Capítulo XXIV: Renovar

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Araulee

Para el desayuno la abuela botó la casa por la ventana: hizo un sándwich del tamaño de mi antebrazo relleno con huevos rancheros, queso blanco rallado, tomate y lechuga cultivados en las mismas tierras de los abuelos. Entre bocados que ni siquiera me ayudaron a llegar a la mitad del pan, escuchaba a la abuela trajinar en la cocina en busca del café mientras pensaba en la manera de decirle que ya estaba bastante llena. Me mataría si no me comiera todo.

—Hoy visitaremos los cultivos para que conozcas una gran parte de lo que hacemos aquí —notificó el abuelo mirando por encima de su taza de té a mis sandalias—, así que será mejor que te calces unas botas. Será más cómodo.

Yo no quería caminar bajo los rayos del sol inclemente, pero estaba de visita no podía negarme. Luego del —extra— desayuno que compartimos en familia, subí a la antigua habitación de mi madre y me cambié de calzado.

—¡Suerte, cariño! —exclamó mamá quedándose atrás junto a la abuela—. Espero que te diviertas.

Asintiendo seguí al abuelo al terreno dispuesto en la parte trasera de la casa y respiré profundamente cuando me topé con una hilera diversa de plantas y árboles. El sol estaba desplegándose por el este y a esa hora de la mañana era en verdad agradable sentir sus rayos sobre la piel. Fuimos avanzando cargados con cestas de mimbre donde el abuelo iba tomando de aquí y allá diferentes frutas y hortalizas, explicándome cuáles estaban en buenas condiciones y por qué, los tipos de pesticidas que —lamentablemente— usaban para alejar a las plagas y la receta del abono que ellos mismos fabricaban, que de manera básica se trataba de juntar restos de las mismas frutas y verduras además de otras cosas.

Mientras veía a los trabajadores y trabajadoras empezar a llegar y cumplir con las actividades de la finca me preguntaba vagamente si yo podría adaptarme a la vida de campo. Era agradable venir de visita a respirar aire puro y disfrutar del silencio, peor ¿sería lo mismo vivir aquí?

—Abuelo, ¿ustedes se sienten solos aquí? —pregunté.

Él se incorporó con algo de dificultad y miró fijo a la planta de ajíes sobre la que había estado inclinado.

—No —respondió luego de un rato—. Este ha sido siempre nuestro lugar y además siempre hay algo que hacer, así que no da tiempo de sentirse de esa manera.

—Pero ¿no le hacemos falta sus nietos, sus otros hijos? —insistí.

—Oh, claro que sí —Sonrió con pesadez y se giró para verme de frente—, pero Emily y yo entendemos que no podemos dejarlos estancados aquí si no quieren.

»Los echamos mucho de menos, sin embargo eso no significa que nos haga sentir solos porque sabemos que, donde sea que se encuentren, está siendo felices.

Después de esas palabras el abuelo continuó con la plática sobre la planta de tomates siguiente y yo tuve que parpadear para ahuyentar las repentinas ganas de llorar que me invadieron. Sin duda la familia era lo mejor que se podía tener en ocasiones y había que valorarla antes de que sea demasiado tarde.

(...)

La noche anterior a nuestra partida de Arizona llovió como si el cielo fuera a venirse abajo en cualquier momento. Era un evento bastante raro considerando que estábamos en pleno verano, pero sucedía y era una total sorpresa.

Encogí mis piernas sobre el sofá y di un sorbo al café caliente mientras observaba a las mujeres de mi familia hablar.

—Y bueno, ojalá pudieran venir más seguido —dijo mi tía meciéndose en su asiento—. Me la pasé tan bien teniéndolas aquí. Estoy a nada de poncharle las llantas a tu auto, hermana.

Mi mamá rió. Se notaba basta su bronceado a través de la camiseta sin mangas.

—Qué más quisiera yo que estar más cerca, pero el trabajo que tengo es tan bueno que... —Ella dejó la frase en el aire, quizás porque notó la mirada de la abuela y se arrepintió de decir eso—. En fin, pediré vacaciones más seguidas. Los echo mucho de menos.

La tía asintió y me miró.

—Oh, cariño y tú comienzas tu último año el año que viene, ¿no es así? —inquirió y le sonreí.

—Así es —respondí dejando la taza a un lado—. Estoy emocionada por eso.

—¿Ya sabes que vas a estudiar?

Me removí incomoda en mi lugar y mi mamá me miró sabiendo mi posición sobre ese tema.

—No —contesté con algo de vergüenza—. Se supone que ya debería de saberlo, pero es que me gustan tantas cosas...

La tía Candace asintió con un gesto afable.

—Está bien, cariño, aún te queda tiempo —dijo—. Lo importante es que sea algo que a ti te guste lo suficiente.

Eso lo sabía. Y todo el mundo se lo decía a los futuros egresados, pero no era una decisión sencilla. No obstante, no dije nada más al respecto.

Cerca de medianoche mi mamá le pidió a su hermana antes de que se retirara a su casa que le cortara el cabello, debido a la habilidad que mi tía poseía para ello y un impulso me llevó a hacer lo mismo.

Mañana estaría de vuelta en Hesperia y el lunes iría a la escuela; era una chica diferente después de éstas vacaciones, había aprendido muchas cosas y tomado en cuenta otras. Había escuchado no sólo a mi mente, sino también a mi corazón, así que eso debía notarse también a nivel externo.

—¿Estás segura, Ara? Tienes el cabello muy lindo así —opinó mamá acariciando mi cabello húmedo largo hasta la mitad de la espalda—. Puede que después te arrepientas.

Le pasé la tijera a mi tía y les sonreí a través del espejo.

—Estoy muy segura.

Veía mechón tras mechóncaer y me sorprendió lo liberador que se sentía. 

Cuando mi tía terminó y toqué las puntas del cabellorozando mis clavículas de forma nueva y extraña, me convencí de que era una Arauleerenovada. 

Hasta decir adiós [Joel Pimentel] #HDA1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora