Capítulo 17

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El río Estige


Me pasé el resto de la mañana en la cama, llorando. Me dolía la cabeza y tenía el cuerpo tan agarrotado que me parecía imposible levantarme pero, a pesar  de  todo,  solo  podía  pensar  en cómo me había mirado Lena antes de marcharse. Como si no fuera a volverme a ver. No era justo, y yo no alcanzaba a entender  por  qué  se  comportaba  así.
¿Era porque había dicho que lo quería? Había sido todo muy rápido y no había pensado mucho en ello, pero después de decírselo me había dado cuenta de que era la verdad.
Estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera  preciso  para  darle  otra oportunidad,  aunque  para  ello  tuviera que renunciar a la posibilidad de decidir mi  destino, y si  eso  no  era  amor,  no sabía qué era. De todos modos, no esperaba que ella me correspondiera.
Cuanto más lo pensaba, más iban encajando las piezas. La confesión que había escapado de mi boca como un torrente  irrefrenable  (la  súbita necesidad  de  estar  con  ella),  la advertencia de que no comiera… Me habían envenenado. Solo que esta vez también habían envenenado a Lena y a Jess, y los tres habíamos sobrevivido.
El veneno no estaba pensado para matarme. Era un afrodisíaco.
En   cuanto   lo   entendí,   todo   me pareció más claro. La cuestión era quién. ¿Intentaba alguien darnos un empujoncito por el buen camino, o el fin era otro? Y si así era, ¿quién me odiaba lo suficiente para intentarlo siquiera?
La única persona que se me ocurrió fue Veronica. Odiaba a Ava, y tal vez si pensaba que yo estaba de su parte… O quizás había llegado a la conclusión de que librándose de mí se libraría también de Ava. Teniendo en cuenta cómo se había comportado Ava últimamente, casi no  podía  reprochárselo. Pero  ¿en qué beneficiaba eso a Veronica?
¿Habría  sido  Winn?  Descarté  la idea en cuanto apareció en mi cabeza. Lo último que quería Winn era unirnos más aún a Lena y a mí. Cabía la posibilidad  de  que  su  intención fuera que Lena se apartara de mí definitivamente y me ignorara el resto de mi estancia en Midvale Menor, pero ese era un riesgo que yo estaba segura de que no querría correr. Sería peligroso dar a Lena una excusa para enamorarse de mí y luchar por su reino. Además, el único modo seguro de impedirlo era hacerme fallar una prueba y…
Se me congeló la sangre en  las venas. Claro. Las pruebas. La  gula,  los  siete  pecados capitales… La lujuria.
Una oleada de desesperación se apoderó de mí. Había fracasado, ¿verdad? Poco importaba que no fuera culpa mía, que me hubieran dado un afrodisíaco. Por eso estaba Lena tan furiosa. Todo lo demás no tenía sentido, a no ser que en realidad hubiera estado fingiendo que me quería.
No quería pensar en eso. Y tampoco quería pensar en que posiblemente había fracasado, así que salí de la cama como pude, contenta de que James estuviera apostado fuera de la habitación y no dentro. No tenía calmantes, así que tuve que aguantarme con los dolores y las molestias que al parecer eran efectos secundarios de la droga que me habían dado.  De  pronto,  sin  embargo,  hasta esos dolores me parecían amortiguados.
Me vestí y, aunque mi cuerpo protestó, recogí mi ropa de la noche anterior e hice la cama. El consejo tenía que saber lo que había pasado, tenía que saber que nos habían tendido una trampa. Si eran justos y ecuánimes, no me suspenderían por eso. Me aferré a esa esperanza, a esa última oportunidad, y me obligué a no pensar en lo contrario. Todo saldría bien. Tenía que salir bien.
Jess fue a verme poco antes de que se pusiera el sol. Parecía encontrarse tan mal como yo. Estaba pálida y temblorosa, y en lugar de decirle que se marchara, como había hecho con los demás sirvientes que habían  ido  a  interesarse  por  mí, James le ofreció el brazo y la acompañó dentro.
—Jess  —dije  desde  mi  sitio junto a la ventana, acurrucada en un mullido sillón—, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien —dijo con una sonrisa cansina mientras James la ayudaba a sentarse en una silla—. Pero lo que importa es cómo estás tú.
Esperé a que James se marchara para contestar, aunque estaba segura de que  podía  oírlo  todo  a  través  de  la puerta.
—Cansada —reconocí—. Tengo muchos dolores.
Mis palabras surtieron un efecto inesperado: el semblante de Jess se contrajo  y  en  menos  tiempo  del  que tardé en levantarme del sillón estaba llorando.
—¡Ay, Kara, cuánto lo siento! No me di cuenta hasta después de traer el chocolate. Intenté mandar a alguien a avisaros, pero ya era demasiado tarde y no sabía qué hacer…
Me arrodillé junto a su silla y tomé su mano.
—No te disculpes. Tú no podías saberlo. Siento que te haya tocado a ti también.
Le tembló la barbilla, pero pareció hacer un esfuerzo decidido por dominarse.
—Debería haber esperado unos minutos. Fue una tontería por mi parte, y por mi culpa podrían haberte matado.
—Pero no ha sido así —contesté—. Estamos bien las dos. Las tres.
Me miró fijamente, con los ojos muy dilatados.
—Pero ¿Lena y tú…?
Me tragué el nudo que tenía en la garganta.
—No  pasa  nada,  Jess,  de verdad.  Si  esto  sale  bien,  de  todos modos  seguramente  habría  pasado  en algún momento. Y si no, no me acordaré, así que en cualquier caso da igual.
Comprendí por su expresión que no me creía. Yo tampoco me creía lo que acababa de decir. La reacción de Lena al descubrir que nos habían drogado me había distraído hasta el punto de impedirme pensar en lo que había sucedido esa noche. Tenía la sensación de no haberlo asimilado del todo. Se suponía que tenía que ser de suma importancia. Que debía estar angustiada, o sentirme sucia, o al menos confusa respecto a cómo encajarlo. Pero en ese momento estaba mucho más preocupada por Lena que por mí misma.
—¿Por qué crees que era inevitable que se acostara contigo? —preguntó Jess en un tono cauteloso que no conseguí entender—. Se rumorea que nunca ha… Que Perséfone y ella ni siquiera… —se interrumpió, visiblemente incómoda.
Abrí la boca con intención de contestar  algo  inteligente,  pero  solo pude balbucir:
—¿Lena era virgen?
—Nadie lo sabe con certeza —se apresuró a decir—. Era muy posesiva con Perséfone, pero la quería. Ella, en cambio, no la quería , eso es todo. Tenían habitaciones separadas y todo eso.
Arrugué el ceño.
—Conmigo no tiene que preocuparse por esa parte.
—¿Por qué parte?
—Por que no vaya a corresponderle. Si nos hubiéramos conocido en la calle o algo así, seguramente ni me habría molestado. Quiero decir que está buenísima —recordé lo que había dicho Winn hacía muchos meses y esbocé una sonrisa—. Lena es un diez. Un doce, incluso, y yo ni me acerco a eso. Yo sola ni  siquiera  me  habría  atrevido  a hablarle. Pero ahora que la conozco…—era patético y me costaba mucho reconocerlo, pero era la verdad. Y tal vez si Jess lo entendía, no se sentiría tan culpable  por  haber  permitido  que ocurriera—. La quiero. No entiendo cómo es posible que alguien conozca a Lena y no la quiera.
Se quedó mirando la alfombra, con las mejillas coloradas.
—Yo tampoco.
Me quedé callada, sin saber qué contestar. ¿Había querido siquiera que yo oyera lo que había dicho? Pero como no dijo nada más, no la presioné. Pasado un rato me levanté y volví a mi sillón. Me dolían las piernas y mi cabeza protestaba.  No  era  el  fin  del  mundo, pero me alegré de no tener que bajar a cenar al comedor.
—Tengo una idea —dijo Jess alegremente. Su buen humor, tan distinto al de unos segundos antes, me sorprendió.
—¿Sí? —pregunté con más desconfianza de la que pretendía.
—Un picnic, mañana, cuando nos hayamos recuperado. Podemos bajar al río, llevar una manta y todo eso. Se supone que va a hacer calor.
Después de ver cómo sonreía, no pude decirle que no. Se sentía culpable por habernos metido en un lío a Lena y a mí, y pasar una tarde lejos de la mansión sonaba de maravilla. Pensar en el río seguía produciéndome escalofríos, pero procuré ignorarlos.
—Me parece genial —dije, y Jess sonrió.
Al menos sería una distracción agradable. Así tal vez dejaría de pensar en que quizás ya había suspendido.
Esa noche Lena no se presentó y dormí sola por primera vez desde Navidad. Intenté  no  pensar  demasiado en ello, pero a oscuras, con Kripto enroscado a mi lado, era imposible evitarlo. ¿Estaba enfadada porque le había hecho acostarse conmigo y, por tanto, había suspendido? Pero yo no le había obligado, ¿no? Ella no había intentado detenerme.
¿Estaba enfadada porque le había dicho que la quería  y al  disiparse el efecto de la droga se había dado cuenta de lo estúpido que sonaba? ¿O acaso se sentía culpable? No me importaba que todavía quisiera a Perséfone. Aunque no me caía bien Ella, Lena era fiel y constante, y el hecho de que todavía pudiera amar a alguien que se había portado tan mal con ella… No tenía por qué sentirse culpable.
A no ser que se sintiera culpable porque  amaba  demasiado  a  su  mujer. ¿Sentía quizá que la había traicionado?
Había sido un accidente, no un error, a no ser que ella lo considerara como tal. Tal vez las cosas no habían sucedido exactamente como yo me las había imaginado,  pero  tampoco  habían  sido tan terribles como para llegar a la conclusión de que debía mantenerse apartada de mí. ¿Verdad?
O quizá se sentía mal por haber cedido a la tentación y haber contribuido así a mi fracaso. Pero aunque fuera así, eso no explicaba su ausencia. No había sido culpa suya, y si de veras yo había suspendido,  no  tenía  sentido  que siguiera en Midvale Menor. Sin embargo, allí seguía, y eso tenía que significar algo.
Dormí mal. Ni siquiera soñar con mi madre consiguió tranquilizarme. Estuve callada y encerrada en mí misma, y aunque ella me preguntó una y otra vez qué   me   pasaba,   no   me   atrevía   a decírselo. Me odiaba a mí misma por lo ocurrido,  no  quería  estropear  mis últimas semanas con ella, pero aunque hubiera podido hablar con ella al respecto, no habría sabido qué decirle. Mi madre había puesto todas sus esperanzas en mi futuro con Lena, y no podía decirle que lo había echado todo a perder. Le rompería el corazón, y al menos una de las dos merecía ser feliz.
Me dolía pensar en Lena, y la llegada del nuevo día no hizo que me sintiera mejor. Intenté salir de mi cuarto, pero las órdenes de Lena seguían en pie: debía quedarme en mi habitación hasta que alguien de su confianza (o sea, ella mismo, James o Jess) fueran a buscarme. No había dónde ir, pero aun así odiaba sentirme encerrada.
Pero ¿acaso no llevaba seis meses de encierro?, preguntó con sorprendente amargura una vocecilla dentro de mi cabeza. ¿No había estado todo aquel tiempo enjaulada como un animal, como si le perteneciera?
No. Me había metido en aquello voluntariamente, y ella me había dejado claro que no me estaba reteniendo contra mi voluntad. Era terrible por mi parte pensarlo siquiera. Yo no era Perséfone.
Jess fue a buscarme a mediodía, con la cesta de la comida en la mano. Estaba tan contenta que parecía que nuestra conversación del día anterior no había tenido lugar, y no me atreví a hablarle de ella. Salimos tomadas del brazo  y  mientras  recorríamos  los pasillos  estuve  atenta  por  si  veía  a Lena. Siempre había estado allí cuando quería  verla.  Ahora,  en  cambio,  no había ni rastro.
Cuando salimos de la casa, James nos siguió a corta distancia. Me tranquilizaba que estuviera allí, aunque todavía me molestaba que me siguiera a todas partes. Cojo o no, nadie habría cometido la locura de meterse con él. Además, Kripto parecía muy encariñado con él y lo seguía por el jardín, pegado a él en vez de a mí.
—¿Kara?

Levanté los ojos al oír mi nombre, pero no pude hacer nada más. James se interpuso de inmediato entre Ava y yo. Ava estaba al otro lado de la fuente. Desde Navidad no habíamos estado tan cerca.
No  quería  ignorarla, pero  después de lo que había pasado con Lena, no me sentía con fuerzas para hablar con Ella. Hacía que me sintiera culpable, y ya me sentía suficientemente mal sin añadirle también eso.
—Kara… —intentó sortear a James, pero era inmenso—.Por favor. No me dejan entrar en tu habitación y necesito…
—¿Es que no lo entiendes? — preguntó Jess con tanta furia que la miré con sorpresa—. No quiere hablar contigo.
Vi la expresión de Ava por debajo del codo izquierdo de James. Parecía perpleja.
—Kara —dijo con los ojos rebosantes  de  lágrimas—,  por  favor, solo un minuto.
Me quedé allí, con los pies clavados al suelo. Nunca la había visto tan asustada y, aunque sabía que era una imprudencia, dije:
—¿Qué ocurre?
Miró a James y a Jess con nerviosismo.
—¿Podemos hablar a solas?
James puso mala cara.
—Nadie puede hablar a solas con ella.
—Por favor, James —dijo Ava con tanta familiaridad que me pregunté si  también  se  habría  liado  con  él—. Solo necesito un momento…
—Nos vamos —dijo Jess, interrumpiéndola. Tiró de mi brazo y me llevó hacia el bosque.
No  me  resistí,  aunque  apenas  dos días   antes   me   habría   empeñado  en hablar con Ava. Pero alguien nos había hecho aquello a Lena y a mí y, por más que me horrorizara la idea, Ava tenía sus motivos para hacerlo. Solo habría tenido que colarse en la cocina y ponernos algo en el chocolate.
Tal vez solo había intentado ayudar, darnos un empujoncito, sin darse cuenta de cuáles serían las consecuencias. O quizá había intentado hundirme por completo, para que me sintiera tan sola como Ella. Ninguna de las dos posibilidades resultaba agradable.
Al llegar al lindero del bosque miré hacia atrás y vi a James agarrando a Ava del brazo para impedir que nos siguiera. Ella se resistió, se giró bruscamente para mirarlo y le echó una bronca que me alegré de no oír. Pero al menos no nos seguía.
—Qué vergüenza—comentó Jess  mientras  pasaba  con  cuidado por encima de una gruesa raíz que salía del suelo—. Debe de ser horrible estar en su posición, pero eso no es excusa para comportarse así.
Me atreví a echar otra ojeada. James   nos   seguía   y   Ava   estaba sentada en el borde de la fuente, con los hombros caídos. Me miraba fijamente.
Giré la cabeza hacia el frente y no volví a mirar atrás. Me quedé callada e intenté ordenar mis ideas, pero seguía un poco abotargada por lo que me habían puesto en el chocolate. ¿Había hecho mal? ¿Era posible que Ava se hubiera enterado también de lo del veneno? ¿Estaba preocupada?
Pero cuanto más lo pensaba más me daba cuenta de que era la sospechosa más probable. Después de lo que había pasado en Navidad, no  podía reprocharle que estuviera enfadada conmigo, y yo tenía muchas cosas de las que ella carecía: estaba viva, tenía una oportunidad… y,  al  menos  durante  un día, había tenido a Lena.
¿Cuál era el paso siguiente? ¿Estaba tan celosa que intentaría matarme? ¿O se habría enterado de la reacción de Lena y se daría por satisfecha con eso?
—El río está por aquí —dijo Jess,  sacándome  de  mis pensamientos mientras avanzábamos por el bosque pisando con cuidado. Yo caminaba con los ojos fijos en el suelo.
No quería tropezar.
Me costó encontrar algo que decir sin mencionar a Ava.
—¿Atraviesa toda la finca? —no recordaba haber visto ningún río al otro lado del seto.
—Se vuelve subterráneo —contestó Jess como si fuera de lo más normal
—.  He  oído  decir  que  Ava  estuvo  a punto de ahogarse en él una vez. ¿Es cierto?
—No estuvo a punto de ahogarse — contesté haciendo una mueca al recordarlo—. Se ahogó. Tuve que lanzarme al agua para sacarla. Así fue como murió. Se golpeó la cabeza con una piedra —como no quería pensar en aquella noche, me concentré en el suelo del bosque.
—¿Qué crees que estarías haciendo ahora si no estuvieras aquí, si Ava no hubiera muerto?
Era la pregunta que había procurado no hacerme a mí misma en los últimos seis meses.
—No lo sé. Supongo que habría vuelto a Nueva York.
—¿Con tu madre? Suspiré.
—No, mi madre ya habría muerto — me costó mucho menos decirlo de lo que esperaba—. Ella quería que me quedara en Midvale y acabara el curso, pero no creo que hubiera podido hacerlo.
Me lanzó una mirada apenada, pero yo no quería que me compadeciera.
—El claro está justo ahí —dijo, y al mirar entre los árboles lo vi: un prado del  tamaño  aproximado  de  mi habitación.
Oí allí cerca el borboteo del río.
—¿Y tu padre?
—¿Qué pasa con él? —pregunté—. Nunca ha formado parte de nuestras vidas. No sé dónde está, ni me importa. Siempre nos ha ido muy bien sin él.
—Pero ahora ya no os va tan bien — comentó Jess en voz baja.
No le hice caso. Mi madre rara vez hablaba de mi padre, y yo había aprendido   desde    muy   niña a no mencionarlo. Y no porque mi madre estuviera furiosa con él, o amargada. Sencillamente,   no   había   mucho   que decir. No se habían casado, yo no había preguntado qué había ocurrido, y eso era todo.
Las fantasías que había tenido de niña, en las que mi padre se presentaba de pronto en nuestra puerta y me abrazaba y me compraba helados y regalos, se habían desvanecido hacía mucho tiempo. Mi madre y yo formábamos un equipo. No necesitábamos a nadie más.
Jess y yo nos preparamos para nuestro picnic en silencio. Mientras ella extendía la manta, eché un vistazo a la comida. Me costó acordarme de lo que le había prometido a Lena cuando vi la cesta llena a rebosar de sándwiches, macarrones, pollo frito y postres deliciosos  como  los  que  me  servían cada noche, pero lo conseguí. A duras penas.
—Lo siento. Esto tiene una pinta estupenda, pero no puedo comer —dije —. La verdad es que no tengo mucha hambre.
—Claro que sí —dijo, estirando una esquina de la manta. Después se sentó en el centro.
James se había quedado al borde del prado y parecía enfurruñado.
—No has desayunado. Además, yo también voy a comer, ¿recuerdas?
—No es… —me mordí el labio. No quería ofenderla, pero tampoco podía decirle que se trataba de una prueba—. Después de lo que ha pasado… Se lo prometí a Lena, eso es todo. Lo siento. Debería habértelo dicho antes de hacerte cargar con todo esto.
Esperé a que dijera algo, pero puso una cara que no alcancé a entender. Por fin sonrió, aunque no con la mirada.
—No hay ningún problema. ¿Te importa si yo…?
—En absoluto —dije—. Sírvete, en serio. Y no te preocupes si me suenan las tripas.
Comenzó a sacar el contenido de la cesta y yo me senté frente a ella con las rodillas  pegadas  al  pecho.  No estábamos muy lejos del lugar donde había   conocido   a   Lena.   Me   dolía pensar en ello, así que me volví y me puse a mirar a Kripto, que estaba dando brincos por la hierba.
—Jess…¿puedo hacerte una pregunta personal?
Siguió sacando cosas de la cesta sin levantar la vista.
—Claro.
Miré a James, que podía oírnos desde donde estaba.
—Tiene que ver con lo de… eh…con lo que había en el chocolate.
—Ah —se puso colorada—. Quizá sea mejor que James…
—Sí —carraspeé—. James, ¿te importa dejarnos solas unos minutos?
Nos  miró  a  las  dos  con desconfianza.
—Te prometo que nadie va a salir del bosque para atacarme —dije con una sonrisa amarga—. Y si sale alguien, tengo a Jess y a Kripto para protegerme. Solo un par de minutos, te doy mi palabra.
—Yo cuidaré de ella —afirmó Jess, y James desapareció entre los árboles.
—¿Cómo te las apañaste con esa cosa que hizo que Lena y que yo…? — ahora fui yo quien se sonrojó. Jess, en cambio, no se puso colorada. Un destello incomprensible brilló en su mirada.
—No tengo pareja y la dosis que tomé no era suficiente como para que me subiera por las paredes, como debió de pasaros a vosotros, así que me eché a descansar —hablaba en tono seco y áspero.
Arrugué el ceño. ¿Qué había dicho?
—¿Por qué no tienes pareja? —dije, pensando que era una pregunta inofensiva—. Quiero decir que eres guapísima, y lista, y divertida, y debes de conocer a todo el mundo aquí…
—Eres muy amable —dijo, crispada —,  pero  me  temo  que  nunca  seré  lo bastante buena para la persona a la que deseo.
Arrugué el ceño más aún.
—Claro  que  sí.  Ese  hombre  está loco si no te quiere, ¿sabes?
—No, Kara —respondió en tono gélido—. No soy lo bastante buena para “ella” ni nunca lo seré. Ha dejado perfectamente  claro  que  la  única  que está a la altura de sus expectativas eres tú.
Me quedé pasmada.
—Jess, yo… —balbucí atropelladamente—. Lo siento, no era mi intención… Sea quien sea, puedo hablar con él y descubrir si…
—¿Tan tonta eres?
Me quedé callada. Por lo visto, sí.
—Es tu Lena —me espetó—. Llevo décadas viéndola escoger a chicas como tú. Yo no le importo. Para ella no soy más que la que se ocupa de sus invitadas — sus ojos brillaron, llenos de lágrimas—. Se lo dije una vez, ¿sabes? La primera vez que invitó a venir a una chica. Le dije que sería perfecta para ella, que la querría y que la trataría mil veces mejor que Perséfone. ¿Y sabes qué hizo? Se marchó y no volvió a dirigirme la palabra como no fuera para algo relacionado con sus niñas mimadas.
No supe qué pensar, ni  qué decir.
¿Qué debía hacer? ¿Por eso estaba enfadada conmigo?  ¿Porque  me  había acostado con ella estando bajo los efectos de un afrodisíaco?
—Lo siento —dije, intentando controlar mi voz—. Esto no fue decisión mía. Puede que si Lena no se ha fijado en ti… Quizá no sea ese tu destino.
—¡Claro que lo es! —estalló—. ¿Cómo no va a serlo? La quiero. La quiero desde mucho antes de que tú nacieras.
Su semblante perdió toda su expresión y por un momento sus ojos parecieron completamente muertos.
—Y la querré mucho después de que tú te hayas ido.
Sacó de la cesta algo metálico y afilado. No tuve tiempo de escapar. Se movió tan deprisa que solo vi un borrón y aunque intenté apartarme, darle una patada y huir, me agarró del pelo y me echó la cabeza hacia atrás con tanta fuerza que temí que me rompiera el cuello.
—¡James! —grité, pero era demasiado tarde.
Primero  sentí  una  presión,  un extraño empujón en el costado. El dolor no  apareció  hasta  que  extrajo  el cuchillo. Fue entonces cuando grité. Llevada por el instinto, la golpeé con el codo y sentí que algo se rompía, pero solo conseguí dejar expuesta otra parte de mi cuerpo. Gemí cuando me hundió el cuchillo en el vientre y al instante sentí un dolor intensísimo. Ya notaba el sabor de la sangre.
—Qué desilusión —dijo mientras se limpiaba la sangre que caía de su nariz rota—. ¿Eso es todo lo que sabes hacer?
Con un último estallido de adrenalina, me lancé hacia ella y la agarré por el cuello. Pero estaba perdiendo sangre rápidamente y no tuve fuerzas  para  hacerle  daño.  Cerré  los ojos, indefensa, cuando me asestó el golpe final apuñalándome en el centro del  pecho.  Esa  vez no  se  molestó en sacar el cuchillo.
Apartó mis manos de su cuello y me levantó con facilidad. Oí ladrar a Kripto a lo lejos y quise llamarlo, pero de mi garganta solo salió un gorgoteo espeluznante.  El   dolor   me   quemaba como fuego. Empecé a marearme como si estuviera cayendo a través de un túnel y no tuviera nada a lo que agarrarme.
Un chapoteo de agua helada me espabiló lo suficiente para que abriera los ojos. Vi borrosamente que Jess se cernía sobre mí. Su cuerpo se alejó de mí, y sin embargo ella permaneció quieta.  Estaba  tan  mareada  que  tardé unos segundos en darme cuenta de que estaba flotando en el río.
Todo había acabado. Aquello era lo que se sentía al morir. Frío, humedad, aturdimiento y fuego, como si algo me quemara.   Intenté   respirar,   pero   no conseguí llenar mis pulmones. En lugar de asustarme sentí alivio. Después de todo, no tendría que despedirme de mi madre. Si Lena tenía una pizca de compasión, la dejaría marchar en cuanto supiera que yo había muerto.
Lena…
Después de haberle hecho bajar la guardia,  después  de  haber  alimentado sus esperanzas, había dejado que me mataran. Y si yo moría, ella también moriría. Ella no me había dejado en la estacada, así que ¿por qué iba a hacerlo yo con ella?
Luché débilmente con la corriente, pero era inútil. Apenas podía moverme, y menos aún intentar llegar a la orilla. El río se llevaría mi cuerpo. Con un poco de suerte, encontrarían mi cadáver en la ribera, no muy lejos de allí.
El sol se colaba entre las ramas desnudas de los árboles por encima de mí. Me dejé zozobrar en la oscuridad. Ya no sentía frío. Sentía calor, como si Lena estuviera abrazándome, y me la imaginé llevándome a la orilla. El aire fresco rozaría mi piel mojada, y temblaría. Ella me curaría y al final todo se arreglaría.
Pero era  demasiado tarde para finales felices. Ya estaba muerta.

Aprendiz de Diosa (1ra Parte) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora