Capítulo 18. Lo que yo aprendí.

125 11 13
                                    

Quien somos, es la suma de todas nuestras experiencias, tanto buenas, como malas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Quien somos, es la suma de todas nuestras experiencias, tanto buenas, como malas. A lo largo de mi corta vida, aprendí mucho, sufrí mucho, pero tanbién reí mucho. Si hoy llegase a morir, con todo gusto diría "viví una buena vida". 

Echo una última mirada a mi casa, esa que no voy a ver en 2 semanas. Parecerá una locura, pero el no estar en un lugar en el que residiste desde pequeño, duele. Los sillones verdes, las flores amarillas, el piso de madera, la gran cantidad de espejos esparcidos al azar, fotos familiares y nuestros logros enmarcados. Nunca pasé más de dos días fuera, ni cuando he querido escapar lejos me sentí de esta manera. Creo que ahora, ya sabiendo que mi padre se fué, me permití sacar a flote algunos sentimientos que reprimí por miedo. Es como si una jaula hubiese sido abierta.

—Mamá, cuídate —le doy un beso en la mejilla como despedida.

—Hazlo tu también, tengo al salvaje de tu hermano para alejar a cualquier ladrón —despeina mi cabello.

—Ya lo creo, Natz es un salvaje, un mono —recuesto mi cabeza en la mano que puso en mi mejilla. Ahora más que nunca me permito sentir su toque, su cariño como madre. Ese cariño que a todos nos hace sentir como en casa, que cuando te pierdes, golpeas o lloras, está ahí para brindarte el calor necesario, calmarte y darte paz. Una madre siempre te da esa extraña calma con solo consolarte, una calma que no encuentras en ningún otro lugar tan fácilmente.

—Si yo soy un mono, tu también —reclama el aludido.

—Somos una familia de monos —interviene mi madre arrastrando a mi hermano para darnos un abrazo familiar.

—Los quiero tanto, mis pequeños —siento algo mojar mi hombro, abro los ojos que hasta ahora no sabía tenía cerrados y me topo con que mi madre es la causante de ello.

—Nosotros a ti, mamá —limpio el líquido salino de su rostro.

—Perdónenme por hacerlos sufrir tanto —sus sollozos aumentan.

—No hay nada que perdonar —le doy una mirada de advertencia a Natz.

—Así es mamá —enuncia con tono alegre.

—Pude alejarme de él, y no lo hice, les causé mucho dolor.

—No te preocupes —sonrío para aligerar el ambiente—. Todo pasa por algo, lo único que importa es lo que aprendemos de ello, gracias a papá sé en quien no me quiero convertir —tomo mi maleta—, ahora debemos reponernos, avanzar juntos y crear tantos buenos recuerdos como nos sea posible, para que cuando tengas nietos les cuentes sobre ellos —parpadeo, alejando las lágrimas de mis ojos.

—Tienes razón pequeño, cuando vuelvas iremos a tantos buenos lugares como nos sea posible, ya estoy buscando trabajo para conseguirlo —informa asintiendo y parando de llorar.

—¿Desde cuándo? —cuestiono sorprendido.

—Desde ayer, hubo una época en la que tu padre me permitió estudiar y gracias a mis esfuerzos, logré completar mis estudios como enfermera —guiña un ojo.

El chico de los suéteres.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora