Ahora lo sé. Creía que conocía el dolor de un corazón al romperse por completo, pero ahora sé que no, que no lo he conocido hasta esta noche. Lo que sentí hace tres años no era ni de lejos parecido a lo que siento ahora. Este frío, este miedo por saber que no es una de mis pesadillas, por saber que esto es la realidad, mi realidad y que él lo ha estropeado todo. Otra vez.
Me tapo la boca cuando un grito desgarrador escapa de mi garganta acompañado de las lágrimas que no han dejado de nublar mi vista desde que salí del centro comercial, y me obligo a subir las escaleras para llegar a mi habitación. Abro la puerta con fuerza sin importarme si se agrieta la pared o si se caen los libros de mi estantería para entrar en lo que antes representaba mi refugio, pero él me ha quitado eso también.
Me da miedo como el dolor vuelve a hacer que no me importe nada. Solo quiero desaparecer; que este sufrimiento desaparezca; que el día de hoy desaparezca. Me duele todo el cuerpo; Me siento helada por dentro, como si tuviera el mismo polo norte en mi jodido interior y esto no tiene nada que ver con mi pelo y mi ropa empapada por la lluvia. Me dejo caer al suelo y me abrazo las rodillas, me balanceo como si hubiera perdido mi último tornillo, como si hubiera terminado de perder mi cordura, pero la única intención es saciar este dolor que me consume por momentos.
No puede ser verdad. No puede estar pasándome esto a mí.
Mi teléfono vibra en el bolsillo del abrigo y con manos temblorosas consigo sacarlo. Su cara aparece en la pantalla mil veces a pesar de que rechazo todas sus llamadas. No quiero hablar con él. No puedo. Cuando vuelve a sonar, con un grito desesperado lo lanzo contra el suelo con todas mis fuerzas. Me tiro del pelo y me paso las manos por la cara mojada una y otra vez. Me duele el pecho y no puedo respirar. Quiero parar todo esto. Quiero que el mundo se detenga ahora mismo, que no siga sin mí de nuevo.
Quiero que venga mi madre y me abrace mientras me dice que nada va a salir mal, que se acueste en la cama conmigo y hacerme pequeñita bajo su abrazo; que venga papá, me acaricie y me diga que mientras salga el sol todo va a ir bien. Sin embargo, lo peor de todo es que lo que más quiero es que él venga y me abrace como lo ha hecho en tantas ocasiones; de esos abrazos que consiguen juntar todos mis pedazos. Quiero despertarme de esta pesadilla y que sus ojos estén observándome con tanto amor que yo misma sea capaz de convencerme de que esto no ha pasado.
Pero eso es imposible, porque me ha roto el corazón; mi mundo se está viniendo abajo y no puedo hacer más que llorar por ello.
Escucho un ruido en el balcón y de súbito me pongo en pie. Hace tiempo que dejó de sorprenderme que Christian apareciera por ahí, pero ahora su presencia me hiere en lo más profundo. Parece destrozado, como si una montaña se hubiera derrumbado sobre él. Sus nudillos están sangrando, su ropa mojada, su pelo peinado desesperadamente hacia atrás y sus ojos rojos como si hubiera estado llorando durante horas. Le cuesta respirar como si estuviera a punto de sufrir un ataque de ansiedad y supongo que yo me veo del mismo modo, porque su expresión es la clara prueba de ello.
No. No tiene derecho a estar así. Todo esto es por su culpa. Él ha terminado con lo nuestro.
Me mira abatido y solo me basta con ver como una lágrima escapa de sus maravillosos ojos para hacer que yo vuelva a derrumbarme. Me abrazo a mí misma sacudiéndome en pequeños espasmos mientras que lo maldigo por habernos hecho esto. Por haberlo estropeado todo.
-Mia, por favor...
-No te acerques. -Gimoteo con un hipo preocupante.
Quiero cogerle de la mano y lavarle las heridas para después preguntarle qué le ha pasado y terminar riñéndole por hacerse daño una vez más. Pero no, no pienso hacerlo jamás. Lo odio. Lo odio con todo mi corazón. Lo odio como nunca he odiado a nadie antes.
-Corazón, respira. -Su voz intenta sonar suave, pero la angustia se abre paso entre sus palabras.
Intento reaccionar, no dejarme llevar por lo que estoy viendo. Su pelo mojado salpica con algunas gotas su cara y ha perdido el color, le tiemblan los labios y las manos, y me odio por dejar que siga teniendo este efecto sobre mí. Quiero abrazarlo y que me abrace, que lo superemos, pero sobre todo quiero que se vaya y que no vuelva nunca más. Me ha destrozado y no quiero tenerlo cerca en mi vida.
- ¡No me llames así nunca más! ¡No quiero que me hables, Christian, solo quiero que te vayas de mi vida! -Mi voz se rompe y tengo que secarme los ojos cuando empiezo a ver borroso. -Vete. Pero esta vez para siempre.
-Yo te quiero. -Susurra y eso me rompe aún más, si es que es posible.
- ¡No puedes quererme! Nunca lo has...nunca lo has hecho. ¡Lo has estropeado todo!
Me tapo la cara y lloro. Pero lloro de verdad, como nunca lo he hecho. De esos llantos que duelen, que te dejan ronca y tan destrozada como si te hubiera pasado un camión por encima. Que te rompen y que te hacen recordar todo lo que te ha hecho llegar hasta ese punto.
Ni siquiera me espero que sus brazos me rodeen con fuerzan y me aprieten contra su pecho, forcejeo y le golpeo, pero se mantiene firme mientras que sus manos se entierran en mi pelo enredado. Su olor me envuelve como siempre y me dejo abrazar, me marea su fragancia del mismo modo que me hace sentir en mi hogar y sollozo. Lloro incansablemente en su camiseta ignorando el hecho de que sus labios se posan en mi coronilla. Pero hay una diferencia: este sitio, sus brazos, ya no son mi casa y nunca más volverán a serlo.
Aprovecho su momento de debilidad y lo empujo. Él parece dolido, pero me da igual. Lo miro con odio y Christian retrocede como si le hubiera golpeado, la verdad es que me encantaría, pero no tengo fuerza. Él se la ha llevado. Él se ha llevado todo de mí y ya no queda nada más.
-Perdóname, por favor. Yo te quiero y sé que tú también me quieres...
-No, ya no te quiero. -Lo interrumpo en un intento de coger aire.
Me llevo las manos al corazón como si así pudiera calmar este dolor, pero es demasiado frustrante pensar que no es tan fácil olvidarme de todo.
- ¡Sí, me quieres y yo a ti! Podemos volver a empezar.
-Ya no puedo quererte. -Me seco los ojos y hablo ignorando el nudo de mi garganta que me asfixia como si una mano se cerrara alrededor de mi cuello. -Te odio. Te odiaré siempre y nunca podré perdonarte.
- ¡No digas eso joder!
Golpea con fuerza mi armario dejando un rastro de sangre y yo me encojo en el sitio, viendo con tristeza como ya su impulsividad ni siquiera me coge por sorpresa.
- ¿¡Ves!? ¡Esto te ha rodeado toda tu vida y sigue haciéndolo! La violencia no la has dejado atrás y yo no puedo...no puedo más. -Le grito y soy muy consciente de que si tuviera algo a mano se lo lanzaría a la cabeza sin dudar.
-No puedes dejarme. No puedes hacerlo. -Su voz desesperada y quebrada me da miedo y me preocupa a partes iguales, pero intento mantenerme entera. -Tenemos que estar juntos, nos necesitamos. Y sé que puedes perdonarme.
-Eres un hijo de puta, -Las lágrimas caen una tras otra por mis mejillas, pero me hago de todas mis fuerzas para terminar con esto -que me destrozaste una vez y ahora lo has vuelto a hacer. Has esperado a que me reconstruya, para venir y romperme del todo. ¡Siempre ha sido un juego para ti ¿Verdad?!
- ¡No! -Chilla y tira todo lo que hay encima de mi escritorio de un golpe. Se rompen varias cosas, pero ya me da igual. - ¡Te quiero y siempre lo he hecho! Esto no es un juego para mí, tienes que creerme.
Me siento en la butaca del piano, lejos de él, y me abrazo las piernas. Una sonrisa de tristeza y de derrota se dibuja en mi cara mientras que veo como todo mi mundo se hace añicos una vez más. Su pecho sube y baja agitado, me mira con cautela y veo como se viene abajo al darse cuenta de que todo ha terminado para siempre: Lo siento cariño, estar abajo siempre ha sido mi sitio, espero que ahora sepas lo que se siente.
-Tú salvándome del mundo cuando deberías haberme salvado de ti, que eras el peor. -Susurro cuando una última lágrima escapa de mis ojos.

ESTÁS LEYENDO
SÁLVAME DE TI
Romansa"Hay momentos en los que la vida te coloca a la misma distancia de huir o quedarte para siempre". -Elvira Sastre- Se puede decir que yo lo intenté. Huir para siempre, quiero decir. Y como castigo me quedó una cicatriz en mi muñeca izquierda, pánico...