Capítulo 22. Extraña inquietud.

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ETHAN:

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ETHAN:

Todos siempre nos sentimos inquietos, a veces un tanto desesperados, pero es normal, es parte de vivir enfrentarse a situaciones difíciles. Nos ayuda a crecer y adquirir conocimientos.

Tecleo el número de mi hermano en mi teléfono, esperando saber cómo están. Llevo una semana en este lugar, me la paso bien y no puedo decir que estoy incómodo por no conocer al 50% de las personas en este lugar, ya que todos me tratan como si fuese su amigo desde siempre, realmente me hacen sentir como en casa. Mi novio y yo dormimos juntos desde el día de mi cumpleaños, cosa que al principio me causó una vergüenza extrema, yo babeo, hablo y ronco en las noches, realmente soy un desastre; esas fueron una de las cosas que me preocuparon cuando nos asignaron en la misma habitación, ahora ya no me importa tanto. Llevamos una semana compartiendo habitación, debo acostumbrarme.

Pulso el botón verde, dando inicio a la llamada, espero un tono, dos y al tercero responde un poco agitado.

—¿Están bien? —frunzo el ceño automáticamente al escucharlo, ¿no soy yo el que iba a realizar esa pregunta?

—Lo estamos.

—Me alegra, mamá dijo que haría una fiesta cuado vuelvan, realmente está muy emocionada y se nota que va mejorando. Ya encontró trabajo —el tono alegre con el que lo dice no se me pasa desapercibido.

—Me alegra, por fin las cosas parecen ir marchando bien —un malestar se instala en mi estómago, realmente estoy feliz por esto, lo estoy. Por alguna rara razón no puedo sentir tanto entusiasmo, aún tengo esa extraña inquietud, como si estuviera pasando por alto algo y en el momento menos esperado ese algo llegará para recordarme que la felicidad no es eterna.

—Si, ahora estoy retomando mis clases de gimnasia y ayer fue a inscribirme mamá para iniciar el nuevo ciclo escolar —analizo sus palabras, él debe estar más que listo para ir, no hay necesidad de que mamá vaya ya que cuando estamos pasando de un curso a otro, la presencia de los padres no es necesaria. A menos que...

Sacudo la cabeza alejando ese pensamiento de mi mente. No puede ser posible.

—Hay algo que no te conté —continúa—, dejé la escuela por un año, fingía ir a estudiar.

Respiro pausadamente, buscando la calma en mí para no gritarle como lo estoy deseando hacer ahora. Maldita sea. ¿Cómo no lo supe antes? ¿Tan despistado soy? ¿Tanto daño dejamos que mi padre nos hiciera? Ese hombre debe estar pudriendose en sus mierdas en lo que nosotros nos estamos esforzando por reconstruir nuestra vida. Lo odio.

—Solo —inhalo—, no vuelvas a dejar la escuela y mantén un buen promedio, considera los esfuerzos que hace mamá, no los desperdicies —como lo hiciste con los míos—. Sé un buen muchacho, no te metas en problemas. Te amamos —finalizo sonriendo a pesar de que él no me está viendo en este momento.

El chico de los suéteres.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora