Capítulo XVI: Llegadas inesperadas

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Araulee

Observé con preocupación cómo Joel le agregaba una cantidad considerable de jalapeño a mi taco y me lo tendió con una mirada brillante, como esa que ponen los niños cuando hacen una travesura. Lo mordí sintiendo lo crocante de la cebolla morada y la tortilla refrita. Mastiqué como una campeona, pero al tragar la sensación de ardor en mi boca se volvió absolutamente insoportable, así que me tomé de un trago mi vaso de agua y la mitad del refresco de naranja de Dariana, al tiempo que Joel se partía de risa por mi cara y, al menos, mi amiga y la señora Patricia lo trataban de disimular.

Después de que culminó el Festival Primaveral de Teatro luego de la obra teatral y otros actos culturales, nos vinimos con la mamá de Joel a un restaurant mexicano. Originalmente nos habían invitado a su casa, pero me negué en redondo con vergüenza y Dariana no le quedó más remedio que apoyarme.

—¡Joel! Le echaste demasiado —dijo Patricia mirándome con un deje de preocupación—. Mira nada más lo roja que se ha puesto.

—Eres un desconsiderado —Le reclamé con la voz todavía un poco ronca. No me hizo ni caso, estaba ahogándose todavía con su risa. No estaba acostumbrada a escucharlo carcajearse, así que me empecé a contagiar—. ¡Deja de reírte!

—Perdón —dijo luego de un minuto—, pero toma esto como una venganza por no querer ir a probar la mejor comida del mundo: la que hace mamá Tere.

Rodé los ojos y la señora Patricia rió por lo bajo.

—Quizás otro día, ¿verdad? —Ella me miró directamente con esa dulzura tan característica y no me quedó de otra que asentir.

—Sí, lo haré —prometí. Por el rabillo del ojo observé a Dariana texteando y le di una patada bajo la mesa. Se quejó en un murmullo y me lanzó una mirada fulminante.

—¿Con quién hablas? Es una falta de educación mensajear en la mesa —cuchichee mi reclamo cuando Joel y su madre se distrajeron hablando con el mesero.

—Con Derek —respondió en un susurro—. Vendrá a recogerme dentro de un rato.

—¿Qué? —exclamé en voz baja y alarmada. Miré hacia el frente de la mesa, pero seguían concentrados en la carta de postres—. ¿Le dijiste que estabas conmigo?

Dariana se encogió de hombros.

—Sí.

Me abstuve de hacer el facepalm.

—Por favor dime que Myles no está con él.

—No lo sé —dijo tomando su cesta de papas fritas—. Si lo está, no lo comentó. Aunque no lo creo.

Puse mi mejor cara de póker.

—Si lo está, no aseguro que alguien llamado Dariana Sanders viva para contarlo —dije.

Ella rió con nerviosismo.

—No es como si fuera algo grave —Untó salsa de tomate en su papa y la mordisqueó—. Sólo estás almorzando con una amiga, tu amigo y la mamá de tu amigo, ¿verdad? Nada del otro mundo —mencionó con una mirada perspicaz y haciendo énfasis en la palabra "amigo". La miré malhumorada.

—Bien, chicas ¿qué les parece el helado de coco? El que venden aquí es sin dudas uno de los mejores —ofreció Patricia y ambos giramos a verla.

Asentí a pesar de que el apetito se me había esfumado.

—Suena bien. —declaré.

Puedo asegurar por la mirada que me envió Joel que notó el cambio que había ocurrido en mí en cuestión de minutos. Lo miré también y articuló un «¿Estás bien?» al que respondí con una sonrisa minúscula.

No tenía nada que temer. De hecho, no lo hacía, pero estaba teniendo un agradable momento y no quería que Myles mostrara su nariz por aquí. No lo había mencionado antes a Dariana cuando me lo preguntó, pero estaba un poco molesta con él. Ayer en la tarde, durante al menos una hora y media estuve pidiéndole que me acompañara al festival y se negó rotundamente, alegando que se encontraría en su entrenamiento. Y lo entendía, claro que sí, pero estaba segura de que en las primeras horas de la mañana estuvo libre, así que sólo usó excusas.

Aunque a mí no me fascinaba el teatro, igual que a él, le intenté hacer entender que era importante para mí ver en escena un fragmento de algo que era mío, que había creado yo misma con mucho esfuerzo y había logrado que a otros les gustara y aun así, no lo entendió. Por lo tanto, ahí seguían sus mensajes de hoy sin abrir.

—Por ésta vez, tendrán que disculparme —habló Dariana, alias La Traidora—. Un... amigo vendrá a buscarme dentro de poco.

—Oh, está bien —asintió comprensiva la madre de Joel—. De todas maneras, podemos ordenar algo para ti mientras esperas.

—No, gracias. Con las papas estoy bien.

Miré hacia Joel de nuevo justo en el momento en el que se tensó mirando algo detrás de nosotras. Fue un gesto mínimo, pero fui capaz de percibirlo, señal de lo conectada que estaba a él. No necesité voltearme para saber que Myles estaba ahí. Su perfume podía olerlo desde aquí.

El teléfono de Dariana vibró sobre nuestro asiento compartido y 30 segundos después (sí, los conté) Derek y Myles estaban de pie en nuestra mesa.

—Buenas tardes —saludó Myles con la mirada fija sobre mí, pero yo clavé mis ojos en la mesa, deseando que se abriera la tierra y me tragase.

—Señora Patricia, él es Myles —dije en voz baja, sin atreverme a mirar a nadie.

—Su novio —completó él.

Patricia me observó tratando de disimular su asombro, pero era igual de transparente que su hijo, así que tan sólo fue un intento fallido. Le ofreció la mano a ambos chicos con una sonrisa cortés.

—Un placer conocerlos, chicos ¿se unen a nosotros?

Los cinco chicos nos removimos incómodos en nuestros sitios, inconformes con la idea.

—No, de hecho ya nos vamos —intervino Derek—. Sólo vinimos a robarnos a las chicas.

Bromeó, pero nadie sonrió.

Mientras me ponía de pie junto con misa vaso de helado de coco, observé a Joel una vez más. Era como si él tuviera algún tipo de magnetismo que me atrajera como un imán. Busqué sus ojos, pero estos no me miraban a mí sino al cristal del ventanal a su costado derecho.

No podía irme así, no quería hacerlo.

Sin embargo, lo hice.

Hasta decir adiós [Joel Pimentel] #HDA1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora