Joel
Mario Bros cayó al precipicio junto con el coche color azul eléctrico y Luigi junto a Wario lo repasaron en la carrera. Gabriel y Emanuel rieron entre dientes y los miré de reojo, dejando mi control vídeojuego a un lado.
—Hoy no es tu día, hermanito —Se burló Emanuel, moviendo de un lado a otro el control como si de alguna manera eso lo ayudara en el juego.
Suspiré sintiendo la vena competitiva haciendo mella en mi interior, pero estaba tan desconcentrado que no podía tener una buena posición en la tabla de resultados de Mario Kart en las últimas tres partidas.
—Puede ser —dije colocándome boca arriba en el sofá de la sala. Escuchaba a mamá trajinar en la cocina guardando cosas aquí y allá—. ¿Falta mucho para irnos?
—No, ya nos vamos —habló papá desenredando una soga desde la puerta de casa; me levanté para ayudarlo—. ¿Estás ansioso por volver a México?
Asentí entusiasmado. México es el país nativo de la mayoría de mis familiares, un lugar increíble y que me brindaba alegría siempre que lo visitábamos. En ésta oportunidad por motivo de las vacaciones de verano. Desenredamos la soga y la guardamos con cuidado en una de las mochilas de viaje, para después subirnos todos a la camioneta rumbo al aeropuerto.
Mientras veía a las calles desaparecer y a muchos de los habitantes movilizarse tal y como nosotros, de pronto deseé que este viaje me ayudara a aclarar mi mente, no podía seguir desviándome de lo realmente importante en mi vida.
Sin embargo, no podía evitar pensar en Araulee, en el mensaje que había dejado en borrador en mi celular notificándole dónde estaría, pero que me resistí a enviarlo porque ella no había sido capaz de decirme algo después de la fiesta de ayer. Comprendía que quizás se sintiera avergonzada, yo también lo estaba un poco, pero mucho más decepcionado por su actitud. Éramos buenos amigos, habíamos cometido un error al acercarnos tanto y permitir que los sentimientos se mezclaran, pero debíamos hablarlo. Me frustraba esa posición que adoptaba Ara frente a los problemas o las situaciones que le molestaban. Huía. Guardaba silencio. Se aislaba. Y yo no compartía esa posición. Para mí resultaba mejor hablar y aclarar. Ya está.
(...)
Llegamos a Guadalajara sobre las seis de la tarde, sonreí ante el calor que me recibió con brazos abiertos y caminé alrededor de la piscina del hotel donde nos hospedaríamos mientras tanto. Estaba extrañamente vacía, sólo algunos huéspedes estaban regados de aquí allá en las tumbonas y hablando en la barra. Me detuve en una esquina y miré mi reflejo. Se veía cansado, más que todo por el viaje y los pensamientos, pero en verdad me sentía feliz. Mamá junto a mi tía habían ideado un gran plan para sacarle el jugo a nuestras vacaciones y debíamos descansar después de la cena para prender marcha al uno de los museos de la ciudad al día siguiente.
Me senté en el borde y sumergí mis pies en el agua tibia, durante varios minutos sólo me distraje viendo las burbujas que se formaban al mover mis pies en el agua, tarareando vagamente una canción, hasta escuchar a una de las sillas rodarse y la presencia de una persona detrás de mí.
—A ver, Joel —Empezó mi abuelo, acomodándose en la silla de mimbre—. Cuéntame cómo estás.
Fruncí el ceño, aunque sonreí a medias.
—Pues bien, abuelito —respondí dejando fluir mi torpe español—. ¿Por qué la pregunta?
—Es que te he notado medio extraño últimamente —aclaró viendo fijamente el agua. Después, clavó esos ojos oscuros y puros en los míos—. Me preocupaba que algo te ocurriese y no hubiese sido capaz de contármelo.
Saqué los pies del agua y me reí nerviosamente. No podía ocultarle nada a mi abuelo. Él era como mi segundo papá, confidente, mejor amigo y mi inspiración.
—¿Sabes, Joel? Ésta ciudad siempre me trae buenos recuerdos —dijo con aire melancólico. Asentí porque esta de acuerdo, yo compartía el mismo sentimiento—. Aquí comenzó todo. Mi familia, el desarrollo de mis gustos y siempre debes sentir orgullo de esto, porque formas parte de ello.
—Claro que sí, abuelito —contesté. Él apoyó una de sus manos en mi hombro y de manera inconsciente me incliné hacia él—. Usted... ¿Recuerda cuando conoció a la abuela?
Él rió encantado.
—Por supuesto.
—¿Sintió mariposas en el estómago?
—No.
—¿No? —inquirí con decepción.
—No —contestó de nuevo, mirando el cielo que empezaba a tintarse de colores naranjas y rosados—. Sentía avispas furiosas en mi estómago.
Me reí muy, muy fuerte junto a él.
—Cuando la veía cerca de mí era como si las avispas se moviesen de aquí allá en mi panza y sentía un extraño cosquilleo en mis mejillas, quizás por el sonrojo —recordó y traté de imaginármelo—. Oh, Joel, actuaba tan tonto cuando estaba cerca de ella. No sé cómo pude conquistarla.
—El encanto tapatío tiene buenos poderes —dije en tono jocoso y logré mi objetivo de hacerlo reír una vez más.
Me gustaban estos momentos como nada más en el mundo. Los dos hablando de cualquier experiencia, él enseñándome algunos tips para cantar, brindándome consejos.
—Claro, por supuesto —convino al calmar nuestras risas—. ¿Qué hay de ti? ¿Alguna niñita ha logrado captar tu atención?
Sopesé mi respuesta.
—Bueno, sí —dije finalmente, los nervios acelerando mi pulso—, pero nada del otro mundo, abuelo. Sólo es una amiga.
El abuelo palmeó de nuevo mi hombro asintiendo. A través de los ventanales del restaurante vimos cómo los demás entraban y ocupaban dos mesas juntas, mamá nos vio y nos hizo señas para que nos uniéramos, de modo que me puse de pie y ayudé al abuelo a hacer lo mismo.
—¿Sabes, Joel? —repitió mientras rodeábamos la piscina—. La vida es como esto: unas pequeñas vacaciones y, ¿qué queremos durante las vacaciones? Ser feliz, ¿no es así? Hacer algo divertido, que nos guste. Pues bueno, todo en esta vida se trata de ser feliz. Así que asegúrate que sea lo que sea que hagas, te conduzca a la meta de ser feliz. Y nada más.
Esas palabras acompañadas de una pequeñasonrisa se grabaron a fuego en mi corazón.
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Hasta decir adiós [Joel Pimentel] #HDA1
Fanfiction[SIN EDITAR] Un día piensas que tu corazón está salvo y al siguiente conoces a la persona que hace que te replantees todo. Ya nada está claro, pero sólo hay algo seguro: nadie está listo para decir adiós.