Capítulo III. Preguntas que confunden

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     El tiempo a veces parece ser caprichoso. Puede hacer que un segundo pase a una hora en un abrir y cerrar de ojos, o puede hacer todo lo contrario y que te dé la sensación de que has pasado años o incluso siglos en la misma situación.

     A Lucas le pasaba aquello más a menudo de lo que le gustaría admitir. Cada domingo desde que tenía uso de razón, él y sus padres iban a comer al Fishes & Burgers, un restaurante de buena fama de la ciudad, donde se servía desde comida mediterránea hasta hamburguesas americanas completas. Había sido una tradición que se había prolongado durante días, semanas, meses y años. Desgraciadamente, tras la muerte de su padre, Lucas se había negado a ir al restaurante.

     Ahora, tras dos semanas después del encuentro con Serena en la pista de patinaje, tenía que enfrentarse a la realidad que se le presentaba y a la dificultad de aquella tarea. Se encontraba delante de aquel restaurante prohibido, donde Max lo había citado para, según él, investigar.

     La cuestión no era lo que Max quisiera conversar y cotillear con él mientras hackeaban páginas y perfiles de Internet, sino el hecho de que, después de años y de promesas que se había hecho a sí mismo, volvía estar delante del restaurante, donde debería comer y pasar un rato con su mejor amigo.

     —Venga, Lucas —murmuró, apretando las manos en puños, abriéndolas y cerrándolas—. Échale huevos y entra de una vez.

     Con la respiración levemente inestable, abrió la puerta de cristal y pasó hasta el interior del restaurante. A pesar de que el otoño los había dejado hacia una semana, todavía hacía calor, así que se sintió un poco revitalizado cuando el aire frío del aire acondicionado, con el olor característico del bacon frito impregnado en él, le golpeó el rostro suavemente. Inhaló aquella fragancia, sintiendo como su estómago emitía un leve gruñido de protesta.

     El restaurante estaba justamente como lo recordaba. En la pared izquierda, se extendía el mural de una bahía con barcos pesqueros y en la pared contraria, cuadros de marcos oscuros, con todos los logros del restaurante junto a las fotos de todos los propietarios de la familia al que había pertenecido.

     Las mesas eran de madera oscura, rústicas, y las sillas tenían almohadillas acolchadas de tela azul marino. En la pared frontal, que daba a la entrada, se extendía una barra de mármol con un barman sirviendo una cerveza, mientras que detrás había una vitrina de cristal que se alzaba desde el suelo hasta el techo, llena de licores y distintos vinos tintos. El techo estaba decorado con redes de pesca que sujetaban miles de pequeñas luces de Navidad blancas que contrastaban a la perfección con el techo negro, dando la sensación de que se estaba comiendo a la luz de las estrellas.

     Lucas contuvo el aliento mientras lo miraba todo, y no fue hasta que Max alzó la mano, agitándola en el aire bruscamente, que sacudió la cabeza y se movió hasta la mesa en la que estaba su amigo. Max había escogido una de las mesas próximas a la parte más alejada de las ventanas, en un rincón bastante oscuro donde la única luz provenía de las lucecillas sujetas por las redes de pesca. Había un mullido sofá —en el cual estaba sentado Max—, y en el otro lado, dos sillas. Lucas resopló, a sabiendas de que su mejor amigo había escogido el sitio más cómodo para sentarse.

Plumas de Ceniza ║Seres Etéreos Libro I  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora