Capítulo 12

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Suspenso


No podía respirar.
Me ardían los pulmones y me dolía todo el cuerpo por el esfuerzo de la carrera. Estaba en medio del bosque, aunque no había salido de la finca de Lena.  No  veía  el  seto  por  ninguna parte, pero no era eso lo que buscaba. Quería encontrar el río.
Siete puntos menos de los que necesitaba para aprobar: las siete preguntas que mediaban entre el éxito y fracaso,  entre  la  posibilidad  de quedarme y la de tener que irme, entre la vida y la muerte de mi madre. Entre la vida y la muerte de Lena.
No importaba lo a gusto que me sintiera allí o si me gustaba estar con ella. Si solo hubiera querido tener a alguien que le hiciera compañía podría haber elegido a cualquiera, pero me había elegido a mí, confiaba en mí, y le había fallado. Si estaba allí era únicamente para superar aquellas pruebas, y ni eso había podido hacerlo.
No sé cuánto tiempo pasé corriendo por el bosque. Me sangraban los pies, los tenía amoratados, y más de una vez tropecé y me caí, me hice daño en los tobillos, en los codos y las rodillas, pero aun así seguí adelante.
Había suspendido. Se había acabado, y no tendría otra oportunidad. Necesitaba ver a mi madre antes de que muriera. Tenía que decirle adiós aunque ya no pudiera oírme. Tendría que conformarme con eso: había incumplido mi parte del trato y por tanto Lena no tenía motivos para cumplir la suya. No había ninguna garantía de que volviera a verla si me dormía, y necesitaba decirle adiós  antes  de  que  fuera  demasiado tarde.
Por fin encontré el río donde había empezado aquel embrollo. Me había torcido  el  tobillo  y  cojeaba,  pero  lo seguí corriente arriba hasta que apareció la abertura en el seto. Parecía más pequeña de lo que recordaba, y no sabía cómo  iba  a  llegar  al  otro  lado,  pero tenía que hacerlo. Más tarde me disculparía con Lena.
Me  limpié  las  mejillas  sucias  y llenas de lágrimas con el dorso de la mano, metí el pie descalzo en el agua y sofoqué un gemido. Estaba helada. La corriente era fuerte y sabía que, si resbalaba, no podría llegar a la orilla nadando. Aun así, tenía que intentarlo. Un pie delante del otro, era lo único que hacía falta.
—Kara…
Estuve a punto de caer hacia delante al oír la voz de Lena. Estaba a unos pasos de la orilla, en equilibrio sobre las  mismas  piedras  resbaladizas  que habían matado a Ava, y a duras penas conseguí mantener el equilibrio.
—Déjame en paz —mi voz no sonó tan tajante como esperaba.
—Me temo que no puedo hacerlo.
—He suspendido —no me atreví a mirarlo.
—Sí, Alex me lo ha dicho. Pero eso no explica por qué te estás jugando la vida para pasar por un agujero del seto. Si quieres marcharte, es mucho más cómodo salir por la verja.
Tenía los pies entumecidos, así que me  movía  aún  con  más  torpeza  que antes.
—Necesito ver a mi madre.
Sin previo aviso me enlazó por la cintura y me atrajo hacia sí. Antes de que pudiera protestar, mis pies tocaron el suelo.
—¡Suéltame!
Me sujetó lo justo para que recuperara el equilibrio. Me aparté de ella, temblando, aunque no supe si de frío o de furia.
—Si te vas —dijo con paciencia—, tu madre morirá. Y no creo que quieras que eso ocurra.
Abrí la boca y volví a cerrarla.
—Pero… he suspendido.
Me lanzó una mirada curiosa.
—No castigo los suspensos con la muerte, no soy tan estricta.
—Pero nuestro acuerdo…Dijiste que mantendrías viva a mi madre mientras estuviera aquí. Y ya no puedo quedarme, he suspendido el examen.
Se quedó callada y su expresión pareció suavizarse como si hubiera entendido por fin.
—Kara… ¿de eso se trata?
—Tú misma dijiste que no podía suspender ninguna prueba —dije, insegura.
—No puedes suspender ninguna de las siete pruebas que te ponga el consejo.  El  examen  que  te  ha  hecho Alex no era una de ellas —sonrió—. De momento,  lo  estás  haciendo  de maravilla.
Se me quedó la boca seca.
—¿De momento?
—Sí —pareció divertido, y no supe si alegrarme o borrar de su cara aquella expresión satisfecha—. De momento te has enfrentado a tres. Solo una ha terminado, pero la has superado impecablemente.
¿Cómo  era  posible  que  me estuvieran examinando sin que me enterara? Cuando abrí la boca para preguntar, me cortó limpiamente:
—Debes de estar helada. Ten —me echó la chaqueta sobre los hombros y me aferré a ella, dejando que su calor me envolviera—. Volvamos, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza. Se me había pasado el ataque de histeria. Lena me rodeó delicadamente con los brazos, como si le diera miedo que fuera a romperme.
—Cierra los ojos —murmuró, y los cerré.
Esa vez, cuando los abrí, solo me sorprendió ligeramente encontrarme en mi habitación. Lena estaba a mi lado.
—Veo que te estás acostumbrando a mi forma de viajar.
—Ajá —tragué saliva. Todavía estaba un poco desorientada—. Debería… eh… —señalé mi vestido. Estaba roto y manchado de barro.
—La verdad es que los hay a toneladas —miré mi armario—. Veronica seguramente ni se dará cuenta.
—Hazme caso —dijo Lena—. Cámbiate y ponte un poco de hielo en el tobillo. Dentro de un rato vendré a buscarte.
Suspirando para mis adentros, me dije que era inútil: al igual que Veronica, parecía empeñada en que me pusiera aquellos vestidos picajosos. Yo estaba deseando que llegara el verano, aunque solo fuera por poder ponerme otra vez unos vaqueros.
Lena se volvió hacia mí antes de salir de la habitación.
—Kara…
Miré con el ceño fruncido el laberinto de botones del vestido estropeado. Intentaba desabrocharlos, pero todavía me temblaban los dedos.
—¿Sí?
—Yo solo acerté ciento sesenta y cuatro preguntas.
Al final había necesitado la ayuda de Veronica para desabrocharme el dichoso vestido en el que me había obligado a embutirme esa mañana. A Veronica había parecido entristecerle que hubiera que tirarlo, pero yo me había puesto loca de contento… hasta que había visto el que me tenía preparado.
Mientras  recorría  cojeando  el pasillo de un ala de la mansión que aún no conocía, acompañada por Lena y Veronica, me apoyé en Lena y procuré no rascarme. La tela del vestido era áspera y picaba.
Era completamente injusto. Lena podía ponerse pantalones, hasta Ava podía ponérselos si quería, pero estando Veronica al  mando  de  mi  guardarropa, yo tenía que aguantarme con aquellos trajes salidos de la Edad Media. A ella podían parecerle preciosos, pero yo habría preferido una toga a aquellos instrumentos de tortura. Por más que me los pusiera no iba a conseguir que me gustaran. Jamás. Y ella lo sabía. Por eso lo hacía, estaba convencida de ello.
Mientras me preguntaba si me pondrían una mala nota por hurgar un poco en mi armario, Lena abrió la puerta de una habitación que yo no había visto hasta entonces. Al principio no distinguí gran cosa detrás de ella, pero cuando se apartó me quedé boquiabierta y la nube de angustia que me envolvía desde que había visto mi nota se disipó por completo.
La  sala  estaba  llena  a  rebosar  de ropa colgada de grandes percheros, ordenada por talla y color y sabe Dios qué más. Había ropa de tantas épocas que  parecía  una  tienda  de  disfraces.
Había vestidos, zapatos, chales y… Se me aflojaron las rodillas. Sudaderas y vaqueros.
—Veronica me ha dicho que no te sentías cómoda con la ropa que había elegido para ti —dijo Lena—. Como recompensa por haber suspendido un examen con más nota que yo, creo que te mereces un vestuario nuevo.
Me quedé mirándolo y luego miré a Veronica, que me lanzó una extraña sonrisa.
¿Hablaban en serio?
—¡Ay, Dios mío!
No fui yo quien lo dijo, sino una vocecilla aguda que salió de detrás de mí.  Cuando  me  giré,  vi  a  Ava  allí parada,  con  la  boca  abierta.  Jess estaba por allí cerca y parecía tan emocionada como yo.
—¿Todo esto es para ti? —balbució Ava, pasando junto a Veronica para ponerse a mi lado.
—Creo que sí —dije con una sonrisa—. ¿Quieres unos cuantos?
Me miró como si me hubiera crecido otra cabeza.
—¿Que si quiero unos cuantos? Me reí y miré a Lena.
—¿Puede?
—Naturalmente.
Ava no necesitó oír más. Un segundo después desapareció y se puso a buscar entre los vestidos antiguos que yo no tenía intención de ponerme. En lugar de seguirla, me volví hacia Jess y Ella.
—Vosotras también podéis elegir lo que queráis —dije, mirando a Lena—. Si te parece bien, claro.
Asintió con la cabeza. Al igual que Ava, Veronica y Jess entraron apresuradamente en la sala y me dejaron con Lena en la puerta. Ella señaló mi tobillo.
—¿Podrás cruzar la habitación sin ayuda?
—Sí, estoy perfectamente —contesté sin quitar ojo a los montones de jerséis.
Hasta de lejos parecían llamarme. Me encantaba estar con Lena, pero seguía avergonzada por mi crisis nerviosa y no quería que pensara que era incapaz de pasar el día sin ella, a pesar de que parecía saber exactamente cómo animarme.
Había llegado cojeando a la mitad de la sala cuando me di cuenta de que iba detrás de mí. Miré hacia atrás y arrugué el ceño.
—En serio, Lena, me encuentro bien. Ya ni siquiera me duele.
—No pienso ayudarte a caminar — dijo con una voz llena de candor que no consiguió engañarme—. Solo iba a ofrecerme a llevarte las cosas.
—Si tú lo dices… —levanté una ceja, pero aunque no quería reconocerlo, me alegré de que estuviera allí.
Esa noche, mucho después de que se marchara Lena, estaba a punto de dormirme cuando me espabilé al oír que llamaban suavemente a mi puerta. Gruñendo, me froté los ojos, salí de la cama y me acerqué a la puerta.
Llevaba toda la tarde esperando el momento  de  decirle  a  mi  madre  que había superado una prueba y que aún no había  defraudado  a  Lena,  así  que  a quien estuviera llamando le convenía tener una buena razón para ir a molestarme.
—¿Qué pasa? —pregunté al entornar la puerta. La luz del pasillo me deslumbró y guiñé los ojos.
Era Ava.
—¿Todavía estás despierta? — susurró, y la miré con enfado.
—No, soy sonámbula.
—Ah —me miró como si estuviera intentando decidir si decía la verdad o no—. Bueno, ya que estás levantada, vamos, quiero enseñarte una cosa.
Alargó el brazo para agarrarme de la mano, pero me resistí.
—Yo solo quiero volver a la cama.
—Pues es una lástima —me agarró de la mano tan fuerte que si hubiera intentado apartarla me habría partido los dedos, y ya tenía bastante con el tobillo dolorido—. Volveremos antes de que amanezca, te lo prometo.
No era una propuesta muy tranquilizadora, pero no iba a dejarme elección.
Por fin la seguí, resoplando para que no tuviera dudas sobre mi mal humor. Iba descalza, así que noté lo áspera que era la moqueta.
—¿A dónde vamos? —pregunté, pero Ava me mandó callar cuando doblamos la esquina.
Había guardias apostados en los pasillos  que  llevaban  a  mis habitaciones, y ya nos habían visto por lo menos tres, así que no entendí por qué de pronto le pareció necesario que avanzáramos a hurtadillas.
La molestia que notaba en el tobillo se convirtió en un dolor agudo y me costaba un montón seguirla, pero aun así no aflojó el paso. Por fin, cuando llegamos a un pasillo a oscuras, se paró y señaló una puerta a unos tres metros de allí.
Era distinta a las demás puertas de la mansión: de madera oscura, con adornos labrados que parecían formar una escena que no pude distinguir. Se veía luz al otro lado y Ava se acercó de puntillas y me hizo señas de que la siguiera.
Esa vez no hice preguntas. Avancé torpemente, apoyándome con una mano en la pared para no tropezar y advertir de nuestra presencia a quien estuviera al otro lado de la puerta.
Cuanto más nos acercábamos, más nítida se hacía la escena labrada en la puerta y enseguida me di cuenta de lo que era. En la mitad superior había un prado precioso, con minúsculas florecillas labradas en la madera y árboles a ambos lados. El artista se las había ingeniado de algún modo para que pareciera soleado, y me recordó tan vivamente a Central Park que sentí un nudo en la garganta.
Pero la escena cambiaba más abajo. Una franja de tierra separaba el prado de un río oscuro junto al cual creía un delicado jardín. Pero en vez de crecer del suelo, crecía sobre piedras aserradas. Los árboles no eran árboles; estaban hechos de una materia sólida y, aunque solo era una obra de arte, noté claramente que no estaban destinados a estar vivos. En el centro de la escena se alzaban varias columnas de piedras preciosas que formaban un arco sobre una sola flor, pequeña y débil en medio de aquel entorno.
Los bellos bajorrelieves me fascinaron, pero aun así escuché las voces que se colaban a través de la rendija de la puerta. Al principio no las distinguí con claridad, pero Ava me animó a acercarme y, haciendo acopio de valor, me asomé a la habitación.
Lena estaba de espaldas a mí, mirando algo que yo no podía ver, con los hombros encorvados. Se volvió lo suficiente para que lo viera de perfil y algo se encogió dentro de mí cuando vi que tenía los ojos colorados.
No  era  ella  quien  hablaba,  sin embargo. La otra voz era más aguda que la suya, pero aun así masculina y conocida. Hablaba en voz baja, en tono apremiante y cargado de frustración.
—No puedes retenerla aquí.
No veía a quien hablaba, pero estaba segura de que conocía aquella voz.
—Formaba parte del  trato.  No puedes obligarla a quedarse si no quiere.
Me acerqué un poco más. Debajo de mí  chirrió  una  tabla  del  suelo  y  me quedé paralizada. Desde donde estaba vi que Lena también se quedaba inmóvil y el corazón comenzó a latirme tan fuerte que pensé que podría oírlo desde donde estaba. Pero pasados unos segundos siguió hablando y yo volví a respirar.
—No quería marcharse —dijo cansinamente—. Pensaba que nuestro trato había llegado a su fin porque había suspendido el examen.
—Pero aun así la detuviste — replicó la otra voz.
Yo la conocía, estaba segura, pero hablaba tan bajo que no conseguía situarla.
—Te dijo dos veces que la dejaras en paz y no le hiciste caso.
—Pero ella no lo entendía. —Lena miró con enfado hacia atrás, hacia el lugar  donde  estaba  su interlocutor, detrás de la puerta.
—No importa —contestó el otro con vehemencia, y miré a Ava, que se había quedado junto al rincón—. Le impediste marchar.
—Podríamos estar discutiendo toda la noche sobre ese pequeño matiz, pero lo cierto es que no ha salido de la mansión —repuso Lena—. No tienes derecho a pedir a los demás miembros del consejo que pongan fin al acuerdo.
—Lo tengo y lo haré —una sombra pasó por encima de mí y me encogí, retirándome de la puerta—. No voy a permitir  que  la  obligues  a  quedarse como hiciste con Perséfone. No es tu prisionera, ni tú su guardiana. No puedes manipularla y luego hacerte la sorprendida si te odia y quiere marcharse.
Su voz rezumaba veneno y malicia. Lena se puso tensa al otro lado de la habitación, pero no dijo nada. Sentí el deseo abrumador de defenderla, de decirle a quien fuera que era idiota y que estaba allí porque quería ayudar a Lena, no porque me estuviera obligando, pero las palabras se marchitaron  en   mis   labios.   Llevaba meses sin conseguir respuesta a mis preguntas. No podía perder la oportunidad de conseguir alguna.
—Déjala ir —dijo la otra persona en tono más suave—. Perséfone no te quería  y  no  puedes  reemplazarla  por más que busques. Y aunque pudieras, Kara no es esa persona.
—Podría serlo —la voz de Lena sonó ahogada—. Mi hermana cree que lo es.
—Mi tía está tan cegada por su mala conciencia y su obstinación que no ve claramente  cuál  es  la  situación.  Por favor, Lena —el suelo chirrió de nuevo cuando avanzó hacia ella.
Vi  su brazo. Llevaba una chaqueta negra que parecía muy fina para estar en noviembre.
—Deja que se marche antes de que ella también muera.  Los  dos  sabemos que solamente es cuestión de tiempo. Si te  importa  aunque  sea  un  poco,  la dejarás  marchar  antes  de  que  se convierta en una nueva víctima —hizo una pausa y yo contuve la respiración—. Ya han muerto once chicas por tu causa. No conviertas a Kara en la duodécima solo por egoísmo.
Se oyó un estrépito de cristales rotos a unos centímetros de mí. Gemí, me tambaleé hacia atrás y de nuevo me torcí el tobillo. Solté un grito al caer al suelo. Se abrió la puerta y, al ver quién había al otro lado, palidecí de pronto.
Era Winn.
No podía respirar.

Aprendiz de Diosa (1ra Parte) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora