26. Martini Sangriento

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La mordida de un vampiro no causa la muerte. Tampoco contagia la enfermedad. La mordida por sí sola no hace daño a nadie. Lo que mata, lo que daña, es beber la sangre, la vida de la víctima.

Morder a otros kinianos es inútil, porque son eternos. No se puede arrancar vida a alguien que no puede perderla, por eso se hace con humanos. No es fácil obtenerlos por medios legales, por eso existen negocios como el que mantiene el amo Velasco, en los que explotan a un mismo humano cientos de veces. Lugares muy solicitados, a la vez que peligrosos.

Un humano puede ser mordido tantas veces como longevidad posea. Es decir, un niño siempre podrá ser mordido más veces que un anciano. La vida de la cual nos alimentamos, es la misma vida que un vampiro extiende para sí mismo.

Cada línea familiar es distinta. La enfermedad mutó con el tiempo, dando origen a síntomas diferentes llamados «habilidades». No todas las tienen, son especiales; no son buenas ni malas, sólo variadas. Algunos pueden causar sueño a su víctima al alimentarse, otros causan pesadillas o sanan la herida al morder. La mía, mi mordida, se supone que era valiosa, pero no sabía por qué.

—Respira profundo, Kesen, estás pensando demasiado. No pienses, siente.

Escuchaba la voz de mi maestro. Tenía los ojos cerrados, me encontraba en posición de meditación. Mi boca tenía un sabor fuerte impregnado, aquel que deja la sangre después de beber.

Podía sentir un cosquilleo en mi espina dorsal, esparciéndose por mi cuerpo. Al principio era fuerte, pero luego lo perdía, escapaba de mí, se consumía en mi interior.

Sentí una presencia acercarse. Me rodeó y luego se alejó.

—¿Te sientes diferente? —preguntó, con una voz fría y golpeada.

—Eso... eso creo —hablé, abriendo mis ojos—. Es como si lo comprendiera, a él.

Miré lo que tenía delante. Estaba en uno de los salones más espaciosos de la mansión del amo Velasco, mismo lugar en el que practicaba día a día.

—¿Por qué abres los ojos sin que lo permita? —dijo Sullivan, llevándose una mano a la sien para negar con desaprobación—. No importa, parece que al fin lo has conseguido.

Levanté mis manos, despacio, y las miré. No había nada diferente, todo era demasiado normal. Mi aura ardía con intensidad, pero se mantenía pacífica, tranquila.

—¿De verdad es la habilidad que quiere El Supremo? No comprendo, ¿cómo es que esto puede ser de valor?

—Considera que has devorado la esencia humana, sería diferente si lo hicieses con un kiniano como yo, por ejemplo.

«La esencia humana», pensé. Bajé la mirada. Al frente estaba el cadáver adulto de un desafortunado que tuve que devorar durante una semana entera. Después de lo vivido en el restaurante, con Rica, no podía trabajar con humanos a menos de que estuviesen sedados y me aseguraran que no tenían esperanza de vida. Podrían haber sacado el vampiro, la bestia que había en mí, pero nunca, jamás, sería un monstruo como ellos.

Esclava de la Realidad 2: Mundo EnergéticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora