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- Hola. - su voz tan pausada, y con miedo logró que todo mi cuerpo se desvaneciera. ¿Había dejado a Jadel para estar conmigo, es decir, con nosotros?

- Yo sonreí por inercia. Y es que, ¿como iba a aprender a ponerme a mi misma por encima de ella? Si es verla y morirme. - ¿Qué haces....y la fiesta?

- Muy bien, pero...me di cuenta de que aquel no era mi lugar esta noche. - se acercó un poco a mi.

- Hija. - Interrumpió Antonio.

- Papito. - se abrazaron. Cualquiera que los hubiese visto pensaría que hacía mucho tiempo que no se veían, no solo un par de horas.

- No estabas....y ¿Jadel?

- En casa. - le sonrió. - Quería pasar este tiempo solo contigo. - le acarició el rostro.

- Gracias, Banana. - crucé los brazos con resentimiento, pero sinceramente me encantaba lo que mis ojos observaban. Si es que cuando digo que es una persona pura, y completamente diferente cuando está feliz, no miento.

- Contigo también, tonta. - pasó su mano por mi hombro.

- Bueno...- bufé. - Pasa, que aún queda comida.

Nos sentamos los tres en mi pequeña mesa, mientras Ana se acomodaba delante mía, con su padre a su lado.

Mientras ella se servía un poco de noodles, no pude evitar sonreír al verla, feliz, riéndose de lo que su padre contaba sobre nuestra conversación minutos antes; siendo ella misma; siendo mi Ana.

Y sinceramente, no entendí como alguien alguna vez le había podido decir que no era preciosa, que no valía la pena; porque era jodidamente hermosa, leal...

- ¿En serio? - me preguntó flipando.

- ¿Eh? - me sentí cual gilipollas por aquella reacción.

- No haz escuchado nada, ¿verdad? - se rió.

- Yo negué. - Estaba embelesada con Bambi. - y ambas nos reímos. Sabíamos el significado escondido en ello.

Y es que sí, así éramos nosotros 24/7 antes de todo el caos; dos personas que se querían bien, que se entendían, y que no necesitaban de mucho para ser feliz.

- Eres tonta. - protestó.

- Le estaba contando lo de mañana. - me comentó Antonio.

- Ah si si. Tu padre quería conocer un poco más Madrid, y quien soy yo para no acompañarlo.

- Jo... - frunció el ceño.

- Deberías venir. - dije yo, tomando un poco de vino que quedaba en mi copa.

- Mañana tengo firma. - puso cara de perrito triste.

- Pero es en la mañana, puedes venir aunque sea un ratillo. - comentó su padre.

- No se, papá. Tendré que hablar con Jadel para la hora y eso.

- Por favor, hija.

- Le acarició la cara. - Bueno, venga vale. - Sí es que por las personas que quería lo hacía todo. Después, me miró. - Me quedo con vosotros hasta que tenga que coger el ave.

Déjame Quererte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora