Confusión, un sentimiento al que no se le suele hacer mucho caso, un sentimiento infravalorado. Que todos creemos saber que significa exactamente, ¿pero realmente lo hacemos?
Confundida, una persona confundida. ¿Por dolor?, ¿por felicidad?, ¿por ambivalencia?, ¿por humanidad?
Cuando estamos confusos no sabemos lo que queremos, lo que sentimos, lo que ansiamos, lo que odiamos, lo que necesitamos, lo que nos hace daño. Es un sentimiento que te ataca y que solo tú puedes controlar y no tiene que ver con otros, solo contigo. El dolor lo puede provocar otro, el amor lo puedes sentir hacia otra persona, el odio, la felicidad, todo eso sabes de donde viene y a donde va. Pero la confusión, solo, te confunde.
Así me sentía, confusa. Por lo que sentía quizá, por lo que no quería sentir, por lo que era ahora mi vida. Quién sabe, porque ni yo lo tenía realmente claro.
Sentada delante de mi escritorio intentaba escribir sobre el papel, pero cada vez que mi mano tocaba la hoja con la punta del lápiz mi mente se negaba a colaborar y simplemente divagaba en otro mundo. El que ahora también era parte de mí. ¿Y si todo esto era un sueño? ¿Y si cuando abro los ojos no quede nada de esto? Lo había pensado tantas veces que ya lo tenía grabado a fuego en la memoria, pero algo me decía que por suerte o por desgracia todo esto era real. Porque yo ya había abierto los ojos y todo seguía persiguiéndome.
Mi mano escribía fórmulas y números, pero muy en el fondo de mi concurrida mente mi cerebro se dedicaba a la labor de pensar una y otra vez en todo. En analizarlo demasiadas veces.
Con tan solo la tenue luz de la lámpara mis ojos empezaron pesar, pero no iba a dormir, no ahora. El agotamiento se sentía como hierro pesado sobre mi espalda y cuando estaba a punto de transportarme a otro mundo, donde mi oculta consciencia era la reinante, un ruido sordo me avivó.
El sonido de unos zapatos, como si alguien acabase de dar un salto. Y provenía de detrás de mía, del balcón. Mierda.
Guardé las hojas que tenía en frente bajo una carpeta y me giré para encarar a quien ya sabía que pertenecía ese ruido. Pero tardé medio segundo en darme cuenta de mi equivocación y de que quién había entrado a mi habitación era una chica rubia, alta y con unas botas militares que tan solo ella sabía cómo lucir. Era Talía.
—He vuelto. —soltó nada más verme y tras la sorpresa inicial por fin mi cerebro cortocircuitado pudo hablar.
—¿Eh? —sí, solo fui capaz de decir eso.
—Veo que te alegras de verme. —expresó ella sonriente con algo de sarcasmo, no muy usado en su persona, pero me agradaba.
—Perdón, es que me pillas de sorpresa. — acepté sincera levantándome de la silla en la que anteriormente casi caí dormida.
—Ya, es que no es una buena hora para venir. Pero bueno, ya estoy aquí así que te aguantas. —afirmó con tranquilidad y sentía la buena vibra que transmitía. Su pelo estaba suelto, no sé ni cómo podía ir con el pelo suelto y tenerlo tan bien, como si se lo peinara cada cinco minutos. Tenía que preguntarle su secreto. Iba vestida con la ropa normal, es decir, no llevaba protecciones y sus ojos brillaban como si se estuviera preparando para algo importante.
—¿Qué necesitas? —pregunté curiosa y antes de responderme vi como echaba una mirada poco disimulada a mi pequeña habitación. No estaba mal, mi cama y la otra estaban echas y la ropa estaba recogida. Mis zapatos estaban tirados al lado de la puerta y varios libros y hojas reposaban en mi escritorio de manera aleatoria. La escruté un momento y habló.
—Bonita habitación, te representa. —soltó con un tono amable y la miré buscando una explicación. Ella lo notó y habló.
—Es simple, pero destaca por pequeños detalles. Exactamente como tú. —aseguró sonriente y le devolví la sonrisa sin saber que decir.
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Los guardianes del infierno
General FictionCantas en la ducha, bailas delante del espejo, sientes miles de emociones mientras lees un libro, haces lo que quieres cuando no hay nadie,¿cierto? Ahora imagínate que sí hay alguien. Alguien que ha estado contigo mucho tiempo y tú no lo sabías, alg...