atreví, la miré y logré decir en voz baja:
—Lo siento.
No me miró a los ojos, y no se lo tuve en cuenta. Había fracasado, y ella tenía que sufrir las consecuencias.
Atrapada entre la ira y la desesperación, sentí que el salón se cerraba en torno a mí, asfixiándome, y deseé más que nada en el mundo poder dar marcha atrás en el tiempo, hasta aquella anoche, para cambiar las cosas. Lena se merecía mucho más que aquello, pero yo no podía dárselo por más que lo deseara.
El silencio pareció retumbar en el salón de baile. Nadie dijo ni hizo nada. Pasaron solo unos segundos, pero a mí me parecieron horas. Mientras la amarga desilusión se aposentaba en la boca de mi estómago, en mi cabeza cristalizó una idea: ¿y ahora qué?
Oí un ruido detrás de mí e intenté darme la vuelta para ver qué era, pero cualquier movimiento hacía que me ardiera el pecho. Oí el golpe sordo de una puerta al cerrarse y el suave tamborileo de unos tacones sobre el suelo de mármol del salón de baile.
—Hermana —dijo Lena, y su voz sonó tan cálida, tan profunda, que mi dolor refluyó de pronto.
Al mirar las caras de los otros miembros del consejo, vi que todos parecían contentos y aliviados. Y satisfechos, pensé al mirar a Ava. Hasta Winn parecía alegrarse de ver a la recién llegada.
—Hola, Lena.
El aire abandonó de golpe mis pulmones cuando oí aquella voz. Mis pensamientos se dispersaron y dentro de mi cabeza solo quedó su sonido. Olvidándome del dolor, estiré el cuello para mirarla y la vi saludar a todos con una sonrisa y un beso en la mejilla, salvo a Jess. Cuando llegó al lugar que ocupaba Lena, se fundió con ella en un abrazo.
Comprendí vagamente que me había quedado boquiabierta, pero no pude evitarlo. Ella se apartó de Lena y tomó asiento en el trono de al lado, el de las ramas y las vides que había estado vacío hasta entonces, y de pronto algo pareció encajar dentro de mí.
—Hola, Kara —dijo.
Abrí y cerré la boca varias veces, pero de ella no salió ningún sonido. Por fin me obligué a tragar y cuando conseguí hablar pareció que croaba:
—Hola, mamá.
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Aprendiz de Diosa (1ra Parte)
Mystery / ThrillerKara Danvers es una jovencita que vive junto a su madre en Metrópolis, pero pronto su madre cae enferma, por lo que deciden irse a Midvale. En este lugar Kara encontrará muchos misterios y con ellos a la persona que le devolverá la felicidad, sólo q...