Capítulo XII: Mil y un maneras de sentir

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"Y estoy pensando en cómo la gente se enamora de formas misteriosas, quizás solo con el roce de una mano." —Ed Sheeran.

Araulee

El camino hacia Knott's Berry Farm fue uno de los más entretenidos que he tenido en mi corta vida. Fueron aproximadamente una hora y veinte minutos en el coche hasta llegar al límite entre Los Ángeles y Anaheim, donde se encontraba este parque. Joel me contó que era el primer parque temático fundado en los Estados Unidos y eso hizo que la emoción se triplicara.

—Amo que tu familia haga este tipo de excursiones, ni siquiera hemos llegado y ya siento que me he divertido lo suficiente —Le dije a Joel, quien estaba sentando a mi derecha. A mi izquierda se encontraban Gabriel y Patricia, delante estaban Emanuel junto con su amiga y detrás, en la otra camioneta, estaban Israel, Luis, Teresa y tres de sus amigos, siendo conducidos por la tía de Joel.

Él dejó de mirar por la ventanilla y volteó a verme. Esa gorra negra que llevaba lo hacía ver tan guapo.

—No podemos simplemente quedarnos en casa, algo tenemos que estar haciendo —dijo con una sonrisa cruzada en sus labios—. ¿Tu madre y tú qué hacen?

Me encogí de hombros mirando hacia el parabrisas. Las conversaciones y la música en volumen bajo hacían un agradable murmullo.

—Nada extraordinario. Salimos al shopping o al cine, pero la mayoría del tiempo estamos en casa —respondí pensativa—. Quizá si papá estuviera aquí podríamos hacer otro tipo de actividades, pero digamos que solas no nos animamos a tanto.

—Ahora entiendo por qué tu madre permitió que vinieras con tan poca antelación. Seguro notó que era más divertida una estrella de mar que tú en casa —dijo y lo miré mal, ocasionando que riera.

—Muy bien chicos, hemos llegado —anunció la señora Patricia con ese tono de voz tan dulce que la caracterizaba.

Todos celebramos y empezamos a bajarnos del coche para que ella pudiera buscar un espacio en el estacionamiento. Me coloqué mis lentes de sol y miré alrededor. Oh por Dios, las atracciones eran altísimas. Una vez que nos reunimos todos caminamos hacia la entrada, saqué los 40$ de mi bolsillo frente a la taquilla y Joel se atravesó en la ventanilla.

—¿Qué haces? —dijo con los ojos muy abiertos—. Yo pagaré por ti.

—Eh, no, puedo hacerlo yo —Pero antes de poder seguir discutiendo, él ya había pasado el dinero en la ventanilla. Cuando se giró nuevamente hacía mí, apreté la visera de su gorra. Joel se rió al tener los ojos tapados por mi agarre y todo el enfado se me esfumó al escuchar su risa. Era extraño escucharlo reír así.

—No tenías que hacerlo, pero gracias —dije soltando su gorra. Nos miramos a los ojos unos instantes antes de que Emanuel nos gritara para que siguiéramos a los demás.

Bien, muy bien. Esto se está poniendo raro otra vez. Simplemente quería dejar de estar tan liada todo el rato. Joel es mi amigo, mi mejor amigo en estos momentos, ¿por qué tenía que estar tan confundía respecto a lo que sentía por él? Y, ¿por qué pareciera que él corresponde a mis sentimientos? No podía ser. Sólo somos amigos, yo estoy con Myles, nada más.

Dejé a un lado mi disputa interna cuando vi cuál había sido la elección de la primera atracción. Una de las diez montañas rusas estaba frente a mí, y a pesar de que era amante de la adrenalina, la altura de ésta sin duda me dejó helada por unos momentos.

—Se ve bien, ¿eh? —observó Joel.

Quité mis lentes de sol y tragué.

—Bien aterradora, sí.

—No me digas que tienes miedo —Se burló.

Rodé los ojos.

—No tanto como el que tratas de disimular tú —contraataqué.

Gabriel, quien estaba muy cerca de nosotros, escuchó nuestro intercambio y se rió, no me dio tiempo de avergonzarme por nada pues en ese momento Joel decidió que era buena idea tomar mi mano para arrastrarme a la fila.

Lo miré cuando nuestros dedos se entrelazaron, pero él estaba hablando con su prima Patricia como si nada. Como si no sintiera la electricidad que era enviada desde nuestros dedos hasta el corazón. Admiré su perfil y me dije a mí misma que así es como el todo el mundo debería de sentirse al menos una vez en la vida, como si estuvieras flotando, con la compañía de un cosquilleo en el estómago. De pronto desee que la fila fuera eterna y que ese toque jamás terminara, sin embargo, tuvimos que hacerlo para acomodarnos en nuestros lugares. La mamá de Joel recogió todos los objetos que podríamos perder y entonces los nervios volvieron a mí.

—Aquí vamos —susurré mientras el carrito subía. Apreté la barra frente a mí tan fuerte que los nudillos se volvieron blanco.

—Uno, dos y ¡tres! —contó Joel segundos antes de descender. Lo siguiente que hice fue gritar con todas mis fuerzas, el malestar en el estómago era terrible y me hizo recordar por qué había dicho un par de años atrás que nunca más me subiría a una de éstas. En la vuelta 360º escuché la risa burbujeante de Joel, pero yo me sentía morir.

Cuando el juego del demonio se detuvo, salté fuera del carro.

—¡Eso fue increíble! —exclamó Emanuel. Imaginaba por su cara que la corriente de adrenalina aún no se había disipado del todo de su cuerpo.

Patricia y yo nos vimos y reímos la una de la otra cuando nos dimos cuenta que nuestras coletas estaban deshechas casi por completo.

Me caía bien la prima de Joel, era muy simpática.

—Y ni pensar que aún faltan varias. —Me dijo mientras bajábamos los escalones de la atracción infernal.

—No sé si podré soportarlo, en cualquier momento me les escapo.

—De eso nada, vinimos a divertirnos —Se metió Rodrigo, uno de los amigos de Israel —. De aquí nadie se va hasta que entremos en la casa del terror.

Eso me animó. La verdad es que el parque tenía ese ambiente de pueblo fantasma del oeste, todas las atracciones eran bastantes fuertes y eso me gustaba, a pesar de que en cualquier momento vomitaría el cereal del desayuno. De todas maneras me subí a cada una de las atracciones y juegos, comí algodón de azúcar hasta decir basta y, lo más importante, disfruté de la presencia de Joel.

—Gracias por este día —susurré apoyando la cabeza sobre su hombro, el clima había refrescado y la sudadera gris que él traía puesta era bastante cálida. Íbamos de regreso a Hesperia—, no recuerdo haberla pasado tan bien antes.

—Gracias a ti por venir, lo hiciste todo mejor. —respondió posando el mentón sobre mi cabeza.

Suspiré a gusto. Lo reitero: así es como debería sentirme siempre.


Hasta decir adiós [Joel Pimentel] #HDA1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora