16. La Academia del Viento Eterno

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Un par de meses después. 1º de septiembre, 2018

Mi reloj sonó a las seis de la mañana, pero ya estaba despierta. Todavía no me acostumbraba a la idea de volver al mundo, de estar de nuevo en la sociedad. Ya casi no tenía pesadillas con El Cocinero, o los comensales, pero porque habían sido sustituidas por otras, con los rostros de las personas que ya no estaban conmigo. ¿Qué pensaría Viola si me viese, recostada en una cómoda cama, dentro de una habitación segura? Me gustaba creer que se alegraría por mí, no podía hacer más. Para poder continuar, seguir viviendo, necesitaba convertir los malos sentimientos en motivación.

Me levanté profiriendo un gran suspiro de frustración. Haber sacado a Selene del comedor era un gran alivio para mí y, aunque todavía no podía verla, saber que estaba bien, a salvo, me bastaba, al menos por ahora.

En mi dormitorio había dos camas. Yo usaba la primera, pero la segunda estaba vacía. Pertenecía a Selene, quien debería ocuparla más pronto que tarde. Tal privilegio se lo debía a Kei, el hombre que decía ser mi padre, quien se había encargado de inscribirme en la Academia y conseguirme un costoso dormitorio.

Ya no me sentía sola ni desprotegida. Aunque mi nuevo «padre» no podía estar conmigo, me enviaba mensajes de apoyo a través de mi E-Nex, una pulsera que funcionaba igual a un teléfono móvil. La tecnología kiniana resultaba ser mucho más avanzada de lo que podía imaginar. Aún era pronto para decir que podía volver a confiar en alguien, pero al menos estaba conociendo la parte interesante de ser lo que era.

Negro y dorado eran los colores de mi uniforme. Camisa, corbata, saco y pantalón, todo entallado. A mis dieciocho años, en mi otra vida debería estar asistiendo a la universidad, pero lo que estaba por experimentar no parecía ser una educación normal.

Terminé de abrochar los últimos botones de la camisa, me coloqué el saco y até mi cabello en una coleta mal hecha. Prefería la mezclilla o los zapatos deportivos, pero en definitiva era mejor que usar ropa sucia y maloliente. ¡Ah! Lo que daría por unas ballerinas, hace tiempo que no podía practicar ballet como se debía.

El momento había llegado. Tomé aire, me posicioné frente a la puerta, y la abrí.

Dejé el dormitorio para encontrarme en un regentado pasillo. Auras, fue lo que vi. Auras y auras doradas por doquier. Pertenecían, por supuesto, a kinianos, la mayoría jóvenes, más o menos de mi edad.

Ya estaba consciente de la situación, así que no dejé que me abrumara. Me recluí a la pared, procurando evitar cualquier contacto. Sería igual que aquella vez que había visitado el museo. No me gustaba tocar o ser tocada, mi espacio personal era sagrado, sin mencionar que estos seres no dejaban de darme escalofríos.

Seguí andando, lejos de todos, observando a los otros estudiantes de forma suspicaz. Tenía los nervios de punta, sentía el vello de mi nuca erizarse al caminar cerca de cualquiera de ellos. Bajaba la mirada al suelo para evitar a los curiosos que trataban de captarla. Era natural, el cabello blanco me hacía lucir diferente. Cuando pedí al Gran Sabio que dejara el color de mi cabello igual, no creí que lo fuese a convertir en algo natural. Ahora tenía albinismo capilar, todo cabello que brotaba de mí era blanco como la nieve. No era algo que me disgustara, pero llamaba la atención más de lo necesario.

Esclava de la Realidad 2: Mundo EnergéticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora