Capítulo 1. Su comida favorita.

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—Marco, hijo, ayúdame con la ropa —ruedo los ojos al escuchar el pedido de mi madre

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—Marco, hijo, ayúdame con la ropa —ruedo los ojos al escuchar el pedido de mi madre.

—¿No tienes a otro hijo? —reclamo cuando llego hasta donde ella está.

—No —responde, automáticamente.

—Deberías —aconsejo.

—Así como tú deberías traer novia pronto a la casa, te vas a quedar solo —contraataca con los brazos cruzados a la altura de su pecho.

—Aún no encuentro a la chica indicada —cojo el cesto y vacío el contenido dentro de la secadora, pulso el botón para que comience a funcionar, haciendo ese sonido tan característico de ellas.

—Eso es porque tienes muy altas expectativas, mira que el poner de primer requisito el que sepa cocinar, seguido de gustarle el mismo tipo de música que tú, es una osadía, un crimen a todo lo bueno en este mundo, esa música satánica que tienes da miedo —finge tener escalofríos.

—No es satánica, mamá —ruedo los ojos, es la milésima vez en la semana que dice lo mismo.

—¿Y qué son los gritos esos?

—Arte —expreso, alterado.

—No voy a meterme más en tus gustos, tú sabrás lo que dicen —levanta las manos en señal de rendición.

—Me reconforta que digas eso —suspiro, aliviado.

Mira la hora en su reloj de muñeca antes gritar a todo pulmón:—Ve a ducharte, en 30 minutos tienes que ir a la escuela.

Entrecierro los ojos indignado, no puedo creer que mi propia madre me tome por un irresponsable.

—Eso ya lo sé, yo ya estoy listo para irme —doy media vuelta para ingresar a casa, pisando fuerte, detengo mi andar cuando huelo el delicioso aroma de unos hot cakes.

—Marco, ya hice la comida —grita mi padre y en pocos segundos cruzo la sala, yendo directo al paraíso—: vaya, has llegado rápido esta vez.

—A la comida no hay que hacerla esperar —siento mi boca salivar, que puedo decir, amo los hot cakes—, más si es la favorita.

—Concuerdo contigo —deja mi plato frente a mí y toma lugar en la pequeña mesa.

—Cariño, ¿por qué no me avisaste? —llega mi madre con cara de haber chupado un limón.

—Pensé que hoy tendría la oportunidad de comer más —sonríe con inocencia.

—Eres tan —sus facciones se relajan hasta convertirse en una sonrisa de enamorada—, imposible —finaliza cuando se sienta a su lado e inicia a cortar su comida con tranquilidad.

El desayuno transcurre amenamente, con algunas bromas por parte de ellos hacia mí y otras que se hacen entre sí, cada quien devorando con impaciencia lo que hay en su plato para continuar lo más pronto posible con sus respectivos trabajos en el día; siendo el mío ir a estudiar, el de mi padre ir al hospital y el de mi madre terminar con la ropa para continuar escribiendo su nuevo libro el cual tiene programado para inicios del año que viene.

El chico de los suéteres.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora