Capítulo XVII: Preguntas sin respuestas y respuestas sin palabras

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Araulee

—Gracias por todo —Le dije tensa a ambos, peor sólo la señora Patricia me prestó atención—. Nos veremos después.

—Claro que sí, cariño —dijo notando la incomodidad del ambiente—. Cuídense mucho.

Cuando estuvimos en el estacionamiento y nos despedimos de Dariana (a la que ni siquiera pude mirar a los ojos) y Derek, me solté del agarre de Myles en mi mano.

—No tenías que venir a buscarme —Me quejé—. Estaba pasando un buen rato.

—¿Por qué no respondes mis mensajes? —preguntó en cambio, buscando las llaves de su auto. Cuando las encontró desactivó el seguro de las puertas.

—No tengo batería —dije metiéndome en el coche. El helado derritiéndose como mi buen humor.

—No me mientas —reclamó a mi lado cerrando de un portazo—. Sé que lo traes contigo y está encendido.

No encendió el auto enseguida, así que suspiré.

—Supongo que eso resulta mejor que inventar excusas para no acompañarme —repliqué mirando hacia la entrada trasera del restaurante.

—¿Sigues con eso? Ya te dije que no eran excusas.

Me reí sin humor y alineé mi merada con la suya.

—¿Ahora quién es el que miente?

—Pudiste haberme acompañado a mi entrenamiento también —rebatió. Esos ojazos mieles volviéndose un poco más oscuros.

—¿Por qué yo sí debería de hacerlo, mientras tú no fuiste capaz de hacerlo la única vez que te lo pedí? ¿Aun cuando te insistí en que era algo importante para mí? Escribí parte de esa obra, me hubiese encantado que la vieras —exclamé cansada de repartírselo.

Él miró mis ojos durante mucho rato, pero no aparté la mirada. Si estaba buscando algo en ella, lo encontraría.

—¿Querías que viera la obra donde estaba el imbécil de Pimentel?

—No lo insultes —Le advertí.

—¿Ves a lo que me refiero? —dijo en tono furioso. Encendió por fin el coche—. No quieres acompañarme a ninguno de mis entrenamientos, te enfadas porque te digo que no una vez y no respondes mis mensajes, pero sí sales a comer con ese y su madre. ¿Crees que eso es justo?

—Me duele la cabeza, llévame a casa —demando, ignorándolo.

—¡No! —exclama aumentando la velocidad—. Respóndeme, ¿crees que eso sea justo?

—¿Y lo es para mí? —dije harta de discutir—. No lo es para ninguno de los dos, Myles, ¿por qué mejor no dejamos nuestra relación hasta aquí? Somos jóvenes, no merecemos estos quebraderos de cabeza.

Durante unos minutos un silencio pesado embargó el auto. Ninguno de los dos dijo nada, el aparato reproductor de musca estaba apagado y los pitidos de los demás conductores se escuchaban lejanos. Yo ya había dicho todo. Puse mis cartas sobre la mesa. Tocaba que él mostrara las suyas.

—¿Ya no me quieres? —inquirió en voz tan baja que no respondí de inmediato, procesando sus palabras.

Solté un suspiro largo.

Miré su perfil. Sus rulos espesos de color castaño muy claro, casi rubio, su nariz respingona, la sombre de algunas pecas sobre sus pómulos y esas pestañas que acompañaban unos ojos del color de la miel. ¿Lo quería? ¿Quería a ese chico?

—Me moviste el piso durante tanto tiempo, Myles, claro que te quiero —respondí. No me perdí el inicio de una sonrisa en la comisura de su boca—, pero no lo sé... estoy confundida.

—Lo sé —dijo para mi sorpresa. Le dio varias vueltas al volante, incorporándose al tráfico de la autopista—, pero no quiero perderte, Ara. Me gustas mucho.

¿Recuerdas esa vez que comparé mis sentimientos de colegiala enamorada con lo que sentías al subirte a una montaña rusa? Pues ahí estaba de nuevo.

Me recosté en el asiento mirando mi helado derretido pensando en qué decir, tratando de aclarar mis ideas y mis sentimientos. En un minuto estábamos discutiendo acaloradamente y al siguiente me decía lo mucho que le gustaba, ¿Qué hacia frente a eso? ¿Me quedaba a remar una relación con el chico que me gusta desde hace varios cursos? ¿Le terminaba para saber si tendría alguna oportunidad con mi mejor amigo, quien no se atrevía a decirme si era yo la que le gustaba? ¿Merecía Joel ser el plato de segunda mesa?

Eran demasiadas interrogantes para las que no tenía respuestas claras.

—Desde aquí puedo escuchar los engranajes de tu cabeza intentando no colapsar —dijo Myles trayéndome de vuelta a la realidad.

—No es fácil, ¿de acuerdo? —Me enderecé en mi lugar y dejé mi bolso en el suelo. Había bajado la guardia—. A diferencia de ti, ésta es mi primera relación.

Él se encogió de hombros girando el volante hacia la derecha. Tenia algo al manera que lo hacia ver más atractivo.

—Ésta también es mi primera relación—anunció y arquee una ceja. Él rió entre dientes por ello—. Sí, salí con algunas chicas antes, pero no las tomaba en serio, ¿está bien?

—Eso es horrible.

—Pero era lo que podía ofrecer y ellas lo aceptaban.

—Sigue siendo horrible.

Él se rió más alto y no pude evitar sonreír.

—Esto es lo que trato de decir —dijo—. Me haces sentir bien. ¿Alguna vez me viste sonreír así con alguna otra chica, a pesar de estar coqueteando?

Como pareció estar esperando mi respuesta, la di negando con mi cabeza.

—Ahí está mi punto —Estacionó el coche. Miré por el parabrisas y el porche de su casa me dio la bienvenida. Se giró en su asiento y apoyó su codo sobre el volante, mientras que con su mano derecha cogió mi barbilla y la acarició—. No puedo dejarte ir tan fácil, Araulee. ¿Seguimos adelante?

Mi respuesta llegó en forma de un beso. 

Hasta decir adiós [Joel Pimentel] #HDA1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora