Capítulo 21

4K 352 59
                                    

La primavera

Mi madre estaba exactamente igual que en mis sueños. Sana y en plena forma, como si no hubiera estado enferma ni un solo día en toda su vida. Tenía, no obstante, algo más, una especie de matiz indefinible que la hacía resplandecer desde dentro, como una luz que pugnara por liberarse.
—¿Qué haces tú aquí? —mientras lo preguntaba comprendí que era evidente.
Lo único que me impidió montar en cólera fue la alegría de verla, pero hasta eso dio paso enseguida al desconcierto.
—Lo  siento  —dijo  con  la  misma sonrisa compasiva que yo había visto en su rostro mil veces.
Cada vez que me hacía un arañazo en la rodilla, cada vez que me pasaba horas en casa haciendo deberes sin apenas tiempo para cenar, cada vez que un médico nos decía que solo le quedaban unos meses de vida… En muchos sentidos era una desconocida, pero  cuando ponía  aquella  sonrisa seguía siendo mi madre.
—El único modo de someterte a prueba era el engaño. Nunca ha sido mi intención herirte, cariño. Todo lo que he hecho ha sido para protegerte y para hacerte todo lo feliz que fuera posible.
Yo sabía que estaba diciendo la verdad, pero no pude evitar sentirme humillada. A fin de cuentas, me había engañado, aunque hubiera sido por mi bien, y me sentía una idiota por no haberme dado cuenta de quién era.
Mi madre también era una diosa. Aquello no era algo que pudiera aceptar encogiéndome de hombros como si tal cosa.
—Alura —dijo J’onn, y mi madre se acercó a mí.
La túnica de seda blanca que llevaba onduló a su alrededor como si estuviera sumergida en agua. No estaba tan cerca como  para  que  pudiera  tocarme, pero aun así vi que sus ojos brillaban. No supe, sin embargo, si era por tristeza, por orgullo o porque sus ojos rebosaban poder, como los de Lena, hechos de luz de esmeralda.
—La  séptima  y última  prueba, orgullo y humildad —dijo mi madre y después hizo una pausa y sonrió—, Kara la ha superado.
No entendí. El dictamen había terminado, ¿no? ¿No habían tomado ya una decisión? No podía suspender ninguna de las pruebas, el propio J’onn lo había dicho. Esperé alguna explicación, pero no me la dieron.
—¿Los  que  estén de  acuerdo?  — preguntó J’onn.
Los miré uno a uno, ansiosamente, pero  sus  caras  no  permitían  adivinar nada.  Ni  Ava,  ni  Veronica,  ni  Lena  me dieron pista alguna de lo que ocurría. Uno tras otro, murmuraron su asentimiento. Vi con sorpresa que Jess, que   parecía   tan   pálida   y abatida que no pude evitar sentir una punzada de pena por ella, también asentía.  Comprendí  que  estaban diciendo  que  sí.  Estaban  votando. Aunque me había acostado con Lena, por obra de algún milagro no había fracasado del todo. Cuando le llegó el turno de votar a Winn, contuve la respiración, convencida de que iba a decir que no. Sin embargo, él también asintió, sin mirarme a los ojos. Los otros siguieron votando,  pero  yo  me  quedé mirándolo fijamente y cuando por fin levanté  los  ojos  le  dije  en  silencio «gracias».
—Entonces, está decidido —anunció J’onn cuando le llegó el turno de votar —. Se concede la inmortalidad a Kara Danvers, que se desposará con nuestra hermana y reinará a su lado en el Inframundo mientras ella así lo desee — luego sonrió y sus antiquísimos ojos brillaron—. Bienvenida a la familia. Se levanta la sesión del consejo.
Su tono tajante me desconcertó, y esperé  asombrada  mientras  los miembros del consejo se levantaban y se encaminaban hacia la puerta. Algunos (Veronica,  Sam,  Alex,  Sofía  y  hasta Mon-el) me apretaron el hombro o me dijeron una palabra de aliento al pasar. Ava  sonrió  de  oreja  a  oreja.  Otros, sobre todo Jess, no dijeron nada al marcharse. Winn pasó también sin decir palabra, encorvado y cabizbajo. Al acordarme de que había dicho que sí y de lo mucho que debía de haberle costado, sentí el impulso de ir tras él, pero  me  quedé  paralizada  en  mi taburete, incapaz de moverme por miedo a que todo aquello se hiciera añicos y no fuera más que un sueño.
Al poco rato solo quedamos tres. Lena, mi madre y yo. Mi madre se levantó después de que se marcharan los demás y sin decir nada me rodeó con sus brazos y me apretó suavemente. Apoyé la barbilla en su hombro y enterré la nariz entre su pelo. Olía a manzanas y a fresas. Era ella de verdad.
No sé cuánto tiempo estuvimos abrazadas, pero cuando nos soltamos me dolía el pecho y me había deslizado a medias del taburete. Me ayudó a enderezarme, y vi a Lena a unos pasos de nosotras.
—¿Ha…? —me detuve y carraspeé, intentando que mi voz no sonara tan débil—. ¿Ha salido bien o mal?
Lena se acercó a mí y entre las dos me ayudaron a levantarme.
—Has  aprobado  —dijo  ella—. Espero que estés satisfecha.
«Satisfecha» no era la palabra más adecuada. Confusa, sí. Aturdida, desde luego. Y no estaría satisfecha hasta que entendiera qué había ocurrido.
—J’onn ha dicho que había suspendido  —dije,  tambaleándome—.¿Cómo es posible que haya aprobado, si suspendí una prueba?
—Ha sido la séptima prueba — contestó mi madre—. No suspendiste la prueba de la lujuria. Aunque no hubieras estado enamorada de ella, Lena se aseguró de que todos supiéramos lo que había ocurrido. Este era el único modo que tenía el consejo de poner a prueba tu orgullo. Al aceptar tu fallo pese a que deseabas  quedarte,  y  al   respetar  la decisión  del  consejo,  has  demostrado humildad.
—Y al demostrar humildad, has superado la  prueba  final  —añadió Lena.
—Entonces… —me detuve, y pese a que odiaba sentirme tan tonta y tan lenta de reflejos, aquello era demasiado maravilloso para ser cierto—. ¿Qué significa esto? ¿Qué va a pasar ahora?
Lena se aclaró la garganta.
—Significa que, si estás conforme, nos casaremos al ponerse el sol.
Casarnos al ponerse el sol… Lo que unas horas antes me había parecido una fantasía absurda se había convertido de pronto en un hecho inminente hacia el que me precipitaba a toda velocidad. Pero aquello era lo que quería, ¿no? No casarme, sino dar una oportunidad a Lena. Darle la misma esperanza que deseaba para mí misma, y ahora que estaba allí mi madre, aunque no fuera exactamente la misma, todos habíamos salido ganando, ¿no?
Bueno, no todos. Jess no, ni tampoco  Winn.  Para que Lena estuviera viva y feliz, para que yo recuperara a mi madre, ellos habían perdido. Jess se  lo  había  buscado ella sola, pero Winn… ¿A qué había renunciado él para que yo pudiera disfrutar de todo aquello?
Me di cuenta con un sobresalto de que Lena y mi madre me estaban mirando. Habíamos cruzado el salón de baile y estábamos parados entre las gruesas puertas, abiertas lo justo para que saliéramos los tres.
—Sí, claro —dije, poniéndome colorada—. Lo siento, no es que estuviera dudando, es solo que… estaba pensando y… Todavía quiero seguir adelante.
Cuando Lena se relajó me di cuenta de lo tensa que se había puesto de repente.
—Me alegra saberlo —dijo con visible  alivio—.  ¿Puedo  preguntar  en qué estabas pensando?
No quise decirle que estaba preocupada por Winn, por si le molestaba, así que hice la pregunta que tenía grabada a fuego en la mente desde que Ava había cruzado aquellas mismas puertas.
—¿Fue todo un montaje?
Se hizo un tenso silencio y vi que Lena y mi madre cruzaban una mirada, como si solo necesitaran eso para comunicarse. No era imposible que así fuera, y me mordí el interior de la mejilla, enfadada por su complicidad.
—Sí y no —contestó mi madre. Seguimos  caminando  despacio  por el pasillo. Cada paso era más penoso que el anterior, pero lo que menos me preocupaba  en ese  momento  eran mis heridas.
—Cuando Lena llevaba décadas buscando una nueva reina y se hizo evidente que su búsqueda no estaba dando los frutos necesarios…
—Iba a darme por vencida —agregó Lena—. Todas las chicas fallaban antes de haber empezado, o si mostraban alguna posibilidad de superar las pruebas, aparecían muertas. Ahora sabemos qué estaba ocurriendo, pero no puedes imaginarte lo doloroso que era ver morir a todas esas jóvenes sabiendo que  era  culpa  mía.  No  me  atrevía  a volver a poner a otra en peligro y estaba decidida a poner fin a esto.
—Y yo estaba igual de decidida a que siguiera intentándolo hasta que ya no quedara más tiempo —explicó mi madre
—Así que llegamos a un acuerdo. Perséfone… —su cara cambió ligeramente, y por un instante   me pareció ver una expresión de vergüenza
—Perséfone era hija mía. Tú hermana. Fue culpa mía que no fuera feliz, y que debido a ello Lena tampoco lo fuera nunca.
—No fue culpa tuya —dijo Lena con serena vehemencia—. No fue culpa de nadie, más que mía. Fui yo quien no supo hacerla feliz…
—Y  fui   yo   quien  os   empujó  a casaros  —dijo  mi  madre—.  No  me lleves la contraria, Lena. Lo digo en serio.
Se  quedó  callada,  aunque  me pareció ver que esbozaba una sonrisa.
—Como iba diciendo antes de que me interrumpieran de esa forma tan grosera —mi madre pasó los dedos por mi pelo y comprendí que estaba bromeando—, tú siempre has podido elegir, cariño. Si no hubieras querido seguir adelante, todos lo habríamos aceptado y habríamos hecho lo preciso sin ti. Siempre has estado al mando de tu vida.  Lo  único  que  hemos  hecho nosotros ha sido ofrecerte una oportunidad.
Se  me  encogió  la  garganta  al imaginar lo que podía haber ocurrido si no hubiera sido así.
—¿Por  qué  no  me  lo  has  dicho antes?
—Porque   de   ese   modo   habrías tenido una ventaja injusta —contestó mi madre—. Tenía que ser  decisión tuya. Yo no debía influirte, ni debías rechazar automáticamente esa posibilidad por saber dónde ibas a meterte. Además — añadió con suavidad—, si te lo hubiera dicho, ¿me habrías creído?
Claro que no. Y cuando regresara al mundo  real,  ¿quién  me  creería  si  le decía cómo pasaba los inviernos? Nadie en su sano juicio, eso seguro.
—Pero ¿existe Midvale? Todas las personas a las que conocí allí, hasta Ava y Jack… ¿Eso también formaba parte del plan?
—Midvale no existe más allá de las pocas semanas que pasaste allí — contestó Lena—. Si decides volver al lugar donde se levantaba el pueblo, no verás más que árboles y campos. Siento el engaño.
Yo también lo sentía. Fruncí los labios, intentando encontrar algo que decir que no me hiciera parecer una niña de doce años.
—Pero… no volváis a hacerlo, ¿de acuerdo? —las miré a ambas—. Se acabaron las mentiras y el dejarme al margen.
Mi madre se rio, pero no con la risa a la que yo estaba acostumbrada. Era una extraña combinación de sonidos: un arroyo  borboteante,  el  canto  de  los grillos y el primer día de primavera. Era increíble.
—Claro —dijo con un cariño que me embargó por completo y me hizo más fácil dar los siguientes pasos—. Bueno, antes de que lleguemos a tu boda, ¿hay algo más que quieras saber?
Mi boda… Se me hizo un nudo en la garganta y me costó un gran esfuerzo recuperar el habla.
—Sí —dije con voz ronca—. ¿Qué clase  de  nombre  es  Alura  para  una diosa?
Se  rio  otra  vez,  y el  nudo  de  mi garganta se aflojó.
—Veronica se enfadó bastante porque adoptara su nombre romano, pero no lo quería y a mí siempre me ha gustado. Todos elegimos nuevos nombres con el paso de los años.
—Nombres que encajen con el lugar y la época en los que estamos —añadió Lena—. Se nos conoce principalmente por la mitología griega, de ahí que en todas partes suene más nuestro nombre griego.
—Pero en realidad no tenemos nombre —dijo mi madre—. Fuimos creados antes de que hubiera nombres.
—Y sobreviviremos mucho después de que dejen de usarse —afirmó Lena.
Mi madre lo miró.
—Algunos, por lo menos.
Al oírla pensé de pronto en Winn. Procuré olvidarme de él, pero me fue imposible.
—Entonces, ¿de verdad sois los Olímpicos?
—Sí, los trece —dijo mi madre—. Más Lena, cuando aparece.
Ella refunfuñó y yo fruncí el ceño mientras intentaba encajar las piezas del rompecabezas.
—Entonces… ¿quién es quién? Porque sé quiénes sois vosotros dos, Hades y Deméter, pero ¿y los demás?
—¿Quieres decir que todavía no lo has adivinado? —preguntó Lena, y lo miré con fastidio.
—No todos somos omniscientes, ¿sabes?
—Nosotros  tampoco  lo  somos  — contestó con una mirada divertida.
Me mordí el labio mientras lo pensaba.
—Seguramente podría adivinarlo, aunque no en todos los casos —sacudí la cabeza—. Los Olímpicos… Es… — in-creíble.  Inexplicable—.  Habría estado bien que me lo hubierais advertido.
Debí de hablar con más amargura de la que pretendía, porque mi madre me abrazó más fuerte y metió la nariz entre mi pelo.
—Da igual cómo me llamen o quién sea, sigo siendo tu madre y te quiero muchísimo.
Asentí con la cabeza porque no me atreví a hablar. Era mi madre, pero mi madre no tenía una risa que parecía un rayo de sol. Mi  madre había dado su vida por mí, y lo que había quedado de ella era una cosa fría y rígida, no aquel ser cálido y chispeante, y mucho más fuerte de lo que yo sería nunca.
—Vamos —dijo Lena, que parecía haber notado mi cambio de humor.
Nos detuvimos delante de unas puertas hermosamente labradas en las que estaban representados la Tierra y el mundo inferior, y me quedé sin respiración. La habitación de Perséfone.
—Lena… —dije, pero sacudió la cabeza y sonrió.
Tiré avergonzada del encaje blanco de mi vestido para asegurarme de que mis vendajes no tenían goteras. Se abrieron las puertas y en lugar del santuario que yo había visto unos meses antes, vi una sala vacía en la que solo había un pequeño arco blanco decorado con un arcoíris de margaritas. A un lado estaban nueve miembros del consejo, todos menos Jess y Winn. J’onn se hallaba de pie bajo el arco, esperándonos.
—Espero que baste —dijo Lena—. No sabía si querrías algo más elaborado.
—No —dije casi sin aliento—. Es perfecto.
Mi madre me tomó de la mano. Sus ojos brillaban llenos de lágrimas.
—Esa es mi niña —dijo, y aunque no quería volver a separarme de ella, comprendí que era la hora.
Esta era mi vida ahora, y aunque mi madre siempre formaría parte de ella, ya no sería su centro. Aquel era un cambio que no me esperaba, y sin embargo, de alguna manera, los seis meses anteriores me habían preparado para asumirlo.
Solté su mano y fue a reunirse con los demás.
Lena me condujo hacia el arco y, mientras J’onn hablaba, sentí los ojos de todos fijos en nosotros. Lena y yo repetimos los sencillos votos nupciales y, con una voz tan investida de autoridad que hasta las mismas piedras de la mansión parecieron temblar, J’onn nos declaró casadas.
Lena se inclinó para besarme y, cuando lo hizo, una oleada de calor invadió mi cuerpo, extendiéndose desde mis labios y dejando tras de sí una frescura que sustituyó al dolor. Cuando se apartó, mi cuerpo parecía completo de nuevo, curado y fuerte como nunca antes.
Pero no era eso lo que importaba. Lo que realmente importaba era cómo me miraba Lena, como si aquel momento fuera el más feliz de su larga vida. Entonces comprendí en lo más hondo de mi ser que nunca volvería a estar sola.
Pasamos nuestra noche de bodas en mi suite, jugando a las cartas y procurando no hablar de lo que pasaría al día siguiente. Era la última noche que pasaría en Midvale Menor hasta seis meses después, y aunque sabía que regresaría tenía la sensación de que algo iba a acabarse. Medio año no era apenas tiempo para Lena, pero para mí era una eternidad cuyo fin ni siquiera podía vislumbrar.
Debía marcharme al día siguiente de mi boda. No me parecía justo. Podía regresar antes de tiempo si quería y lo sabía, pero mi madre insistió mucho en que pasara mi primer verano sin Lena.
A la mañana siguiente desayunamos en la cama, yo sentada a un lado con las piernas cruzadas, en pijama, y ella al otro. Ahora que era otra vez primavera se me permitía comer, y aunque no tenía más hambre que de costumbre, ataqué mis tortitas con extraño vigor y me puse perdida, de paso. A Lena no pareció importarle. De vez en cuando se inclinaba hacia mí, limpiaba con un beso el sirope de mis labios y sonreía al ver que me sonrojaba.
No tardé nada en hacer el equipaje, y mucho antes de lo que esperaba me encontré otra vez delante de mi nueva familia, en la sinuosa avenida que llevaba a la verja principal. Jess tampoco estaba esa vez, pero fue la ausencia de Winn la que hizo que se me encogiera el estómago.
Les di un abrazo de despedida, uno por uno, hasta al gruñón de Phillip, que olía a caballos y parecía desear estar en cualquier  parte  menos  allí, contemplando aquel despliegue de sentimentalismo lacrimógeno. Ava se puso  a  llorar  antes  incluso  de  que llegara a su lado, y me abrazó tan fuerte que pensé que no iba a soltarme.

Aprendiz de Diosa (1ra Parte) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora