Miré embelesado como Assil admiraba a la bella ciudad de Dalcria. Me impresionó que le pareciese tan bella como nos lo parece a los demás y no me extraña. Las cuatro puntas de la torre sobresalían contra el fondo nublado. El palacio real era de mármol negro con todo tipo de mandalas tallados en la oscura piedra. Las demás casas eran grises un color obligatorio para los pobres, solo los de clase alta podían vestir el negro. Las calles eran de adoquines rojos, igual que los del camino. Desde allí arriba parecia un inmenso monstruo negro y sangrante.
- Vamos, ya te ayudaré a descubrir la ciudad cuándo estés preparada.- Bajamos la cuesta y nos dirijimos hacia los enormes portones de madera maciza. Una de ellas tenía grabado a fuego los dibujos de seres alados, sirenas, dragones... pero la otra tenía toda clase de seres demoníacos y espantosos humanos deformes.
-¿Todos esos monstruos existen?
- La gran mayoría están extintos pero no dudo de que alguien tenga algún ejemplar de dragón.
- Alucinante...
Al acercanos mi compañera miró encantada los detalles de los seres mitológicos, los ojos de los dragones eran de rubíes, las colas de las sirenas estaban hechas de incrutaciones de zafiros y esmeraldas y las alas de las hadas eran de madreperla. No lo reconocería en voz alta pero me encantaba ver lo fascinada que estaba con Dalcria. Era extraño pues normalmente los Luz detestaban la ciudad, en sus visitas diplomáticas los podías ver cansados y apagados. Una vez cuándo era pequeño mi padre y yo fuimos a Betífica, la ciudad natal de los Luz. Era blanca y resplandeciente, mi padre la odiaba y sin embargo yo sentía la misma fascinación que sentía Assil con Dalcria. Una de las cosas que le gustaría hacer antes de morir era volver a Betífica. Pero todo esto sucedió antes de la guerra y tenía la sensación de que no volvería a la luminosa ciudad nunca más. Si mi padre ganase la guerra destruiría la ciudad y a todos los Luz que no quisieran volverse Sombras. Era una promesa y todo el mundo sabe que el señor de Dalcria siempre cumple sus promesas. Por desgracia.
- Quiero que te pongas la capucha y te tapes bien el pelo y lo más importante mantén la cabeza baja en todo momento.
-¿Que problema tienen aquí con el pelo?
- Aqui el pelo no es solo una mera cuestión de estética, como lo es para los humanos.- Nos apartamos de la calle principal para meternos en un callejón que solo las ratas se atrevían a pisar. Me preocupaba que algún esclavista se fijase en ella por no llevar los grilletes y la reclamase como recompensa por su silencio.- Aquí el pelo representa el número de victorias o el número de derrotas a lo largo de la vida de un hombre. Cuándo pierdes una pelea te lo cortan todo y significa vergüenza y humillación. Sin embargo cuánto más largo lo tengas más te respetarán. Pero las mujeres deben de llevarlo diempre en un sencillo moño, a ellas no se las tiene en cuenta para la sociedad, o eso era antes pues ahora se saltan las leyes y hacen lo mismo que los hombres. Por eso si no te quieres meter en problemas baja la cabeza e intenta aparentar que me respetas.- Vi como una sonrrisa ladeada ocupaba su cara, eso me enfureció pues parecia que no se tomaba la situación en serio.- Escucha no quiero que te vuelvas a reir de esa manera, solo por esa noñería te ahorcarían. Solo tu simple presencia me irrita, si no hubiese sido una orden de mi padre ya te hubiese matado yo mismo.- Pude ver el odio en sus ojos, pero necesitaba ese odio para motivarla a hacerme caso. Por mucho que yo odiase hacerlo. No me contestó, eso era mala señal, pero bajó la cabeza e hizo lo que le dije. No quería correr el riesgo de que nos encontraran los guardias asi que me metí por los estrecho, laberínticos y poco transitados callejones. La mitad de las personas de la calle vestían el gris e iba encogidos sobre si mismos. La mayoría de esas ratas, que era así como los apodábamos, eran Sombras despojados de sus poderes y por lo tanto las sangüijuelas de la sociedad. Nos acercábamos a palacio y con cada paso que dábamos había menos ratas y más guardias. Llegamos a la entrada del palacio y un guardia me preguntó quien se atrevía a molestar a un militante de tan alto rango. Ero solo un éstupido caballerizo que estaba relevando al verdadero guardián. Me retiré la capucha y dije:
- Soy Abdel, el segundo de su nombre e hijo de Nebur, señor de Dalcria y dueño de la Medianoche. Si no quieres que haga que te maten más te vale que me dejes pasar y que le vayas a decir a mi padre que la he traído.
Abrieron el portón y me recibieron como le corresponde a un príncipe como yo, con todo los remilgos posibles. Los aparté a todos de un empujón, agarré a Assil por la muñeca y la conduje al Salón del Trono, donde seguramente estaría mi padre.
AssilEl interior del castillo era aún más bonito que toda la ciudad junta. La paredes estaban repletas de grabados de guerra. Pero también había largas escaleras de mármol negro con gárgolas en los pasamanos. Subimos las escaleras más anchas y con una mullida alfombra roja con cuervos en los laterales. Llegamos a una amplia sala en la que solo había un trono de piedra, pero de una piedra extraña pues tenía caras aullando saliendo de ella.
- Impresiona ¿Verdad?- Dijo una voz demasiado grave y lúgubre.- Me refiero al Trono de las Almas, todos las almas de los enemigos a los que he matada van a parar a mi trono. Es todo una delicia sentarse ahí.
La voz provenía de un hombre muy alto y corpulento. Tenía el cabello castaño claro recogido en una coleta que le llegaba a la altura de las rodillas. Tenía una nariz aguileña y una bonita boca. Sus ojos eran azules, de un azul casi blanco. Su nariz me hizo pensar en la de mi padre que era aún mas grande que la de ese hombre.
- Que maleducado soy, no me he presentado. Soy Nebur, señor de Dalcria, de la Medianoche y otra docena de títulos igual de aburridos. Tu eres Assil, mi extraña e inquietante Assil. Según me ha contado mi hijo tienes un gran potencial.- Se acercó un poco más a mí y pude descubrir que olía a tabaco de pipa.- Abdel retírate por favor, quiero hablar con nuestra invitada a solas.
- Pero padre...- Salió echo una furia de la sala no sin antes cerrar la puerta de una patada.
- Supongo que ya sabrás como es mi hijo, pero aún asi es uno de mis mejores guerreros. Un digno sucesor de su padre.- Dijo Nebur con una sonrisa, a pesar de su falsa amabilidad yo sabía que tenía preparado algo horrible para mi.- Mira, iré directamente al grano, yo no te quiero matar. Pero tampoco quiero a una de las Luces más poderosas acampando por la ciudad a sus anchas, así que o te conviertes en una Sombra por tu propia voluntad o lo haces por la mía.
- Acaso tienes alguna manera de hacerme daño. Me lo habéis arrebatado todo mi casa, mi familia, mis amigos y por lo que sé puede que tú hayas matado a mi hermano.
- ¿Te refieres a Alex?
- ¿Como sabes su nombre?
- Espera y verás...
En ese momento una puerta se abrió. Tras ella entró un chico con el cabello oscuro y unos bonitos ojos verdes. En la mano llevaba una cadena y en el otro extremo de la cadena iban un hombre y la mujer. Parecían como si estuviesen en coma. Me fijé en el chico portador de la cadena, en el y en sus ojos. Eran iguales a los míos y también a los de la mujer que llevaba sujeta en el extremo de la cadena. Era mi familia al completo.

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Luces nocturnas
FantezieNo hay espacio para el amor en esta historia, amar significa morir y una persona amada corre peligro de muerte. No hay lugar para la alegría, pues los escasos momentos de felicidad se castigan severamente, no por culpa de alguna estúpida ley, sino p...